El documental Charco (de Julián Chalde, Argentina, 2017) lidia con la corriente de afecto y entendimiento entre las músicas de Uruguay y Argentina. Contiene muy buenos momentos, pero sufrió de cierta indefinición de propósitos. El vínculo entre los dos países nunca llega realmente a delinearse, porque esencialmente los argentinos homenajean a sus antecedentes o pares argentinos y los uruguayos a los uruguayos.
El disco con la banda musical de la película1 arrastra y acentúa esas incongruencias. Hay seis canciones uruguayas contra 14 surcos argentinos. El repertorio argentino comprende las figuras fundacionales del rock de allá (Charly García, Litto Nebbia, Spinetta, Gieco, Manal) y algunos de sus descendientes (Melingo, Babasónicos, Onda Vaga, Dacal). Luego hay una canción folclórica, otra folclorística (de Yupanqui), una cumbia (Gilda) y un “melódico” (Leonardo Favio), algo perdidos como representantes simbólicos del “resto” de la música argentina, sin por ello impedir alguna ausencia demasiado importante (el tango, nada menos). Por lo general cada solista aparece en un solo surco e interpreta alguna canción de otro, pero Melingo, Edú Lombardo y Dacal hacen canciones propias, y este último es protagonista en cuatro surcos. El “gran final” del disco es puramente argentino, cerrando una de las patas del repertorio e ignorando la otra. En la parte uruguaya hay algunos pesos pesadazos interpretando a compositores ídem (Hugo Fattoruso con Rey Tambor hace una canción de Mateo, Fernando Cabrera canta a Osiris Rodríguez Castillos, Jorge Drexler canta a Cabrera, Alberto Wolf canta al Príncipe). En la parte argentina aparecen Fito Páez, Pedro Aznar, Lito Vitale y Gustavo Santaolalla, pero predominan los músicos más alternativos.
Mi costado obsesivo se incomoda con esa prescindencia de criterios. Pero si me olvido de eso y encaro el disco como si fuera un programa de radio que ligué de casualidad, es una gozosa colección de música, tanto en lo referido a las composiciones como a las versiones. Asumo que los fanáticos de la música uruguaya conocerán todas las canciones locales (son todas “clásicos”), y los de Argentina quizá también estén familiarizados con las de allá. Pero dudo de que haya algún oyente que conozca la totalidad de este programa. Así que el disco implica el doble placer de, por un lado, apreciar excelentes versiones de canciones famosas y, por otro lado, conocer cosas nuevas y valiosas.
Debido a las circunstancias y al espíritu de la película, la mayoría de las versiones tienden a lo acústico. Algunas bordean el cover (siempre de realización exquisita), pero hay varios abordajes originales y algún replanteo radical (sobre todo la versión masiva, gozada, fiestera y con espíritu neo-jipi, de “La pura verdad”, de Yupanqui, realizada por un conjunto ad hoc). El disco es buenísimo, de inicio a fin, pero hay algunos destaques: Fito cantando “No soy un extraño”, de Charly, con la intensidad habitual y acompañándose al piano con tremendo swing; la voz rústica de Sofía Viola haciendo “Fuiste”, de Gilda; el virtuosismo del piano de Hugo, jugando con la polenta de los tambores de candombe, en “Nombre de bienes”, de Mateo; “Quedándote o yéndote”, de Luis Alberto Spinetta, cantada en forma conmovedora por su hija Vera (qué divino que canta, además de ser tan buena actriz); Mandrake haciendo “Ángel de la ciudad”, del Príncipe (la grabó en una mesa de boliche, con el ruido del tránsito al fondo, tan adecuado a la canción); Cabrera haciendo “De Corrales a Tranqueras”; Dolores Solá (de La Chicana) revelando una veta de canto a lo Violeta Parra en su versión de “El pajarillo”. El disco suena muy bien, y no podría ser de otra manera, ya que está producido y masterizado por uno de los más destacados ingenieros de sonido de la región, el argentino Andrés Mayo, ideólogo del proyecto.