El mote que durante un tiempo le había quedado asignado a José Enrique Rodó fue el de “Maestro de juventudes”. Hoy la evocación de su apellido trae de inmediato a la mente de un ciudadano de a pie, por asociación espontánea, un parque, una calle, un bar y un barrio montevideanos. Luego, y con un poco de esfuerzo, la misma mente podría lograr referir la figura de un intelectual y escritor de la generación del 900.
Por alguna razón, no estoy seguro de si político-partidaria, ideológica o de indiferencia o despreocupación generalizada, los niveles de visibilidad e invisibilidad de nuestros referentes culturales mantienen a José Enrique Rodó en un plano de nebulosa, en una especie de olvido por amnesia colectiva. Pero… ¿por qué suponer, de antemano, que este olvido es injusto? ¿Rodó sigue teni...
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