«Hace unos dos meses fui padre. Mi esperanza es que mi hija no tenga que vivir la misma vida que yo vivo ahora, con miedo constante a los colonos, la violencia, las demoliciones de viviendas y los desplazamientos forzosos a los que se enfrenta mi comunidad.» Lo dijo el cineasta y periodista palestino Basel Adra al recibir, el domingo 2, junto con su colega israelí Yuval Abraham, el Oscar a mejor documental por No hay otra tierra (No Other Land). La película, hecha por ambos y por un equipo mixto de israelíes y palestinos, cuenta, básicamente, la cotidianeidad en Masafer Yatta, una comunidad que reúne a unos 20 pueblitos y que está ubicada en la periferia de Hebrón, en la Cisjordania ocupada (véase «Que les llegue al corazón», Brecha, 7-III-25). Adra habita en Masafer Yatta junto con su familia. A una media hora de distancia, pero al otro lado, en Israel, vive Abraham. Además de colegas, ambos tienen la misma edad: 28. «Hemos hecho esta película, palestinos e israelíes, porque nuestras voces juntas son más fuertes. Nos vemos los unos a los otros», contó Abraham. Dijo también ser consciente de la disparidad de situaciones entre él y su amigo Basel. «En dos días volveremos a una tierra en la que no somos iguales. Yo vivo bajo una ley civil, Basel bajo una ley militar. Yo tengo derecho a voto, él no; yo soy libre de moverme a donde quiera en esta tierra y Basel, como millones de palestinos, está encerrado en la Cisjordania ocupada.» «Este apartheid debería resultarnos insoportable a todos, pero está lejos de terminar», dijo luego el cineasta israelí en una entrevista.
No pasó ni una semana del Oscar que nuevamente una aldea de la comunidad de Masafer Yatta, Umm al Khair, fue atacada por colonos. Llegaron por la noche, enmascarados, y con porras y bastones la emprendieron contra los habitantes, denunció el canal árabe Al Jazeera. Sam Stein, un israelí que vive en la zona desde hace cinco años, le contó a la agencia española EFE (5-III-25) que a los pobladores de Umm al Khair «los colonos les vendaron los ojos en plena noche y les hicieron jurar lealtad a Israel». «Había violencia de los colonos antes del premio y la seguirá habiendo después del Oscar, eso es seguro», dijo a su vez Tariq Hathaleen, un docente y activista palestino que vive en Umm al Khair y que suele grabar, al igual que Basel, los ataques cotidianos de los ocupantes israelíes que arremeten contra los palestinos, sus casas, sus escuelas, sus cultivos. «Grabarlos es lo único que podemos hacer, no tenemos el privilegio de enfrentarnos a las autoridades de la ocupación. Los ataques de ese tipo, respaldados habitualmente por el Ejército israelí, son cada vez más comunes, afirmó, y destacó que desde el 7 de octubre de 2023 la violencia de los ocupantes ha llegado a un nivel nunca visto desde comienzos de siglo.
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El Centro de Información Israelí para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados, conocido como B’Tselem, no duda en hablar de «gazaficación» para referirse a la situación en Cisjordania. Según consigna en su último informe, citado en la edición del lunes 10 del diario inglés The Guardian, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) están aplicando en Cisjordania «los mismos métodos y las mismas tácticas militares» que han aplicado en la Franja de Gaza desde hace casi hace año y medio (bombardeos aéreos, ataques directos a civiles, desplazamientos forzados de población), que se suman a las destrucciones de viviendas y todo tipo de construcciones palestinas, un rasgo propio de las intervenciones en Cisjordania desde hace décadas. «El desprecio total por el derecho internacional manifestado por Israel en su guerra en Gaza se está replicando ahora en Cisjordania», dijo el director ejecutivo de B’Tselem, Yuli Novak. «Hay un cambio conceptual» en la manera de actuar de los militares israelíes en los territorios ocupados, agregó, y tomó como ejemplo más claro
de esa evolución los ataques aéreos, cada vez más frecuentes e indiscriminados. El número de muertos en estos 17 meses solo como consecuencia de los bombardeos por aire ya es bastante mayor al que B’Tselem registró durante los cuatro largos años (entre 2000 y fines de 2004) que duró la segunda intifada, como se llama a las rebeliones populares palestinas en los territorios ocupados. En aquella época, afirma el grupo, los bombardeos israelíes causaron la muerte de 79 palestinos, incluidos diez niños; en los 64 que han tenido lugar desde el 7 de octubre de 2023, los palestinos muertos superaron los 260, entre ellos al menos 41 menores.
Otras fuentes, que contabilizan también los asesinatos cometidos por colonos y por militares israelíes en acciones por tierra, sitúan el número de víctimas palestinas desde el 7 de octubre de 2023 y hasta esta misma semana en 903, entre ellas, 180 menores de edad. «El ensañamiento con los niños es otro de los signos de la gazaficación en curso en Cisjordania», señala el informe de B’Tselem. En su nota del lunes pasado, entre cuyos autores aparece el periodista judío uruguayo Quique Kierszenbaum, el Guardian recoge testimonios de familiares de seis niños palestinos asesinados por israelíes. Cuentan: «Rigd Gasser, padre de Ahmad Rashid Jazar, de 14 años, dijo que su hijo recibió un impacto de bala en el pecho el 19 de enero cuando salía de una tienda en su pueblo natal Sebastia, donde había ido a comprar pan. Gasser estaba en un café cuando escuchó los disparos y salió corriendo cuando escuchó las llamadas de ayuda. “Me acerqué y reconocí a mi hijo. Lo reconocí por su ropa, su cuerpo estaba cubierto de sangre”, dijo. “Desde el comienzo de la guerra, [las fuerzas israelíes] han estado viniendo aquí todos los días. Lanzan ataques por la mañana y por la tarde.” La sobrina y el sobrino de Muhammad Khreiwish se encontraban entre las víctimas más jóvenes. Sham Abu Zahara, de 8 años, y Karam Abu Zahara, de 5, murieron junto con sus padres y otro tío el 3 de octubre de 2024, cuando un ataque aéreo tuvo como objetivo un café en Tulkarem. El café estaba en la planta baja de un edificio de apartamentos y la familia Abu Zahara vivía al lado. Khreiwish llegaba para visitar a su hermana Saja cuando una explosión lo arrojó de su bicicleta. Mientras la gente salía corriendo del lugar, él corrió a buscar a la familia. Una vez dentro, se encontró con una escena horrible. “Encontré pedazos de cuerpos que no podía reconocer y luego vi a mi sobrina”, dijo. Pidió ayuda, pero ella había muerto de inmediato. Todo lo que pudo hacer fue envolver su cuerpo destrozado y llevarlo a la morgue del hospital».
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Otro de los signos que aproximan lo que se vive en los territorios ocupados a lo que ha sucedido en la Franja de Gaza –y sigue sucediendo a pesar de la (fragilísima) tregua vigente hace casi dos meses– son los ataques a los campos de refugiados a los que los palestinos de Cisjordania han sido obligados a huir. «Hay campos de refugiados enteros de Yenín siendo arrasados por misiles y demoliciones masivas con bulldozers. La ciudad de Hebrón –emblemática por su templo, donde habría tumbas de patriarcas bíblicos– es también asediada», narra el periodista argentino Julián Varsavsky en una crónica publicada esta semana en el diario Página12. En los campos de refugiados de Yenín, dice, «20 mil palestinos –hijos y nietos de los desplazados de 1948– fueron desplazados y sus barriadas destruidas, incluidos servicios de agua y electricidad, y las calles arrasadas para que no puedan volver. En Yenín, un bloque de viviendas entero fue demolido con detonaciones controladas. De a poco, los campos de refugiados de Cisjordania están siendo gazaficados. Israel llama a esta acción Operación Muro de Hierro, que lleva mes y medio y abarca a los poblados de Tulkarem, Nur Shams y Al Far’a. El Ejército israelí aduce que ataca a grupos de resistencia armada. El resultado evidente es el desplazamiento de todos los habitantes de esos campos de refugiados: ya son 40 mil. Los militares les advirtieron que no regresen: pareciera que se instalarán allí de manera definitiva con sus tanques».
Y está la ocupación ilegal de tierras palestinas. Desde el 7 de octubre de 2023 hay 40 nuevos asentamientos judíos en Cisjordania, un ritmo de crecimiento nunca visto. Alrededor de 50 comunidades rurales palestinas han sido atacadas en estos 17 meses.
La segregación de la población palestina también va en aumento. En Hebrón viven alrededor de 220 mil palestinos y unos 800 colonos ocupantes, custodiados por 650 militares israelíes, dice la nota de Página12. Los palestinos tienen que atravesar alrededor de unos 500 checkpoints, de controles militares, para poder moverse dentro de sus propias ciudades, y qué decir para cruzar hacia Israel, de la que un gran muro los separa. Israel abre y cierra esos checkpoints a su gusto y gana, a veces los cierra por meses, y en cada uno de los controles los palestinos son humillados de las más diversas maneras. Cada vez en mayor grado, cada vez más violentamente, dice el informe de B’Tselem. «En Hebrón, los palestinos pueden quedarse encerrados durante semanas dentro de cada barrio», apunta, por su lado, el argentino Varsavsky. Y destaca que, según un relevamiento de 2019 de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, había en la ciudad 111 puntos de control y obstáculos militares, 60 de ellos en el casco antiguo. «Hay maestros que para ir a trabajar deben atravesar seis cruces. Y si a los soldados se les antoja no abrir alguno, los chicos se quedan sin clase.» Sucede
muy seguido.
En enero, el ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich, halcón entre los halcones en el gobierno de Benjamin Netanyahu, fue meridianamente directo en su honestidad brutal: si los palestinos de Cisjordania «continúan con el terrorismo», dijo, «deben saber que su destino será como el de Gaza» y los campos de refugiados de Tulkarem y Yenín «se parecerán a los de Jabalia y Shujayah», en la Franja. Entre 2023 y 2024 la aviación israelí se ensañó con estos dos últimos campos gazatíes. En el de Jabalia, el más abigarrado, vivían, a fines de 2023, unas 116 mil personas en poco más de 1,4 quilómetros cuadrados, una densidad de población entre las mayores del mundo. En una serie de bombardeos entre fines de octubre y comienzos de noviembre de 2023, en solo cuatro días, alrededor de 400 gazatíes fueron asesinados, en su gran mayoría mujeres y niños. Una mezquita y un mercado fueron arrasados. La excusa de los israelíes fue que en el campo se escondían «jefes terroristas». Los habitantes de los campos cisjordanos están convencidos de que, si nada cambia, es decir, si no se fuerza a Israel a cesar sus ataques, les sucederá lo mismo que a los gazatíes. «En Gaza los obligaron a irse y los mataron, y aquí ahora es lo mismo», dijo a los periodistas del Guardian Fatma Shab, una mujer de 63 años que debió abandonar su casa en el campo de Nur Shams ante el avance de las FDI.
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La invasión de las tropas israelíes a los campos de refugiados palestinos del norte de Cisjordania lleva más de siete semanas. Nunca había habido una ofensiva así de larga, ni en un espacio territorial tan amplio, en las últimas dos décadas. Nunca había habido tampoco un desplazamiento tan masivo
de población palestina desde la guerra de los Seis Días, en 1967. En los campos de Abu Sariye y Nur Shams, dos de los tres atacados desde enero, vivían hasta ahora algo menos de 35 mil personas; quedan entre 4 mil y 5 mil, según le dijo al diario español El País (9-III-25) Abdala Kmail, gobernador de Tulkarem, una de las principales ciudades de Cisjordania, teóricamente administrada por la Autoridad Nacional Palestina. «El ejército israelí está actuando allí como si fuese una zona de guerra, como Gaza o Líbano. Está buscando crear una nueva realidad», dijo Kmail. Yehuda Shaul, codirector del centro de análisis israelí Ofek, atribuyó, a su vez, la violencia extrema con que operan los soldados ocupantes a que la mayoría actuaron previamente en Gaza, «donde se acostumbraron al ambiente de impunidad y venganza posterior al ataque de Hamás de octubre de 2023. Aunque se mueven en un contexto diferente, están muy influidos y tienen normalizado el modo de operar en Gaza. Hace que sean mucho más agresivos». La tregua en Gaza y el alto el fuego en Líbano permitió a la cúpula militar israelí concentrar tropas en el norte de Cisjordania, para desde allí ir avanzando. ¿Hasta dónde?
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La idea inmediata de los mandos militares israelíes, según un plan difundido a fines de febrero por un canal de televisión muy cercano a Netanyahu citado por El País, consistiría en «rediseñar» por completo Cisjordania. Los campamentos de refugiados, por ejemplo, serían modificados en su estructura, «con edificios más altos y vías de dos carriles» para permitir el ingreso de los blindados israelíes e impedir las emboscadas a las tropas de ocupación, facilitadas hoy por la existencia de casas abigarradas y calles estrechas.
Difícil que las cosas queden allí. Los sectores más extremos del gobierno israelí se sienten con viento en la camiseta como para hacerse con el control total de Cisjordania y Gaza. Estados Unidos les ha dado prácticamente carta blanca. El gobierno de Joe Biden avaló y apoyó militarmente el exterminio en la Franja. El actual de Donald Trump se plantea ir incluso más lejos, con su plan de limpiarla de palestinos y construir allí resorts de lujo para multimillonarios. Respecto a Cisjordania, los mandamases washingtonianos ya han dejado claro que su futuro jamás lo decidirán los palestinos. En todo caso lo harán los israelíes, siempre y cuando a ellos, los mandamases, el negocio les cierre.