Es posible que el escritor escocés Irvine Welsh (1958) nunca vuelva a sorprender al mundo literario como lo hizo con Trainspotting (1993), su primera novela, en la que retrataba el lado B de un Edimburgo asolado por las agujas infectadas y los yonquis de la heroína, al tiempo que radiografiaba la transición de una época a otra, bajo la resaca del thatcherismo. Trainspotting se convirtió –sobre todo después de la muy buena adaptación cinematográfica que realizara Danny Boyle en 1996– en una obra de culto para la generación que creció sin ilusiones mientras de fondo sonaba el britpop de los años noventa. Welsh parece ser el primero en aceptar su condición de one hit wonder y así lo demuestra su producción posterior, que, salvo contadas excepciones, ha girado en torno a los mismos personajes, escenarios y temas planteados en aquel debut.
Un polvo en condiciones –dudosa traducción del original A Decent Ride– es la última novela de Welsh publicada en español, aunque el autor escribió posteriormente otras dos, que aún no están disponibles en nuestro idioma: The Blade Artist (2016) y Dead Men’s Trousers (2018). Esta novela supone el regreso ficcional de Welsh a su Edimburgo natal después de haber situado La vida sexual de las hermanas siamesas (2014) en Miami. Está protagonizada por un sospechoso habitual en su obra, el taxista Juice Terry Lawson, aparecido en Cola (2001) y Porno (2002), e incluye algún cameo del recordado Sick Boy, de Trainspotting. Lawson es, además de taxista, actor porno amateur, encargado de un sauna de gángsters y adicto al sexo. Y su historia se entrelaza, a lo largo de 450 páginas, con, entre otras, la de la pareja conformada por Jonty y Jinty y la de un agente inmobiliario estadounidense llamado Ronald Checker, al que algunos han comparado con Donald Trump. Pero Lawson es el que le da forma a la novela y su viaje está, de alguna forma, sintetizado en la cita inicial del libro, correspondiente a Aldoux Huxley: “Un intelectual es alguien que ha encontrado algo más interesante que el sexo”.
Los personajes de Welsh suelen moverse en una zona gris, en la que, a pesar de ser repugnantes, se vuelven atractivos, a tal punto que, en el mejor de los casos, el lector termina la lectura preguntándose si no es precisamente al revés: si son atractivos justamente porque son repugnantes. Welsh es un gran observador de la calle, un especialista en captar acentos, conductas y manías populares, el Zeitgeist de una época, tan bueno que hasta podría decirse que es mejor observador que escritor. Sus mejores personajes están más cerca del asfalto que de la biblioteca, y consigue perfilarlos de manera tal que son únicos y universales al mismo tiempo, tipos de lo más extravagantes, que, sin embargo, podrías encontrarte en el bar de la esquina, aunque se muevan en Europa o Estados Unidos.
Es interesante la manera en la que una novela como Un polvo en condiciones puede llegar a ser leída en nuestro tiempo, especialmente en épocas de reivindicaciones de género: una novela en la que el punto de vista está del lado de un sexópata que no deja ni dos páginas libres de chistes a tono con su personalidad y persigue a las mujeres como quien fija el punto de una mira telescópica. Habrá quienes dirán que la novela, más allá de haber sido escrita en clave de sátira, juega con fuego al darle voz a un misógino consumado; otros se sentirán perturbados al verse a sí mismos –o a ciertos amigos– reflejados en Lawson. Existe una tercera lectura posible: la de esta novela como un manual de instrucciones para entender el funcionamiento de la mente de un hombre obsesionado con el sexo y la mujer‑objeto más allá de todo juicio moral. En cualquier caso, estamos ante una literatura de provocación; eso es y siempre fue Welsh, y cada uno sacará sus conclusiones.
En sus mejores novelas –Trainspotting, Escoria, Skagboys– el autor apuesta todo a las voces de sus personajes y al tono que generan. Esos libros pertenecen al club de las novelas que se leen no tanto por lo que va a pasar, sino por cómo está contado eso que pasa y la manera en que repercute dentro de la cabeza de los personajes. Un polvo en condiciones no es la excepción: tiene el ritmo musical típico del autor, está llevada con buen pulso, con esa escritura casi apurada y callejera, aunque la voz de Lawson no es todo lo fuerte que cabría esperar para sostener un texto de esta extensión, y si el comienzo es contundente, la acción comienza a estancarse hacia la mitad, de manera que la segunda parte resulta un tanto repetitiva, como una canción cantada todas las veces que se deja escuchar, pero seguramente se olvida en poco tiempo.