Cuando se produce algún acontecimiento que suscita la atención pública, casi de inmediato comienzan a proliferar memes y hashtags. Para quien no sabe o tiene alguna noción difusa: los memes podrían percibirse como meros chistes gráficos que se popularizan a través de Internet, especialmente Facebook; y los hashtags son cadenas de caracteres formadas por una o varias palabras precedidas por el símbolo almohadilla (#) y por las cuales los usuarios de Twitter representan o etiquetan un tema con el que se quiere identificar un mensaje. Memes y hashtags son una realidad semiótica y retórica más compleja de lo que podría parecer. Más allá de su aparente trivialidad, ambos contribuyen a articular el discurso público, conforman y reflejan estados de opinión, no sólo en una dimensión meramente lúdica, sino también, y de manera especial, en una ideológica: el meme como el hashtag contribuyen a la discusión política pública. En estos días, esas dos vertientes se multiplicaron teniendo como eje los números de Talvi.
Se sabe que media Facultad de Economía le salió al cruce (y convengamos que esa facultad en particular está lejos de ser una sede de pensadores y militantes izquierdistas): el candidato colorado se mandó una animalada conceptual y metodológica, incluso para un lego. También quedó en evidencia que tanto memes como hashtags son algunas de las pruebas de que la modernidad tardía se transformó en una suerte de hechizo contra el hechicero. Si en nombre de los nuevos flujos del capital los grandes bloques económicos implementaron una lógica que pusiera en jaque los metarrelatos que pudieran serle un freno (el arte, el psicoanálisis, la política, la revolución, la historia, las ciencias, el Estado de bienestar), esa misma lógica –la de la posmodernidad– alcanzó a la propia economía. La economía o la razón economicista, que siempre basó su omnipotencia en presentarse por fuera o encima de lo ideológico, se vuelve centro de debate, allí donde se pone en duda la contradicción –chirriante, cuando no nefasta– de sus axiomas. En Facebook no se hizo esperar la humorada.
—Si un inglés quiere decir “ais”, ¿por qué cazzo escribe “ice”?
—Bueno, es un poco largo de explicar.
—Y si a Talvi no le dan los números, ¿por qué sigue sacando chapa con que viene de Harvard?
—Etimológicamente, los sajones usaban…
En Twitter, los hashtags #LosNúmerosDeTalvi o #TalviMiente mostraron ser tendencia durante dos días seguidos. Algunos ejemplos:
Pasó Luis (Lacalle Pou) y dijo que los números de Talvi serían todavía peor si tuviéramos en cuenta que el FA cuenta como trabajadores a los peones rurales y las trabajadoras domésticas.
El gobierno no quiere que lo sepas, pero el desempleo sería siete veces mayor si se midiera en años de perro.
O esta otra, escolarmente gloriosa:
—¿2 x 3?
—El culo te abrocho.
—No, Ernesto, no.
Estos memes y hashtags destacan la ruptura del tabú del economicismo que amordaza a la izquierda contemporánea. Aceptar que lo economicista es la propia realidad de la globalización es aceptar que toda apuesta emancipadora pasa por el control político de la economía como condición de posibilidad de cualquier demanda no económica. En otras palabras: la única forma de desarrollar una política no economicista eficaz es, precisamente, aceptar la centralidad de la economía, que criba los cambios sociales aceptables para el sistema, excluyendo cualquier intervención que cuestione la lógica del beneficio capitalista.
Chau, Talvi.