Dicen que la murga hace reír y reflexionar, y es cierto. Pero a mí también me hace llorar. Nada conmueve mi montevideano corazón como un coro de murga bien plantado, que en su polifonía tiene belleza para regalar.
Hablo de versos como: “Murga es el imán fraterno/ que al pueblo atrae y hechiza/ murga es la eterna sonrisa/ en los labios de un Pierrot” (despedida de la Milonga Nacional, 1968, versos de Carlos Modernell); “Dicen que la murga es/ un bombo y un redoblante/ la murga es viento de voces/ que te impulsa hacia adelante” (retirada de Falta y Resto, 1982, versos de Raúl Castro); “Hoy/ rompió la lira su mutismo y a su son/ van/ mariposillas portadoras de ilusión” (saludo de Araca la Cana, 1937, versos de Radamés Veccio), y en forma muy especial: “Buenas noches/ auditorio/ con satisfacción lograda/ ya se marchan/ los patitos/ a alegrar otra barriada”, que más allá de ser la retirada de los Patos Cabreros del Carnaval de 1951, con versos de Eduardo Gamero, es una de las canciones uruguayas más conmovedoras de todos los tiempos, en la versión que sea.
Sobre fines de los sesenta y comienzos de los setenta ocurrió una revolución y nació la murga-canción. El Carnaval empezó a dejar de ser una música de febrero, cantada únicamente en los tablados. José Carbajal, el “Sabalero”, escribió nada menos que “A mi gente”, y Los Olimareños grabaron en 1971 esa obra maestra llamada Todos detrás de Momo, con versos y melodías de Ruben Lena. Poco después, Jaime Roos proyectaría la labor de esos pioneros a dimensiones jamás imaginadas con temas de su autoría como “Los olímpicos” (1981), “Adiós juventud” (1982), “Los futuros murguistas” (1984) o “Colombina” (1991). Sin la obra de Jaime difícilmente la murga-canción estaría tomando hoy tantas nuevas direcciones, como las que resultan en las propuestas musicales de Emiliano y el “Zurdo”, el “Alemán”, Tabaré Cardozo o Alejandro Balbis.
Una segunda revolución en el género sucedió hace 15 años, cuando Pablo “Pinocho” Routin y Eduardo “Pitufo” Lombardo escribieron Murga madre, una obra teatral que dirigió Fernando Toja en la que dos personajes hacen una deconstrucción, casi una disección, de todo el micromundo murguero. Con una gestualidad divertida, descontracturada, creativa y por momentos inquietante, cantan un puñado de enormes canciones secundados por una sólida banda (casi todos frecuentes acompañantes de Roos), logrando un sonido de murga estremecedor que cuenta, en ciertos momentos, hasta con las preciosas voces femeninas del cuarteto La Otra.
Los dos personajes centrales realizan, desde un evidente amor por la murga, una despiadada crítica a muchos elementos del ámbito carnavalero. Es un espectáculo que oscila continuamente entre la alegría, la melancolía y una actitud de profunda reflexión, lo que toda murga bien plantada debe mostrar, además de buenas voces.
La obra empezó a los tumbos, haciendo funciones para menos de diez personas. Pero la voz se corrió, el público empezó a llenar las salas y la pieza se convirtió en un clásico. Se ha editado, en un formato especial y al cumplirse 15 años de su estreno, una versión en CD del disco grabado en aquel entonces, acompañada por un Dvd en el que vemos ensayos, clips y la obra completa con muy buena calidad de audio y de imagen.1
No hay con qué darle a este disco, todos los temas son imperdibles: desde la simpatía de “No hay más cocoa”, hasta la melancolía de “Noche fallida”; del alma salsera de “El cuplé”, al funky de “Qué casualidad”, en el que brillan las voces de La Otra; de la hipnótica milonga “Murga madre” –que tiene algo de la “Milonga de la guarda”, de Jaime Roos, en su disco Aquello, de 1981–, a la que es, a esta altura, un auténtico clásico del género: “Bien de al lado”.
La dupla protagónica trasunta la confianza y la complicidad de años de experiencia trabajando juntos. En general las músicas son de Pitufo y las letras de Pinocho, pero hay excepciones, como “Bien de al lado”, que es de Pitufo en letra y música.
Así, sin vueltas: son un CD y un Dvd que todo fanático de la murga debería tener. Y una obra que hay que volver a ver, porque mostró hasta dónde puede llegar la murga cuando se enlaza al teatro por un hilo invisible, que no es otra cosa que el talento químicamente puro de sus dos creadores. Por fortuna volverá a estar en cartel muy pronto: el 16 de octubre en el Auditorio Adela Reta del Sodre. Luego de ese día, Pitufo y Pinocho se marcharán con Murga madre a alegrar otras barriadas quién sabe hasta cuándo. No hay que perder esta oportunidad de cantar con ellos.