Tras 22 años de control oficialista, la gobernación del estado Barinas, al suroccidente venezolano, llamado «cuna de la revolución», por ser el estado natal del fallecido expresidente y líder popular Hugo Chávez, ha sido ganada por la oposición venezolana con un margen del 15 por ciento. Las elecciones en Barinas habían debido ser repetidas el domingo, luego de que a fines de noviembre el oficialismo impugnara el recuento de votos.
El resultado ha causado un cambio de sensibilidad sobre las posibilidades de superar la crisis venezolana por la vía electoral, especialmente en la oposición. No obstante la algarabía opositora, puede que en el chavismo se estén haciendo varias lecturas.
En estos momentos existe un debate interno entre los diferentes liderazgos y corrientes chavistas sobre la interpretación de la derrota. Cómo transitar los años que restan hasta las presidenciales de 2024, si endureciendo las medidas contra la oposición o aceptando una nueva realidad política que la incluye, es la interrogante que está en el centro de la agenda.
Incluso el otrora aliado incondicional del chavismo Óscar Figuera, diputado y secretario general del Partido Comunista de Venezuela, afirmó en Twitter tras la victoria de Sergio Garrido que las elecciones de Barinas muestran «que el pueblo se hastía y se levanta contra el abuso de poder y el descarado ventajismo».
El ambiente está tan animado que hasta el dirigente opositor y presidente autoproclamado Juan Guaidó ha afirmado que el resultado en Barinas les «da una lección a todos los venezolanos» y ha propuesto un referendo revocatorio contra el mandatario Nicolás Maduro, contradiciendo su tozudo abstencionismo. Y contradiciendo también sus demandas del «cese de la usurpación» o de «gobiernos transicionales».
Todos los partidos de oposición, radicales o moderados, han celebrado la victoria. Resulta muy difícil ahora para los radicales justificar nuevamente la inacción a la hora del voto, a la manera de sus anteriores llamados a la abstención. Por otra parte, el Consejo Nacional Electoral ofreció los resultados rápidamente y el candidato oficialista, Jorge Arreaza, reconoció su derrota incluso antes del anuncio de los resultados oficiales.
Garrido, el gobernador electo, el primero en Barinas que no es de la familia Chávez en 22 años, ha prometido saber administrar su victoria. Hasta el momento, habían sido varios los líderes opositores que al probar el sabor del triunfo en las urnas desataban una batería de mensajes insurreccionales, apocalípticos y hasta racistas que terminaban diluyendo sus victorias. Después de cinco años de derivas rupturistas, sin embargo, la oposición consigue ahora un triunfo de alto valor simbólico que puede impulsarla por una nueva vía.
¿DEBILIDAD EN EL CHAVISMO?
Esta derrota oficialista no cambia, de todos modos, el mapa político-territorial. El partido de gobierno se queda ahora con 19 de las 23 gobernaciones y 210 de las 335 alcaldías. El resto se lo reparten varias oposiciones, algunas con fuertes divisiones entre sí.
Sin embargo, en estos comicios el chavismo no solo perdió un feudo clave, sino que mostró falencias en su triple estrategia electoral, que consiste en una alta abstención, una división opositora y una aceitada maquinaria de propaganda oficialista (véase «Dividir para ganar», Brecha, 26-XI-21). El domingo, la participación en Barinas estuvo casi un 10 por ciento por encima de la media nacional de noviembre y los candidatos de la oposición que no quisieron sumarse a la candidatura opositora institucional, la de la Mesa de la Unidad Democrática, no superaron el 1 por ciento.
Ahora vendrán casi dos años sin competencias electorales, pero en los que se tratará de promover grandes movimientos: el de la renovación interna del chavismo para mantener chances reales en una elección competitiva y con garantías, y el de la oposición para ordenarse de forma unificada y encauzar un cambio de gobierno efectivo. Mientras tanto, la mesa de negociaciones parece cosa del pasado y el gobierno estudia seriamente sus opciones para salir del atolladero.