Las canciones de Rubén Olivera despiertan una particular fascinación. Su virtuosismo en la ejecución de la guitarra y su buen gusto ya son suficientes para sentirse seducido por su obra, luego allí está su delicada poesía y, sin embargo, lo fascinante es saber que hay algo más. Sería redundante hablar de «Visitas» como una referencia clara de esto, pero son muchas las canciones por las que se puede entrar al universo Olivera y notar que hay cosas detrás de la poesía, de los acordes.
Una vez más, con el disco Una mirada, editado en agosto por Ayuí/Tacuabé, queda demostrado ese no sé qué adicional, esa cosa otra. La primera obra ya es una prueba contundente de todo lo que no suena, pero que definitivamente está, y basta una mirada para descubrirlo. Rubén canta imágenes enormemente significativas de nuestra historia: el sepelio de Líber Arce en el 68, según Demasi, el «año que vivimos en peligro»; el exdiputado Guillermo Chifflet observa con mirada ininteligible cómo el resto de su bancada vota a favor de la presencia de tropas uruguayas en una misión de Naciones Unidas en Haití; Gardel se saca fotos cual rockstar; camina el Río de Libertad del 83. Es que Olivera conversa con sus contemporáneos y con quienes lo anteceden. Conversa musicalmente, claro, con Cabrera, manteniendo vigentes composiciones que eran nuevas ya a comienzos de los ochenta. Con Diego Kuropatwa en enormes amplitudes guitarrísticas. Con Darnauchans zurciendo un popurrí de pedazos de canciones, como agradeciéndole por tanto en una sola canción. Conversa con Maslíah versionando «Interferencias», y con el Popo Romano en «Bajos de blanco», de forma instrumental. Porque con Olivera siempre hay algo más.
Es probable que este encuentro musical esté rodeado de larguísimas charlas sobre música y sobre otro montón de cosas que tienen que ver con ella. También, sin mencionarlo, quizás converse en milongas como «Fundación» con Lazaroff, por aquello de que «sonando nuevos acordes, acordes viejos se van, se irán». Son milongas perfectas para sacarlas a eso de la tardenoche, a la vuelta del laburo, para practicar una y otra vez sus arpegios y mostrarlas justo antes de la cena, después de un «¿te puedo mostrar una canción de Rubén que saqué en la viola?».
«Sobrevivientes» es una nueva muestra de ese encanto, un tema que es un gran tema y que cuando uno se mete con él descubre una mirada política cuestionadora sobre los desaparecidos, porque, según lo que comenta en la hermosa nota que le hizo Mateo Magnone para este semanario, Rubén piensa que «hay mucha izquierda que los busca a ellos y listo, como si fuese la meta final, porque no hay nueva elaboración para buscar lo que ellos buscaban». Es que con Rubén siempre hay algo más, y a veces duele.
El cierre del disco es otra muestra más de ese universo Olivera, de las cosas que están aunque no suenen. Una décima, una sola, y alcanza para desnudar la historia que la precede: un luthier, una guitarra, la única en 25 años de composiciones e interpretaciones siempre vigentes. Olivera busca, lee, estudia, aprende, descubre, cuida, protege el patrimonio musical y cultural uruguayo; enseña, empuja a componer, a perfeccionarse, a comprometerse con ese patrimonio. Todo eso lo ha hecho siempre, y por eso aparece en su obra. Es eso que no suena, que no es evidente ni obvio, pero que está. Eso que nos hace saber que hay algo más.