Un paso más hacia el abismo climático - Semanario Brecha
Trump y la mayor crisis del siglo XXI

Un paso más hacia el abismo climático

Donald Trump dando un discurso en la refinería Andeavor, en Dakota del Norte Afp, Brendan Smialowski

Dentro del ambientalismo se suele decir que «toda elección es una elección sobre el clima». Pues bien, siendo Estados Unidos el país que más gases de efecto invernadero ha emitido a lo largo de la historia y el segundo mayor emisor anual actual (detrás de China), su elección presidencial es, sin duda, un proceso de alta importancia en la lucha contra la crisis planetaria. ¿Qué significa entonces la nueva victoria de Donald Trump? En términos simples, es un retroceso enorme para los esfuerzos globales que buscan detener el colapso del sistema climático. Es muy probable que las medidas que se implementarán en su gobierno nos lleven a sobrepasar la meta de 1,5 grados Celsius del Acuerdo de París. Esto aumentará de manera sustantiva la temperatura en ciertas latitudes y los eventos climáticos extremos (como sequías, precipitaciones y olas de calor, entre otros), y nos acercará al incierto mundo de los «puntos de inflexión», ese momento en que traspasaremos umbrales críticos que pueden llevar a cambios significativos y potencialmente irreversibles en el sistema climático del planeta. Trump es un confeso «escéptico climático» y su primer período fue una fiel prueba de ello. Retiró a su país del Acuerdo de París y disminuyó el financiamiento climático internacional, mientras al mismo tiempo precarizó la Agencia de Protección Ambiental, promovió el fracking y la explotación de combustibles fósiles y debilitó las políticas de fomento para la transición energética. Por ello, no hay duda alguna de que su segundo gobierno seguirá la misma senda. 

Sin embargo, esta vez hay nuevos elementos que considerar. Debemos recordar que Joe Biden fue electo después de una primaria muy reñida, en la que su contendor Bernie Sanders planteó un giro estructural para la acción climática: pasar de un discurso tecnócrata y soluciones basadas en mecanismos de mercado a una agenda de transformación progresista llamada Green New Deal. Dicha propuesta evocaba la época de oro del progresismo estadounidense, promoviendo un mayor rol del Estado en la economía y como proveedor de servicios públicos. La transformación rápida y estructural de la matriz energética, el sistema de transporte y la provisión de vivienda sería al mismo tiempo la receta para vencer la crisis, crear empleo y aumentar el bienestar social. Si bien Sanders fue derrotado, Biden se vio obligado a asumir parte de este programa, y lo convirtió en una de sus principales líneas de acción. «Cuando pienso en cambio climático, pienso en creación de empleos», se convirtió en una de las frases más repetidas del presidente. La acción climática era la forma de reencantar a la clase trabajadora blanca que había dejado de votar por los demócratas. Ese sector optó por Trump en 2016, ya que el republicano prometió alejarse del neoliberalismo, el libre comercio y la globalización que habían causado la desindustrialización y la precarización material y simbólica del trabajador blanco estadounidense. 

En su programa de acción climática, Biden implementó una agenda de regulaciones ambientales de carácter administrativo y un paquete legal de múltiples medidas de fomento a la transición climática, financiados mediante gasto público. Esta legislación destina cientos de millones de dólares a créditos tributarios que subsidian la compra de autos eléctricos y paneles solares y la descarbonización de la matriz eléctrica. Paralelamente, se comprometió dinero para una verdadera «reindustrialización verde», que promueve la fabricación de vehículos eléctricos, paneles solares y baterías, así como el desarrollo de nuevas tecnologías como el hidrógeno verde y la captura directa de carbono. Después de una tortuosa tramitación en el Congreso, los demócratas lograron aprobar la ley de reducción de la inflación (IRA, por sus siglas en inglés), cuya discusión había estado detenida por meses. Solo se destrabó cuando se incluyeron consideraciones geopolíticas, en particular la competencia con China. Este es un factor que no estaba presente originalmente en la discusión, pero que ha tomado un rol fundamental para entender la política climática estadounidense. Hoy en día China domina de manera abrumadora la producción de las tecnologías para la transición, así como la extracción y el procesamiento de minerales críticos para ello. Las industrias estadounidenses no son competitivas a nivel global y el país depende del comercio internacional para la provisión de materias primas. 

La apuesta demócrata resultó electoralmente fallida. A pesar de que efectivamente ha existido un crecimiento sustantivo en la inversión climática y en la capacidad industrial verde, Kamala Harris resultó derrotada de forma clara y Estados Unidos tendrá un presidente que no cree en la crisis climática. Podemos decir con certeza que se eliminarán las medidas administrativas que buscan disminuir las emisiones mediante la regulación del sector eléctrico y los automóviles. El problemático auge de la explotación de petróleo y gas (y su exportación) se acelerará. Por otra parte, el aislacionismo internacional congelará aún más la lenta aplicación de planes de transición en el resto del planeta y arietará el cumplimiento de las metas del Acuerdo de París. Todo esto en medio de una década crítica para la transición, años en los que verdaderamente nos estamos jugando la estabilidad del clima a largo plazo y la posibilidad de mantener sociedades complejas funcionales durante las siguientes décadas. 

En contraposición a este pronóstico, es necesario sumar algunos factores que matizan la situación. En primer lugar, es difícil que Trump elimine completamente el gasto público aprobado en la IRA. Sabemos que la mayoría del financiamiento ha ido a parar a proyectos localizados en estados que lo apoyan, donde han generado empleo y revitalizado zonas muy deprimidas económicamente. A esto se suma la alianza entre Trump y Elon Musk, el multimillonario dueño de una de las empresas de automóviles eléctricos más importantes del mundo, lo que hace difícil que se eliminen en su totalidad los subsidios a la compra de estos vehículos. Por otra parte, la lucha geopolítica con China continuará y queda por verse si Estados Unidos logrará ser una alternativa real para la provisión de tecnologías verdes para el resto del mundo.

En este oscuro escenario, el desafío para las fuerzas progresistas es titánico. La exitosa propuesta del Green New Deal, que fue parcialmente asumida por el gobierno de Biden, estuvo completamente ausente en esta campaña. Su «victoria» no tuvo réditos electorales y es necesario identificar las causas y reformar las estrategias que hayan sido fallidas. En momentos de auge global de proyectos políticos neofascistas, no podemos darnos el lujo de bajar los brazos y dar por perdida la batalla por una transición ecológica que contenga la crisis climática y al mismo tiempo signifique aumentos en el bienestar material de las personas. Si no somos capaces de hacerlo, estamos condenados a un futuro incierto, en el que el debilitamiento de las democracias se encontrará de frente con una desestabilización climática inédita. Es probable que en ese momento ya sea muy tarde. 

* Pedro Glatz es licenciado en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en Ecología Humana por la Universidad de Lund. Es fundador del Centro de Análisis Socio Ambiental de Chile.

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