CON SU NUEVO disco Rossana Taddei regresa a un sonido beat pleno. En casi todos los surcos su voz está respaldada por guitarras eléctricas, bajo y batería, casi siempre espesados con teclados y, a veces, trompetas y percusión. Las músicas que no son funkeadas tienen casi todas backbeat. No es un sonido agresivo ni tampoco bailable, pero se encuadra decididamente en una sensibilidad pop-rock. Los arreglos de base se centran en el bajo poderoso de Alejandro Moya, alrededor del cual se añaden las guitarras de Santiago Montoro y la batería de Gustavo Etchenique. Ese concepto está llevado adelante con sabiduría para dejar siempre espacio a la amplia voz de la cantante, sin dejar de respaldarla en forma sólida, llevadera e interesante. A ello se añade un uso creativo del estudio (mérito del técnico Gastón Ackerman, quien además participa como músico y comparte la producción con Rossana, Moya y Etchenique).
Salvo por la canción italiana “Amandoti”, todas las composiciones son de Rossana Taddei. Ella suele usar recursos relativamente sencillos, pero tiene una inteligencia excepcional para, con ellos, urdir unas músicas memorables, distintivas y gozosas, y que además se prestan de maravilla para que despliegue su voz excepcional, a veces potente, a veces intimista, a veces blusera y otras lisa, a veces curtida y grave, en otras fresca, en otras brillante y cortando el aire, casi siempre obrando como una celebración de vitalidad y energía.
Su originalidad puede ser más radical, como en “Anémona”, la única canción que no usa la banda beat. La melodía está cantada a dos voces octavadas dobladas por un piano y con el solo acompañamiento de un contrapunto de bajo. El ritmo es aditivo y bien marcado, salvo en unas secciones cantadas con rubato, en las que la voz se eleva líricamente por una escala completa sobre un vacío amplio de resonancia y eco, evocando algún folclore imaginario de una región mediterránea montañosa. La mayoría de las canciones son más normales, y en ellas se destaca una originalidad más sutil, que se traduce en la rara capacidad de generar contornos pegadizos, de esos que uno escucha por primera vez y se establecen en forma tan plena que es como si siempre hubieran existido.
Algunos textos opinan críticamente sobre la existencia (como en “Ilusión”, sobre los apegos consumistas –“El vacío llenando el vacío”–). Con más frecuencia se plantean preguntas, a veces serias, otras veces lúdicas, jugando con las ideas y los sentidos en forma sensible, ocurrente y llena de poesía, curtiendo musicalmente la sonoridad de las palabras, como en “La primera canción”, que tiene forma de cadena (“La primera canción sucede sin saber/ es un soplo de aire que se cae en la alfombra/ La primera alfombra que me llevó a volar/ me paseó por infinitos planetas azules/ Los primeros azules…”).
El disco cuenta con participaciones vocales puntuales destacadas de Alberto Wolf, Eli-u Pena y Sara Sabah. Trae como yapa una versión en francés de la conocida “Poder sonreír”. Probablemente se destina, al igual que “Amandoti”, al público de la carrera paralela de Rossana Taddei en Europa (sobre todo en Suiza). Suena un poco extraña, porque no puedo imaginarme nada fonéticamente menos francés que el “lalaialaialaia” del ritornelo de ese clásico de Rossana, pero quizá la versión contribuya a que esa canción estupenda cumpla su destino de hit mundial. La compositora se lo merece, y el mundo también.
De acá a fin de año habrá una oportunidad por semana, en distintas localidades del sur del país, para ver en vivo a Rossana Taddei haciendo su nuevo repertorio (y agregando a la musicalidad su encanto escénico). Hoy viernes estará en el bar Andorra (Montevideo), el sábado 15 en la Taberna das Artes (Colonia) y el sábado 22 en Origen (Sauce, Canelones).