—¿Cómo se conocieron?
Inés Errandonea —Íbamos al coro del mismo colegio, pero somos de generaciones diferentes. Yo soy tres años mayor.
Papina de Palma —Me acuerdo de escucharte cantar y pensar que eras relinda y rebuena. ¡Muy completa! [Risas.] Con Agustina, otra amiga de ella, eran un combo fatal. Una vez con mi papá las trajimos en el auto de un cumpleaños de 15 y para mí fue un gran momento, porque se sentía pila la diferencia y a esa edad, las amigas más grandes son tipo «¡Oh!».
I. E. —Igual era un vínculo de admiración mutua. Papina era muy graciosa y expresiva.
—¿Qué supuso para ustedes la influencia de Carmen en el coro?
PdP. —Siento que, si no hubiera conocido a Carmen -y creo que para Inés es igual-, mi vida sería totalmente distinta. En aquel momento, Carmen era la representación de la música caminando por la escuela. Era impresionante cómo se vestía, cómo hablaba, la admiración que nos causaba, ¡y cómo cantaba! Siempre fue muy alentadora, muy motivadora, nos enseñaba una forma de conectarnos con la música muy única.
I. E. —Además nunca presionaba, le importaba que vos trabajaras desde tu expresión, nunca desde el deber ser. Era increíble ver una mujer música así, acercándote al arte desde un lugar tan genuino y tan feliz.
—¿Cómo desarrollaron sus carreras musicales? ¿Fue en paralelo?
I. E. —Sí, aunque nuestros caminos se entrecruzaban todo el tiempo. Papina tenía mucho más claro desde chica que iba a crear canciones, yo llegué más tarde a la composición.
PdP. —Igual estábamos cerca, porque Coralinas siempre fue un grupo de aguante. Íbamos a un bar a cantar covers de Rita Lee y todas las Coralinas reservaban una mesa e iban igual a tomar agua, ¡porque a veces cantábamos en bares caros! [Risas.]
I. E. —Es que Carmen, de forma muy natural, también generó un grupo, abrió un espacio desde donde poder partir, juntas o por separado. De hecho, todas seguimos siendo muy amigas, y no paran de salir pibas de ahí.
PdP. —El deseo musical se contagia. Camila Ferrari, Belén Cuturi, son músicas jóvenes que también salieron de Coralinas. Es un colectivo de mujeres músicas, y también una familia.
—¿En qué se parecen como compositoras?
I. E. —Es la primera vez que vamos a hacer un show juntas, aunque muchas veces nos hemos invitado a cantar canciones de la otra en espectáculos, y a grabar en los discos. Creo que tenemos una sensibilidad cercana en la forma de mirar, de buscar que algo pase en cada canción.
PdP. —Las dos le buscamos la belleza a lo ordinario, eso está en la raíz. Es como una obsesión, hacer un arroz blanco y que ahí adentro crezca una flor. Es algo bastante cercano a nuestros cuerpos, y también implica intentar ser honestas.
—¿Y en términos de diferencia?
PdP. —Creo que Inés es más valiente, se preocupa menos por lo correcto. Cuando yo me paro a decir las cosas siento que tengo como cierta responsabilidad, y me hago muchas preguntas. Pero ella va de una, se manda, asume lo que le está pasando y que eso es lo que quiere decir.
I. E. —Papina tiene un fluir mucho más constante de música, le brotan las melodías. Estábamos componiendo juntas y me decía: «Yo hago esta estrofa en un rato, me tengo fe». ¡Y yo no sé si me va a salir algo en una semana entera!
PdP. —Es que por eso está buena esta unión, porque yo soy muy manija, no soy tan perfeccionista. En cambio, Inés tiene esa cosa de quedarse toda la noche pensando cómo hacer todo mejor, se se superobsesiona, eso me encanta.
I. E. —Pero al mismo tiempo necesito que esté todo controlado, y vos dejás que fluya. Eso es muy natural y muy verdadero. Es muy lindo hacer juntas, me calma.
PdP. —Y a mí me activa, me prende fuego.
—¿Cuál es la diferencia entre tocar con varones y con mujeres?
I. E. —En Coralinas estamos muy acostumbradas a hacer música entre mujeres, es muy hermoso. Pero también tengo la suerte de tener varones en la banda que son muy compañeros. El año pasado, cuando presenté el disco, sentí que necesitaba que hubiera más mujeres en la banda, a nivel político y por la energía que se genera en el espacio. Es algo muy poderoso.
—Es que la música trasciende el género.
PdP. —Totalmente, es un momento de conexión y de amistad. Para mí ha sido importante trabajar con gente a la que quiero. Por ejemplo, ahora me estoy armando un formato a trío, con dos varones, porque es gente que se muere de ganas de tocar conmigo, y eso es una necesidad afectiva. Pero, claro, también por una cuestión política y energética quiero que haya gurisas en mi banda. Aunque me doy cuenta de que no solo ahí se puede militar el feminismo, también se trata de honrar la música con amor, eligiendo amigos para tocar. Eso también es revolucionario. No sé, yo siento que mi postura está reclara, y si alguien quiere cuestionarla porque toco con dos varones, eso me trasciende.
—Tampoco estamos en el mismo momento que hace cinco años. Cada vez hay más músicas tomando la escena.
PdP. —Claro, las cosas cambiaron, aunque también está bien justificarlo, tener que explicarlo. Es una manera de darle importancia a ese tipo de decisiones.
I. E. —Igual sigue habiendo muchos más instrumentistas varones que mujeres en las bandas. Queda un camino largo. Es distinto, al plantear una idea, trabajar con una colega. Cuando es con mujeres, es más horizontal. Me ha pasado mucho que venga un varón invitado a grabar a mi disco y le hable al técnico en lugar de hablarme a mí, esas cosas. Tenemos que seguir estando atentas.
—¿Qué sienten cuando músicos, como Jaime Roos, u otros referentes grandes de la música uruguaya, dicen que las mujeres no están a la altura de participar en sus bandas en vivo porque no tienen el talento suficiente?
PdP. —Me parece que es una especie de ceguera voluntaria, porque abrir los ojos cuesta, da trabajo. Por suerte hubo mujeres antes que nosotras que nos ayudaron a entender un montón de cosas, pero, claro, a nosotras nos importa, nos implica directamente. Creo que muchos varones están cómodos, les cuesta mucho ver, y, claro, como hay muchos más hombres instrumentistas, nunca se preguntaron por las mujeres a las que nunca dieron una oportunidad.
I. E. —Es que siempre hubo, hay y habrá mujeres geniales. ¿Qué pasa si las empezamos a notar? La representatividad es importante.
PdP. —Es que esa territorialidad de los varones creo que deja ver cierto miedo, miedo de que les robemos el trabajo, algo así. Y no, solo se trata de que abran un poco la cabeza.
—También hay una posición muy dura dentro del feminismo que es juzgar a los veteranos que incluyen mujeres pensando que lo hacen «para lavarse la cara», entendiendo que es una posición arribista.
I. E. —Sí, puedo empatizar con no saber mucho qué hacer, cómo comportarse. Porque también puede parecer que se está cumpliendo con una especie de moda al poner una mujer en determinado rol. Hay muchas aristas y matices. Igual, a mí, que una mujer esté ocupando un espacio importante casi siempre me parece fantástico.
—Cuéntenme más del show.
PdP. —Yo me perdí la presentación del disco de Inés porque estaba de viaje, pero acompañé el proceso y hablamos todo el tiempo. Me di cuenta de lo zarpada que es, de cómo mira el espectáculo con un nivel de profundidad que yo nunca había visto en alguien que hace canciones. Es algo que me parece muy generoso, tiene que ver con poner el corazón en cada detalle. Y me dieron ganas de jugármela así a la hora de hacer un show mío.
I. E. —Para mí, verla a Pachi siempre fue súper habilitador, muy inspirador, me ayudó a darme cuenta de que yo quería hacer esto. Fue muy natural decir «dale, hagamos algo juntas», porque todo el tiempo estamos imaginando cosas, soñando.
PdP. —Y nos pusimos a escribir esto, que no sabemos bien qué es. No es simplemente un toque, pero tampoco es una obra de teatro. Es… una obra de canciones. [Risas.]
I. E. —Es nuestra historia como amigas, sobre los vínculos de amistad, y lo poco hablados o jerarquizados que están. Tenemos una amistad muy honesta, incluso para pelearnos, y nos colgamos a hablar sobre eso casi filosóficamente en esa mezcla de lo cotidiano, buscando cositas chiquitas que suceden en vivencias reales.
PdP. —Es una celebración de la amistad. Fijate que el grupo de Whatsapp que tenemos para mandarnos cosas se llama «casamiento». [Risas.]