Dicen que empezaron siendo una banda punk. Si es así, está claro que ahora hacen cosas más… no sé cómo llamarlas, pero digamos, sonoramente menos crudas y arreglísticamente más elaboradas. Lo que sí sé es que siempre los caracterizó una creatividad personal, bastante naíf y con cierta estética de cómic de ciencia ficción.
Su formación de batería, bajo, guitarra y teclados, con agregados de guitarras acústicas y alguna otra cosa, logra un sonido homogéneo, pero que varía suficientemente a lo largo del disco. Los timbres de los teclados, sobre todo, a veces nos llevan a tiempos pretéritos (algunas décadas, nomás) y a géneros habitualmente no muy asociados con la palabra rock, cuando se emplea como sinónimo de dureza y destrucción (no sé, pero a mí algunas cosas me hicieron esperar la voz de un Roberto Carlos, por ejemplo). Estas libertades permiten construcciones musicales cuyo valor no está en la riqueza armónica, ni en el virtuosismo de los ejecutantes, ni en la complejidad rítmica ni en interpretaciones vocales desgarradoramente emocionales. Pero condimentadas con letras un tanto alocadas, zafan un poco de ser todo eso que sugieren.
“Creo que ya es tiempo de un contacto sexual”, repite alguien, muy alzado y con cierta insistencia (no exenta del riesgo de interpretaciones negativas, en nuestros días), en la letra de la primera canción, llamada, justamente, “Contacto”, igual que la novela de Carl Sagan, aunque en aquel caso el sentido tenía más que ver con nuestra relación con los extraterrestres que con un levante largamente trabajado. El riff me recordó al de “Needles and pins”, una canción de los setenta que interpretaba el grupo Smokie.
El segundo tema se llama “Sustentable”, como el disco, y su primer medio segundo me recordó al principio (“Ahhhh…”) de “Eleanor Rigby”. Pero prometo no seguir mencionando estas asociaciones, porque hay una alta probabilidad de que sean todas inventos míos. La letra maneja expresiones ecologistas aplicadas al amor. Una vez planteado el juego, lo sigue hasta el final sin sorpresas.
En “Chocolate” el teclado (el “órgano”) nos lleva a los sesenta y, de hecho, todo el tema (es un instrumental) podría provenir de un disco de aquella época.
Hay otras cosas: una canción con el estribillo y el título en inglés, y otra toda en italiano.
“Espina de cruz” es otro instrumental, hecho sobre un pulso fuerte, y es, decididamente, lo que más me gustó del disco. Y otra, llamada “Cgta”, con una melodía muy “mandrakewolfesca”, cuya letra escuché atentamente para ver si era una forma graciosa de escribir “se jetea” o se refería a las cuatro bases del adn (citosina, guanina, timina y adenina). Nombra simios y otros bichos más cercanos (un cromañón) y lejanos (reptiles y –creo– microbios). Podría decir que sí, que tiene que ser por el adn, porque es algo que tenemos en común con todos ellos. Debería estar escrito “CGTA”, todo con mayúsculas, para quedar más claro.
Cierra el disco el instrumental “Camino a la extinción”, muy breve, como la vida misma o más.
1. Bizarro, 2019.