La secuencia es así: Simón Fisher, un ingeniero experto en explosivos, harto de la catarata de pequeñas injusticias sufridas desde que su vehículo fuera remolcado por una grúa, retira sus ahorros, llena la cajuela de un auto con dinamita, lo estaciona mal, espera que se lo lleven mientras moja una medialuna en un café cortado y sonríe brevemente. Ya en el estacionamiento, la grúa deposita el auto mientras una mujer le dice al empleado del lugar, que está protegido por un vidrio de seguridad: «Vos sos un completo maleducado y esto es completamente fascista, tengo que pagar primero y discutir después, hasta que no pase una tragedia no van a parar ustedes…». Acto seguido: ¡boom! El autobomba de Simón hace tronar la ciudad de Buenos Aires.
La paciencia siempre tiene un límite y, en este capítu...
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