Este segundo disco1 de Lucía Severino actúa en el mismo ámbito estilístico de su debut Los días (2014): mayormente lo que hace es una especie de pop con elementos de rap y tecno, pero en el que los sonidos programados, sampleados o sintetizados conviven casi siempre con una banda beat (batería, bajo, guitarras, teclados y coros). Su voz lisa, su interpretación despojada, sus textos intimistas o existenciales que lidian con una especie de sabiduría de entrecasa, su acento mismo y su condición de mujer, la apartan del referente más rudo y callejero del hip hop, pero a su vez el componente tecno-rapero impregna su pop de cierta seriedad introspectiva, que juega con los ritmos potencialmente bailables de la mayoría de las canciones.
El disco contó con la valiosa colaboración de Álvaro Reyes como técnico de sonido, productor artístico y coarreglador. Su participación, asociada a la inteligencia musical de Lucía y la competencia de los músicos que la rodean, tiene que ver con la solidez sonora del disco, que recurre a una trama densa de eventos (instrumentos musicales, sonidos programados y además, muchas veces, ruidos documentales), rellenando todos los espacios, pero disponiéndolos con la habilidad suficiente como para que ninguno se pelee con el otro: todo suena, cada cosa tiene su ambiente y su lugar, y se distingue tanto una sutil línea lejana y tenue de órgano como la batería contundente y el bajo grave y gordo. Es un estándar de arreglos pop de a partir de los años setenta, cuyos principales referentes suelen contar con producciones carísimas y trabajar en estudios millonarios, y que esta gente logra realizar a su manera en forma competente, que suena y funciona muy bien.
Lucía hace más que urdir canciones pasibles de ser registradas como de su autoría, realmente compone, es decir, cranea sus temas con ingenio, explora recursos, tantea. Por ejemplo, la primera canción, que es el corte de difusión del disco, “Estamos como queremos”, podrá sonar bastante común, sobre todo su ritornelo de guitarra eléctrica con un toque blusero dado por el quinto grado rebajado. Pero tiene una estructura interesante, en la que estrofas y estribillo están basados en el mismo ciclo armónico y las mismas notas melódicas básicas, cambiando únicamente el arreglo y la forma de tocar (más masivo en los estribillos) y la articulación rítmica de la melodía. Ese minimismo se revela aun más radical si observamos que la melodía consiste esencialmente en una línea paralela al bajo, a distancia de una quinta, lo que contribuye al aire lejanamente medieval (como en un organum), que juega con el aire de sermón –en el sentido de comunicación convencida de una sabiduría– que tiene el texto (“Estamos como queremos/ cada parte del presente es todo lo que tenemos/ estamos como queremos/ mirar atrás no es el pasado, es entender lo nuevo”). Para compensar ese material parco y rígido, la parte vocal hace una notable variedad de disposiciones rítmicas, donde nunca hay repetición de un mismo esquema (excepto, obvio, por las repeticiones del estribillo).
La mayor parte del disco gira alrededor de un cuerpo estilístico asociado a lo anglo (pop, rock, hip hop, funky, reggae). Pero hay también una cumbia villera (no muy villera). “Mis ismos” es un rap que abre con un ritornelo medio metalero, luego sigue en compás de siete y desemboca en malambo, con bombo legüero y todo. “Las paredes” es una milonga-pop que cuenta con las valiosas y emblemáticas participaciones de Rubén Olivera en voz y guitarra, y Mario Gulla en violín. “Secreto invisible” recurre al “ritmo McCartney” y se escapa totalmente de la parquedad armónica de la mayoría de las canciones, con unos cuantos cromatismos y modulaciones que contribuyen a su espíritu juguetón y agridulce (a lo McCartney). Y “Lejano mundo” es una balada folk acompañada por sólo dos guitarras con cuerdas de acero.
En términos muy generales, lo de Lucía Severino podría describirse como una actitud beatle: se maneja con los recursos relativamente sencillos del pop pero siempre con curiosidad, juego, aventura y la disposición a ensanchar los horizontes. Lo hace con talento, onda y entrega.
- Lucía Severino y Tránsito, Presente continuo, edición de los intérpretes (apoyo del Fonam), 7064-2, 2017.