El pasado 9 de febrero un accidente en la ruta provocó la muerte de Lucía Flores Curiel (2002-2024), artista visual y fotógrafa uruguaya que había ganado recientemente la primera edición del Premio Jeanne Mandello y cuya exposición, inaugurada en diciembre del año pasado, se puede ver en el primer piso del Centro de Fotografía de Montevideo (CDF).1
Elías Canetti, el escritor y premio nobel de origen búlgaro, estaba obsesionado con el tema de la muerte –no con la suya especialmente, sino con la de los demás–, a la que opuso un rechazo obstinado y cerril. Pensó escribir una novela sobre el tema, luego quiso afrontarlo directamente en un ensayo que no consiguió cerrar y, a lo largo de su vida, tomó notas que fueron recogidas en un libro fascinante y póstumo titulado, precisamente, Contra la muerte. Hay algo heroico y desquiciado en esta oposición cerrada ante un acontecimiento inevitable para todas las personas. Pero no dejan de resonar sus palabras: «No morirás, el primer mandamiento», cuando nos enteramos del fallecimiento de alguien muy joven y querido.
En la muestra «Volver a mí», Lucía se sirve de recursos literarios, escultóricos, pictóricos y fotográficos para tratar temas como la salud mental, la depresión y el relacionamiento con los otros. Ella había escrito en su sitio web que su trabajo consistía en tratar de visibilizar «los mecanismos institucionales y gubernamentales que dificultan el apoyo preventivo para evitar rupturas y crisis en la salud mental de diferentes poblaciones.» Pero en esta exposición aborda esta temática desde una perspectiva visceral, muy jugada y «en carne propia». Fotografías de su cuerpo y de cuerpos amigos intervenidas con pinturas, en las que los retratados están munidos de un simbólico escudo de alambre: «Una armadura que hoy levanto y me doy cuenta que no protegió, en verdad me lastimó». Los mecanismos de defensa ante el dolor generan un distanciamiento con los/las otros/as que termina desgastando y socavando la propia base anímica. Mecanismos de resistencia –a veces surgidos a causa de pérdidas cercanas– originan dinámicas dañinas cuyas durezas constriñen, angustian y mortifican en cuanto no dejan expresar los sentimientos de duelo, de amor o de simple contacto con los demás.
Todos los elementos que Lucía despliega, como una instalación al centro de la sala con telas anudadas o los sentidos textos manuscritos que cuelgan de las paredes, dan cuenta de esta lucha por zafar de las barreras sociales y anímicas, vencer el dolor y salir a flote. Una fotografía reflexiva que apuesta al color y a la expresividad; imágenes que despiertan –muy distantes de cualquier banalidad publicitaria – efusividad en quien las contempla, como si nos invitaran a una continua liberación de la conciencia.
Lucía había comenzado fotografía a los 13 años. Realizó tres exposiciones individuales y dos colectivas, y el premio Mandello la llevó a una residencia artística en Francia. En el texto principal de la sala, Lucía escribió: «La fotografía me salvó la vida. La gente que estuvo alrededor mientras yo hacía fotos me salvó la vida». Nos toca a todos, ahora, sostener su obra. A su fallecimiento, el fotógrafo Roberto Fernández Ibáñez escribió: «Lucía Flores Curiel deja una impronta con piezas de culto que, me aventuro a vaticinar, quedarán grabadas para siempre en la memoria colectiva de la fotografía uruguaya». El primer mandamiento de Elías Canetti, «No morirás», es, ahora y más que nunca, nuestro.
1. «Volver a mí». Hasta el 6 de abril en el primer piso del CDF.