John Bolton, Mike Pompeo y compañía: Los señores de la guerra - Semanario Brecha
John Bolton, Mike Pompeo y compañía

Los señores de la guerra

En la búsqueda de un enemigo común con el que unificar a sus seguidores, la Casa Blanca acompaña su promoción de la xenofobia dentro de Estados Unidos con una política exterior cada vez más agresiva. A cargo de esta última tendencia está un grupo de creyentes en el “destino manifiesto” que, tras instigar la guerra de Irak en 2003, hoy impulsan las sanciones contra Venezuela y sueñan con una invasión a Irán.

John Bolton, asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, y Biniamin Netaniahu (derecha), primer ministro israelí, durante la visita del primero a Israel en agosto de 2018 / Foto: Afp, Pool, Sebastian Scheiner

El martes 6, durante la llamada Conferencia por la Democracia en Venezuela, realizada en Lima, John Bolton, asesor en seguridad nacional y uno de los hombres más escuchados por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, repitió una de sus frases más habituales de los últimos tiempos: “El tiempo del diálogo ya pasó, ha llegado el momento de pasar a la acción”. La utilizó para anunciar un bloqueo a los bienes del gobierno venezolano y la amenaza de sanciones a cualquier empresa internacional que comercie con Caracas. Meses atrás la había empleado para barajar abiertamente la posibilidad de una intervención militar contra Venezuela, y antes y después para alentar una guerra contra Irán. Bolton es, junto al vice Mike Pence, el canciller Mike Pompeo, el secretario de Defensa Patrick Shanahan, y, fuera del gabinete de gobierno, figuras como los senadores Marco Rubio y Tom Cotton y el ex alcalde de Nueva York y abogado presidencial Rudy Giuliani, parte de los superhalcones que marcan la política exterior washingtoniana.

Con una tradición de duro entre los duros en todo puesto que haya ocupado (en el Departamento de Estado, en el Departamento de Justicia, en la Usaid, como embajador ante la Onu), el septuagenario hombre de los bigotes tan raros para la usanza local es uno de esos conservadores de pura cepa que cree en el “destino manifiesto” de Estados Unidos. Es también un convencido de que la “primera potencia mundial no puede esperar a que un conflicto estalle para involucrarse en él y correr el riesgo de hacerlo de manera tardía, sino que debe estar en el origen de conflictos preventivos que le permitan reafirmar permanentemente su poder”, según dijo años atrás en una de sus (muy bien pagas) columnas en el muy derechista canal Fox News, propiedad del multimillonario Rupert Murdoch, íntimo amigo de Donald Trump. Cuando ejerció como subsecretario de Estado, entre 2001 y 2005, bajo el gobierno de George W Bush, Bolton fue quien armó el retiro de Estados Unidos de la Corte Penal Internacional, con el argumento de que los soldados y gobernantes de “la primera potencia mundial” no pueden ser sometidos a control externo alguno por sus actuaciones en defensa del “mundo libre”. En el mismo período, estuvo entre los principales promotores de la invasión a Irak de 2003, y a él se le atribuye la política de fake news que la justificó, como el invento de la posesión de armas de destrucción masiva por el régimen de Sadam Hussein. Cuando, entre 2005 y 2006, fue embajador del gobierno de Bush ante la Onu (una paradoja tratándose de una “institución despreciable”, como la calificó, y de un defensor ardiente del unilateralismo estadounidense) promovió la aplicación de sanciones internacionales cada vez más duras contra Irán, Corea del Norte y Venezuela. Ya manejaba entonces Bolton la posibilidad de una intervención militar contra Teherán, una alternativa que con los años fue alentando con menos tapujos. En 2015 le propuso a Barack Obama que Estados Unidos bombardeara las instalaciones nucleares iraníes. Obama no lo escuchó y poco después su administración fue parte del acuerdo internacional a seis sobre el programa atómico de la república islámica, que Trump denunciaría en mayo de 2018, ya con Bolton incorporado al gobierno. Como otros halcones republicanos, Bolton está obsesionado con provocar un “cambio de régimen” en Irán antes del cierre de 2019, año del 40 aniversario de la caída del sha y de la “imperdonable afrenta” que significó para Estados Unidos la toma de su embajada en Teherán. Cuando en febrero pasado las autoridades de Irán conmemoraban la revolución de 1979, Bolton subió un video a la cuenta de Twitter de la Casa Blanca en el que amenazaba al gobierno de ese país: “No creo que lleguen a festejar otro aniversario”, les advertía.

SIMILITUDES. En mayo pasado, el New York Times reveló, basándose en fuentes del Pentágono, que durante una reunión de los principales asesores de seguridad de Trump, tanto Bolton como el entonces subsecretario de Defensa, Shanahan, defendieron el envío a Oriente Medio de “120 mil militares”, una cifra que se acerca mucho a la del contingente que invadió Irak 15 años atrás. Hay muchas similitudes entre aquella intervención y este proyecto de intervención, escribió en 2018 Peter Beinart, profesor de periodismo en la City University de Nueva York. “En los dos casos –apuntó en The Atlantic–, los dirigentes estadounidenses temían que un ex aliado en Oriente Medio se liberara de las cadenas que lo atenazaban. En los dos casos, esos dirigentes defendían una política más agresiva, apoyada en declaraciones que intentaban meter miedo sobre los programas nucleares del régimen en cuestión. En los dos casos, los inspectores internacionales contradecían esas declaraciones alarmistas. En los dos casos, los aliados europeos de Estados Unidos defendían a los inspectores y advertían sobre el caos que una política agresiva podría generar. En los dos casos, los halcones de Israel respondían desacreditando a las inspecciones. En los dos casos, los dirigentes actuantes eran Biniamin Netaniahu y John Bolton” (8-V-18). Año y pico después, el cuadro y los actores principales se repiten como un calco.

La perspectiva de un ataque a Irán, promovida también por el secretario de Estado, Mike Pompeo (“hay que lanzar 2 mil bombas” sobre Teherán, dijo tiempo atrás), fue justificada en las semanas pasadas por los incidentes entre fuerzas navales iraníes y petroleros estadounidenses y “aliados” en el estrecho de Ormuz y por el derribo de un dron estadounidense en el cielo iraní (“¿Qué tenía que hacer un dron estadounidense allá lejos? ¿Qué hubiera hecho Estados Unidos si un dron iraní sobrevolara nuestro cielo?”, se preguntó el senador demócrata –y socialista– Bernie Sanders), así como por “el desarrollo vertiginoso” (palabras de Bolton) del programa nuclear iraní. “El gobierno de Trump miente como ningún otro (…). El propio Bolton ha sido acusado en el pasado de falsificar informaciones de inteligencia para justificar acciones contra Irak y Cuba. La manera en que utiliza ahora la amenaza iraní recuerda (…) los episodios previos a la guerra de Irak”, escribió a su vez Max Boot, un neoconservador que en su momento defendió la intervención en Bagdad y es hoy uno de los editorialistas de derecha más críticos de la política agresiva de Estados Unidos (The Washington Post, 7-V-19).

A LA FUERZA. Bolton es también partidario de “liquidar” al gobierno norcoreano, un objetivo que el extraño idilio que mantiene Trump con Kim Jong-un ha por el momento postergado. Y tiene por supuesto a Cuba y a Venezuela entre ceja y ceja. Ha sido uno de los apoyos más constantes del opositor venezolano Juan Guaidó y uno de los primeros en lanzar la idea de una intervención militar “contra la dictadura de Maduro”. Venezuela “tiene el petróleo que necesitamos”, habría afirmado durante una reunión en la Casa Blanca. Andrew McCabe, ex número dos del Fbi despedido por Trump, cuenta en su reciente libro The Threat, publicado en febrero de este año, que el presidente formuló declaraciones similares en 2017. Venezuela –dijo Trump según McCabe– “es el país con el que deberíamos estar en guerra. Tiene todo ese petróleo y están en nuestra puerta trasera”.

En la reunión de Lima de esta semana, Bolton estuvo acompañado, entre otros, por Elliott Abrams, el enviado de Trump para Venezuela. Diplomático de carrera desde hace cuatro décadas, Abrams participó en “muchos de los actos más horrorosos de Estados Unidos” en ese período, señaló la publicación digital The Intercept (1-II-19). Encubrió, por ejemplo, la masacre de El Mozote, en El Salvador, en 1981, en la que fuerzas militares entrenadas y financiadas por Estados Unidos asesinaron a unos 1.200 indígenas acusados de colaborar con la guerrilla, entre ellos unas 500 mujeres y niños. Fue también un protector del general y masacrador guatemalteco ya fallecido Efraín Ríos Montt, y un promotor, desde los primeros años ochenta, época del sandinismo “originario”, de una invasión a Nicaragua. En 2002 estuvo entre los autores intelectuales del golpe de Estado contra Hugo Chávez. Y es un mentiroso consuetudinario. En 1991, no tuvo problema alguno en admitir ante el Congreso que había ocultado información al declarar sobre el caso Irán-contras.

***

Poco después de haberlo designado asesor en seguridad, Donald Trump dijo de John Bolton, casi bromeando: “Algún día me llevará a hacer una guerra”. Por ese camino va el gobierno, afirma Max Boot, para quien es muy probable que Bolton y acólitos acentúen las provocaciones a sus enemigos (llámense Irán, Venezuela, Cuba) para desatar un conflicto. Lo único que entienden como estrategia diplomática es “la relación de fuerzas”,dice.Ni siquiera piensan en el día después, en lo que vendrá tras las guerras, más allá de los beneficios inmediatos que Estados Unidos, sus empresas y sus aliados más carnales (Israel o Arabia Saudita, para el caso de Oriente Medio) puedan obtener. ¿Qué pasaría a mediano plazo en Irán si la república islámica cayera?, se pregunta por ejemplo la investigadora Suzanne Maloney. Los precedentes de Irak y Libia, donde el caos que siguió al derrocamiento sangriento de los gobiernos respectivos se volvió incluso contra los propios occidentales, no son muy alentadores, concluye esta especialista en Irán en la Brookings Institution (Mediapart, 11-V-18).

Ilhan Omar, una de las cuatro legisladoras demócratas “rebeldes” a las que Trump invitó hace algunas semanas a “volver a su país” (ella nació en Somalia), dijo tiempo atrás que está en el Adn imperial de buena parte de los dirigentes estadounidenses intentar derrocar a gobiernos que no les son afines. Al interrogar en el Congreso a Elliot Abrams sobre la política hacia Venezuela, en febrero, Omar le preguntó: “¿Apoyaría a una facción armada en Venezuela que cometa crímenes de guerra, de lesa humanidad o genocidio si cree que beneficia los intereses de Estados Unidos, como hizo con Guatemala, El Salvador o Nicaragua?”. “No voy a responder a esa pregunta”, contestó el funcionario.

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