Territorios en disputa - Semanario Brecha

Territorios en disputa

La paridad, los cuerpos y el sujeto político del feminismo.

“La República de Gilead, decía Tía Lydia, no tiene fronteras. Gilead está dentro de ti.”

El cuento de la criada, Margaret Atwood, 1985

Ana quedó embarazada. No estaba en sus planes y no quiere hijos. Quiere tenerlos más adelante. O ya los tuvo y ya los crio. El progenitor es un agresor. Ana quiere terminar de estudiar. Tiene un nuevo desafío laboral. Considera que no tiene las condiciones materiales. Va a viajar por el mundo. Quiere ser candidata en las próximas elecciones. O simplemente no tiene ganas de ser madre. Recurre al servicio de salud para interrumpir el embarazo legalmente. Deberá regresar cinco días después –durante los cuales deberá reflexionar– y presentarse en una de las tres ventanillas. Si Ana mantiene su decisión de abortarlo, debe dirigirse a la ventanilla A. Si Ana cambió de opinión y decide tener a su hijo, debe dirigirse a la ventanilla B. Si Ana quiere darlo en adopción, debe dirigirse a la ventanilla C. En el último caso, deberá hacerse todos los controles en horarios que no coincidan con los de clase o con los de ese trabajo nuevo al que no puede faltar. Quizás deba postergar ese viaje. O cancelar alguna gira de campaña. Todo eso en el mejor de los casos: si no le toca un embarazo riesgoso y debe hacer reposo, si no le toca hacer la dieta infame para mantener a raya el azúcar en sangre. Si el embarazo es normal, a los exámenes de rutina se sumarán los talleres de preparación del parto. O el nacimiento puede ser quirúrgico. No bien la criatura salga de su útero, Ana la entregará sin mayores dificultades a “una familia que sí lo quiere”, mientras se recupera del letargo de la anestesia. Luego volverá a su casa, a su trabajo, a su lugar de estudios y a los controles posparto como si nada.

Suena absurdo. Podría ser una novela de ficción. Pero no. Son los planes de un candidato con posibilidades de ser el próximo presidente. “Primero, educación sexual; segundo, métodos anticonceptivos; y tercero, que una vez gestado pueda nacer. Me gustaría trabajar para tratar de que aquellos hijos no queridos tengan la posibilidad de nacer porque hay muchos padres que están esperando recibir un hijo. Entonces, si bien la ley se va a mantener, a uno lo que le gustaría es que no se realicen abortos”, detalló Luis Lacalle Pou en la televisión pública. La periodista le había preguntado si introduciría alguna innovación respecto de la agenda de derechos.

Ese mismo candidato había sorprendido el domingo anterior con una fórmula paritaria. “Por género no fue. Voté la ley de cuotas, pero no la elegí por ser paritaria, sino porque Argimón, que es mujer, tiene las condiciones. Muchas de sus condiciones obedecen a su género: una forma de tratar, una forma de sentir, una forma de entender, un buen humor, una persona muy afable, con una sensibilidad muchas veces distinta a la de los varones. Beatriz está porque es una gran dirigente político (sic).” No todas tenemos esa forma de tratar, de entender o de sentir, cualquiera sea el modo en que Lacalle Pou nos está imaginando. Y no todas somos afables. No somos paridas en serie ni traemos atributos de fábrica. “Yo creo en la igualdad de oportunidad –continuó–. Muchas veces nuestra sociedad y nuestra actividad política tienen costumbres muy masculinizadas.” Muy patriarcales, mejor dicho. Los varones tampoco son paridos en serie ni traen atributos de fábrica. Eso sí, tienen más oportunidades que las mujeres. Y las mujeres pobres tienen menos oportunidades que los varones en esa condición, y que las mujeres de clase media.

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La conformación de fórmulas paritarias hizo saltar los resortes del patriarcado, esa palabra que la derecha ha apodado “ideología de género” yque a la izquierda la interpela, la incomoda y la irrita. El asunto también le tiró de la lengua a Julio María Sanguinetti. “No tenemos una mujer que se haya postulado, no tenemos una mujer que se haya candidateado o haya tenido una presencia de ese tipo; desgraciadamente, diría yo. Confiamos en que la próxima elección la tengamos. Porque eso tampoco se puede inventar. Quienes somos feministas no creemos en la mujer por decreto, sino en la mujer por mérito” (radio Monte Carlo, 4‑VI‑19). ¿Qué mérito le pidió el dos veces presidente al compañero de fórmula de Pedro Bordaberry, el ex futbolista Hugo de León? ¿Cómo que las candidaturas no se pueden inventar? Las candidaturas se construyen. ¿Acaso no fue esa su intención con Ernesto Talvi antes de que el economista emprendiera su propio camino? Sanguinetti, el mismo que votó a favor del proyecto de despenalización del aborto que después Tabaré Vázquez vetó, coloniza el sujeto político del feminismo, toma su voz y, por ende, lo desconoce. Y a esta altura, desconocer el sujeto político del feminismo rebasa el límite de lo tolerable.

En tiendas frenteamplistas, al ex presidente José Mujica lo aturde el “griterío feminista”. Parece claro que el sistema de opresión pone huevos en las canastas de todo el espectro, de derecha a izquierda. Tanto en los sectores conservadores que creen en la igualdad de oportunidades como en aquellos que, en cambio, reivindican las desigualdades de clase. De derecha a izquierda, estas declaraciones, anticuadas y cansadoras, fueron dichas a los micrófonos con muy pocas horas de diferencia durante la semana posinternas.

Hay cosas que hoy suenan ridículas. Por ejemplo, escuchar a un candidato presidencial hablar de “padres” y “familias” como destinos de los hijos no deseados, pero nunca hablar de Ana. Escucharlo especular sobre qué puede hacer Ana con su cuerpo o, más aun, sobre lo que a él le gustaría que Ana hiciera con su cuerpo. El sujeto político del feminismo queda anulado al no considerar a las mujeres más allá de su potencial reproductivo o de sus “cualidades femeninas”. ¿Hay algo más utilitario que “trabajar” para que las mujeres gestemos hijos no deseados y los entreguemos a “familias que sí los quieren”? Luis no se atreverá a tocar la ley de interrupción voluntaria del embarazo, pero no resignará la disputa cultural. Los avances legales pueden mantenerse, pero eso no impide que los discursos retrógrados florezcan y tallen en el cuerpo de Ana. En los proyectos de vida de las mujeres, en las subjetividades cultivadas por los feminismos.

“Las mujeres tienen una enorme responsabilidad sobre la educación de sus hijos porque ahí es donde empieza la matriz patriarcal.” La negación solapada o implícita de la responsabilidad de los varones en este razonamiento de Mujica sí que aturde.

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En 1931, luego de proclamarse la Segunda República Española, dos mujeres fueron electas por primera vez en un parlamento de 465 bancas. Una de ellas, Clara Campoamor, logró que las mujeres –e incluso ella misma– pudieran ejercer su derecho al voto. Campoamor había sido electa, pero no había podido votar. O, dicho de otra manera, las mujeres no podían votar, pero podían ser elegidas por los varones. La tarea de Campoamor fue ardua, al punto de lidiar con sus compañeros de izquierda que temían perder la elección: influenciadas por la iglesia, las mujeres irían a las urnas a votar a la derecha. Suena absurdo. Podría ser una novela de ficción. Pero no.

En 1938, les llegó el turno a las uruguayas: “Las mujeres votan, ¿qué más pueden pedir?”, concluyó entonces un periodista de la revista de difusión masiva Mundo Uruguayo.1 Casi un siglo después del hito, sigue siendo dificultoso para las mujeres políticas acceder a cargos electivos. Argimón y Graciela Villar son las primeras uruguayas de la historia en integrar una fórmula con posibilidades de gobernar. Claro, en el lugar de vice. De candidata a presidenta todavía no hablamos. “Este asunto de la mujer”, dijera Mujica, “no lo vamos a resolver sólo con decreto.(…) No sé por qué tiene que ser paritaria. Muy bien podrían ser dos mujeres. Pueden ser dos hombres también. (…) Es un verdadero obstáculo (la paridad), nosotros lo planteamos. Al haberlo acordado, ahora hay que cumplirlo. Estoy absolutamente consciente de que vivimos en sociedades patriarcales. Hay que abrir puertas a la inclusión de la mujer porque (…) no sólo hay una cuestión de derecho, hay una cuestión de conveniencia, porque estamos jugando con la mitad del cuadro” (radio Del Sol, 4‑VI‑19).

La respuesta de Rafael Michelini, al ser consultado sobre si Carolina Cosse tenía “condiciones” para ser la vice, fue la siguiente: “Si en este momento hubiera una persona que reuniera todas esas condiciones, estaría resuelto. Hay algún aspecto que ninguna de las personas que hemos conversado lo reúne. Eso es obvio”. “Personas”, dijo el senador, cuando a esa altura ya se había manejado públicamente el nombre de más de diez mujeres que no habían pasado el examen. El plenario del FA resolvió disputar el próximo gobierno con una fórmula paritaria en julio de 2017. ¿Por qué no se construyó el liderazgo de una o varias mujeres? Los exámenes que les pidieron a la única precandidata y a todas las que tiraron al asador de las redes sociales, ¿se los pidieron a Raúl Sendic?

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No es que las mujeres políticas no estén expuestas a la crítica. Todo candidato o figura pública en puestos de responsabilidad está sujeto al escrutinio público. Pero otra cosa muy diferente es pedirles a las mujeres lo que no se les pide a los varones. La política es un ámbito de disputa de espacios de incidencia. En la política partidaria esos espacios se traducen en bancas parlamentarias, en cargos de gobierno o dentro de sus propios sectores, y, en la medida en que las mujeres puedan disputarlos en igualdad de condiciones, habrá menos lugar para varones.

Para algunos dirigentes frenteamplistas, haber “cumplido” con la paridad puede significar “el riesgo” de que gane la derecha. ¿Por qué se escucha hablar del “riesgo” de que una mujer integre la fórmula oficialista y no del riesgo que supone entonar los discursos de centro, el desgaste del gobierno, la desidia sobre la militancia o la falta de un verdadero proyecto de izquierda? Parece la antesala perfecta para culpabilizar a las feministas de un fracaso electoral.

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Es palpable en la opinión pública cierto descreimiento del sistema de partidos, históricamente conducido por varones, en momentos en que el hambre electoral parece anteceder la inspiración política. ¿Esos líderes son los que van a tutelar el ingreso de mujeres? ¿Esos líderes van a decidir quién pasó el examen y quién no?

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Ana. ¿Qué hará Ana? Ana decidirá lo que le venga en gana.

1.   Mundo Uruguayo, marzo de 1938, citada en: “Giros del futuro. Sorpresas del pasado. Los colectivos de mujeres y la lucha por el espacio público”, de Graciela Sapriza (en Notas para la memoria feminista. Uruguay 1983‑1995, Cotidiano Mujer, 2018).

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