Este texto del dramaturgo canadiense de origen libanés Wajdi Mouawad, con traducción de Laura Pouso y dirección de Roxana Blanco para la Comedia Nacional, es un título más que acertado para continuar con el concepto artístico de esta temporada, denominada Otros Mundos. El autor ya ha sido abordado por la Comedia en varias oportunidades, como en el montaje de teatro infantil Pacamambo, dirigido por Ramiro Perdomo, y de Litoral, dirigido por Alberto Rivero. Todos pájaros retoma algunos tópicos que interesan al autor, como la búsqueda de los orígenes, la identidad, la muerte, la guerra y la mirada del otro en un brillante trabajo de narración que toma al amor y a la familia como ejes de un conflicto universal que parece insalvable. Estas obsesiones son parte de su propia historia de vida, marcada por la migración, el exilio y las creencias religiosas.
Roxana Blanco, esta vez en el rol de directora (recordemos su anterior dirección en El salto de Darwin, de Sergio Blanco), plantea un diálogo generacional con tres de los nuevos actores del elenco oficial: Mané Pérez en el rol protagónico de la joven árabe Wahida, Joel Fazzi como Eitan, joven de origen judío, y Sofía Lara como la soldado Eden. Mediante estos tres personajes, Mouawad teje una tragedia contemporánea a través de la mirada de una nueva generación que, en el presente, busca tender lazos que derroquen los muros que han dividido sus universos por razones religiosas y políticas. En este camino, el amor parece un puente difícil de establecer, mientras los mandatos de una identidad heredada se imponen como el cemento. La directora coloca ese muro que parece infranqueable (que puede remitir a la barrera israelí de Cisjordania o ser un paredón separatista simbólico) como estructurante del escenario, mientras que con pocos elementos (una larga mesa y varias sillas) va componiendo las relaciones entre personajes que, aunque intentan fluir, se chocan una y otra vez contra la tragedia como destino inminente, en un linaje que los condena a repetirse.
Desde una anécdota que parece sencilla y se asemeja a la de un Romeo y una Julieta enmarcados en el conflicto árabe-israelí, el autor profundiza en la imposibilidad de sostener lazos afectivos, en el odio hacia el otro y, por tanto, en la dificultad de comprensión. Es la generación más joven la que parece arrojar una luz de esperanza, como aquellos pájaros proyectados que franquean por lo alto cualquier barrera. A su vez, la puesta presenta estas identidades en tránsito, estos personajes que no pueden definirse ni por su lugar de residencia ni por su aparente sanguinidad o su país de origen. Wahida, por ejemplo, es una estudiante palestina que obtuvo la ciudadanía americana; Wazzan, el oscuro diplomático que estudia para su tesis, es convertido a la fuerza al cristianismo. A pesar de esos cruces, los mandatos religiosos continúan siendo jaulas metafóricas que impiden el vuelo.
La imagen del pájaro anfibio representa la transmutación como camino de supervivencia. El padre, David, interpretado por Gustavo Saffores, es el portador de todas estas contradicciones y el núcleo del conflicto principal: un atentado, una verdad oculta, una muerte inesperada, un tránsito hacia otro estado, transformarse en aquello que odias. Así, junto con un elenco que, además de los ya nombrados, incluye a Elizabeth Vignoli, Florencia Zabaleta, Juan Antonio Saraví y Federico Rodríguez, Roxana Blanco logra afrontar este texto en toda su densidad simbólica. Los actores y las actrices matizan cada personaje a la perfección para poder construir en sus diálogos una mirada particular sobre el mundo. Hay un destacado trabajo de visuales creado por Natalia de León, acompañado por una ambientación sonora con música original de Daniel Yafalián y Eleni Karaindrou y canciones de Sylvia Meyer; el montaje se transforma en una experiencia estética total, un verdadero estallido para los sentidos, un camino de comprensión posible, un espacio para el consuelo.