En 1800, la esperanza de vida era inferior a los 40 años. Desde entonces, ha aumentado constantemente, con un incremento aproximado de dos años por década hasta… hoy, que, por primera vez en la historia, no solo ha dejado de aumentar, sino que ha comenzado a decrecer. En otras palabras, esta es la primera generación que vivirá menos que sus padres. ¿La razón? La epidemia de obesidad.
El fenómeno es descrito como una acumulación excesiva de grasa corporal que pone en riesgo la salud. Se diagnostica, en primer lugar, mediante el índice de masa corporal (IMC), dividiendo el peso (en quilogramos) por el cuadrado de la altura (en metros), por lo tanto es expresado en quilogramos por metros al cuadrado. Un valor de IMC de 18,5 a 24,9 indica peso normal, de 25 a 29,9 es sobrepeso y de 30 a 34,9 es obesidad. Sin embargo, este método debe considerarse solo aproximativo, pues no distingue diferencias por sexo, edad, raza y cantidad de masa muscular.
Normalmente, la obesidad no se presenta sola, sino acompañada de otros factores de riesgo y comorbilidades, como diabetes tipo 2, cáncer, hipertensión, depresión, colesterol LDL alto y enfermedad coronaria, por mencionar solo algunos.
Los afectados por la obesidad ya son más que los hambrientos. Hay 2.600 millones de personas con sobrepeso y 800 millones con hambre. Se proyecta que para 2035 aproximadamente 4.000 millones de personas en el mundo, el 51 por ciento de la población global, sufrirá esta condición. En Uruguay, un 65 por ciento de la población tiene sobrepeso, y entre los escolares este guarismo llega a un alarmante 40 por ciento.
La explicación científica actual de la epidemia, lejos de atribuir las causas únicamente al individuo, como hacen enfoques reduccionistas, coloca el acento en el entorno alimentario obesogénico, un concepto que sintetiza una serie de disposiciones estructurales que fomentan la obesidad.
Entre estas, deben contarse el aumento exorbitante de la oferta de alimentos de mala calidad producidos y promovidos por la industria alimentaria, la reducción de la disponibilidad de vegetales frescos a consecuencia de un desarrollo agropecuario orientado primordialmente a la producción de alimentos de origen animal y de los efectos del cambio climático, además de la expansión de una dieta occidental basada en un excesivo consumo de productos animales (cargados de grasas saturadas y colesterol) y una insuficiente incorporación de fibra: el imperialismo de Ronald McDonald.
Debemos mencionar también el nefasto rol de la medicina y de la nutriología pseudocientíficas, que, mancomunadas con los intereses corporativos de la industria alimentaria, producen estudios de solidez muy discutible que terminan justificando el consumo de chatarras.
En este marco, podemos entender cómo la Sociedad Uruguaya de Pediatría (SUP) autorizó a estampar su sello de aprobación a la leche «con frutilla» Conamigos de Conaprole. Un producto ultraprocesado cuyo primer ingrediente es la leche vacuna (ya desaconsejada por su incidencia en varios tipos de cáncer) y el segundo es el azúcar, seguidos de una larga lista de aditivos sintéticos. ¡Una leche «con frutillas» que no tiene frutillas! ¡Y un producto pensado para niños que en su etiqueta dice que «no ha sido formulado para menores de 36 meses»! Lamentable y cobardemente, la SUP se negó a responder nuestras consultas sobre los informes técnicos, la declaración de conflictos de interés y los aspectos financieros implicados en el otorgamiento de estos sellos.
Este 4 de marzo, al convocar, como cada año, a reflexionar sobre la obesidad, la Organización Mundial de la Salud afirmó que «las personas con obesidad son constantemente avergonzadas y culpadas porque muchas, incluidos los médicos, los encargados de formular políticas y otros, no comprenden completamente las causas» de la cuestión. Gordofobia o gordoodio son términos usados para designar este tipo de discriminación. Una forma de estigmatización que resulta particularmente violenta cuando sus responsables son aquellos que se supone que deben ayudar en materia de salud: «Una encuesta nacional representativa [de Estados Unidos de América] encontró que más de la mitad de los médicos consideraban a los pacientes obesos “torpes, poco atractivos, feos e incumplidores”. Y alrededor de un cuarto de las enfermeras estuvieron de acuerdo con la declaración: “El cuidado de un paciente obeso generalmente me repugna”».1
Por otra parte, hay evidencia de que la gordofobia produce un círculo vicioso que retroalimenta la obesidad: «De los cientos de individuos que se estudiaron por cuatro años, aquellos que afirmaron sufrir discriminación tuvieron más del doble de probabilidades de ser obesos. Y aquellos que ya eran obesos tuvieron tres veces más probabilidades de quedarse así, comparado con los que tenían el mismo peso, pero no fueron discriminados».2
En este escenario, la autoorganización de los obesos es necesaria para la defensa de sus intereses, para la contención de sus miembros y para la colaboración en la elaboración de políticas públicas de salud destinadas a ellos. Magdalena Piñeyro, una de sus referentes, acierta al decir: «Lo que sí sabemos es que cualquier tipo de discriminación afecta directamente la salud mental de las personas».3
No obstante, se equivocan en otros razonamientos. Cuando integrantes del colectivo La Mondonga afirman que se puede ser gorda y saludable aduciendo «que me digan qué es estar saludable. ¿Es tener un cuerpo hegemónico y que, cuando vayas al médico, te diga que estás perfecta porque lo dice la balanza? Que me digan qué es la salud»,4 en algo tienen razón: no existe un consenso sobre qué es la salud.
Sin embargo, sí sabemos a ciencia cierta que la obesidad, además de acortar la vida (es el quinto factor principal de riesgo de muerte en el mundo), también afecta severamente su calidad. Algunos activistas del colectivo gordo confunden los argumentos: a partir de la certera premisa «la delgadez no implica necesariamente buena salud» extraen el falso recíproco «entonces, el sobrepeso no afecta la salud», y caen así en un grave error de lógica formal. Resulta claro que, a la luz de la evidencia científica más reciente, por momentos este discurso cae en el negacionismo.
Así como el capitalismo ha mercantilizado los cuerpos fitness,también ha capturado la gordura, tal como lo ha hecho con todo: el feminismo, el veganismo, la revolución socialista y todo otro potencial disruptivo de su acumulación. En este mismo saco entra el movimiento body positive, promovido por marcas como Dove, un caso más de brand washing (lavado de marca) con el cual las empresas fingen ser «positivas» y «amigables» (tipo gay friendly) con determinadas causas de los movimientos sociales. Pensándolo bien, tiene mucho sentido que Dove, marca perteneciente al conglomerado de Unilever, la misma corporación que vende ultraprocesados como Hellmann’s, se haga amiga de la gordura (¿chubby friendly?).
Generalmente, el tratamiento médico-nutriológico de la obesidad se reduce a recetar dietas bajas en calorías y en porciones. Estas fracasan porque producen mayor sufrimiento psicológico y suelen obtenerse resultados aun peores debido al «efecto rebote»: luego de prolongadas abstinencias, los pacientes incurren en excesos que pueden anular lo logrado.
Además, estas dietas, aun teniendo éxito en la disminución del peso, no admiten otros beneficios para la salud, como reducir el riesgo o revertir la diabetes. Incluso pueden aumentar esos riesgos.
No es esto lo que sucede con la dieta vegana o, mejor dicho, a base de vegetales integrales, es decir, sin procesar. Hasta ahora, es la única que ha demostrado, con investigaciones de intervención, tener efectos a largo plazo en la disminución del peso, así como en el control de otras enfermedades, lo cual se puede explicar por la ingesta de fibra alimentaria y proteína vegetal, por la ausencia de proteína derivada de la carne y los huevos, el hierro hemo y el menor consumo de grasa saturada.
Asimismo, por comer de la base de la cadena trófica, se evitan niveles más altos de contaminantes orgánicos, como dioxinas, PCB y DDT encontrados en productos de origen animal. O, tal vez, la clave de estas dietas esté en su influencia sobre el microbioma intestinal; una flora intestinal más protectora que conlleve menos inflamación en todo el cuerpo puede ser el elemento clave que relaciona un intestino más sano con efectos beneficiosos sobre la salud, como la disfunción metabólica en la diabetes tipo 2.5
Una de las virtudes de esta dietética es que permite comer sin restricción alguna (siempre y cuando sea de forma variada), por lo cual se elimina todo factor estresante producto del abstencionismo. Como prueba de esto puede considerarse el IMC promedio entre veganos, ovolactovegetarianos y omnívoros: 23,6, 25,7 y 28,8, respectivamente. Además, y por último, es la única forma de alimentarse sanamente a la vez que se protege el medioambiente.6
1. Nutrition Facts, «Weight bias. Hating their guts», disponible en YouTube.
2. Nutrition Facts, «The impact of weight bias in healthcare», disponible en YouTube.
3. La Diaria, 18-III-22.
4. La Diaria, 27-X-21.
5. Nutrition Facts, «The best diet for weight loss and disease prevention», disponible en YouTube.
6. Véanse también «Cuando la ONU no se equivoca», La Diaria, 31-VIII-20, y «La salud, de todos», Brecha, 28-X-21.