—Tu libro describe un trayecto en el que el fenómeno de los barrios privados pasa de ser invisible a estar naturalizado.
—Lo que quiero mostrar es la ausencia de debate público sobre esto. Es decir, para la cultura uruguaya, la del mito de la sociedad «hiperintegrada», hablar de barrio privado parecía referir a algo oculto, algo malo. Incluso los desarrolladores evitaban usar el término. Podría incluso plantearse un paralelismo con lo que pasó con las zonas francas. Por eso la de Montevideo se llamó Zonamérica. La expresión zona franca sonaba no solo a espacio de exoneración impositiva, sino a un sitio donde pasan otras cosas… Entonces, los desarrolladores decían cosas como que los barrios que estaban haciendo eran un edificio acostado o un edificio en verde. En El gallito Luis no aparecía...
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