Hay películas que son películas y otras que son experiencias. Vivir una conmoción profunda mirando cine uruguayo siempre es movilizador, y más en este tiempo en el que lo supuestamente innovador tiene tantas obligaciones metalingüísticas de pretendida elegancia. Pero de pronto esta cronista, que tuvo un día difícil porque el mundo no da tregua, llega al cine, al precioso festival Tenemos que Ver –odisea de insistencia política que se va conformando como una de las instancias anuales más interesantes de nuestra cultura audiovisual–, y se encuentra con el preestreno de una extraña historia de amor que le rompe la cabeza y el corazón. Qué alivio el arte, qué cosa más hermosa.
El largo título1 condensa, de manera simbólica, muchas de las temáticas que atraviesan la pantalla: la lucha contra la...
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