Es buscando lo imposible como el hombre ha realizado siempre lo posible y quienes se han limitado sabiamente a lo que les parecía lo posible jamás avanzaron un solo paso.
Bakunin, M., La libertad
1.
Todos los pueblos tienen su historia particular, y la nuestra es particularmente rica en experiencias de construcción social emancipadoras y autónomas ante los poderes imperantes. Ya desde la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a consolidarse organizaciones de trabajadores que buscaban el bienestar colectivo a través del esfuerzo mutuo. Durante el último cuarto del mismo siglo se consolidaron sociedades de resistencia que obtuvieron mejores condiciones de vida y de trabajo a través de la lucha social, educando a trabajadores analfabetos, creando cooperativas de trabajo y proyectando cómo construir una sociedad que beneficiara a todos y no sólo a los dueños del capital al margen de la institucionalidad vigente y en oposición a ella. En el variado abanico de corrientes socialistas podemos diferenciar claramente una que procura dicha transformación por los cauces que la institucionalidad permite y otra que desconoce dichas limitaciones, en tanto impiden los objetivos propuestos.
Las primeras sociedades obreras locales, en la década de 1870, procuraron las mejoras laborales a través de acuerdos pacíficos con las patronales. Sin embargo, mediando la década de 1880, debido a su fracaso sistemático, se organizaron como sociedades de resistencia, impulsando huelgas y atacando los intereses económicos patronales. La notoria efectividad de las prácticas de acción directa motivó la creación de decenas de sociedades de resistencia y una constante ola de huelgas al comenzar el siglo XX. Mientras que el Partido Socialista (que se formó en 1910) proponía la obtención pacífica de leyes obreristas, la Federación Obrera Regional Uruguaya (1905) apostaba al desconocimiento de las instituciones capitalistas y proponía la organización regional de comunas de producción y la propiedad colectiva de los medios de producción, respaldando su accionar a través de huelgas, sabotajes y una imponente labor cultural y social propia, autónoma del Estado.
2.
La corriente reformista que hizo de contrapeso a la avanzada obrera fue la impulsada por los gobiernos de José Batlle y Ordóñez. En el campo obrero, de predominio anarquista, mientras que algunos referentes defendían las reformas aplicadas, otros encararon la difícil tarea de cuestionar lo que ello implicaba para el movimiento social, señalando: «No creemos que las reformas legales y el intervencionismo del Estado sean una mejora; antes bien, creemos que son esos, precisamente, los medios más felices que tiene la burguesía para detener, aunque más no sea que por un momento, la revolución, la conciencia en marcha del proletariado. Acostumbrándose los pueblos a esperar su felicidad del Estado, terminarán por crear el más monstruoso de los dioses, castrándose y matando en ellos todo sentimiento de dignidad, libertad y justicia».1
Posteriormente, el predominio de la corriente socialista partidaria bajo la conducción del Partido Comunista de Uruguay fue ganándoles terreno a las organizaciones obreras autónomas de la política partidaria, pero dicha autonomía tuvo una trayectoria permanente (huelga gráfica de 1936, huelga frigorífica de 1943 y huelgas generales de 1951 y 1952). La consolidación de la CNT, en 1965, no podría haber sido tal sin la participación activa de las tendencias revolucionarias que, aunque minoritarias, apoyaron y garantizaron la unificación defendiendo los valores históricos de la autonomía obrera.
3.
La conformación del Frente Amplio, en 1971, fue, sin duda, la capitalización histórica de la corriente parlamentaria socialista como fuerza política en Uruguay y emergió como una alternativa legal y democrática en un contexto regional en el que el quiebre revolucionario se percibía como posible. Los sectores revolucionarios –aunque minoritarios, muy activos– señalaban: «[El electoralismo] es un peligroso callejón sin salida, que sólo conduce al desarme moral y la derrota del pueblo […]. Todas las veces que algún presidente se tiró a fondo contra los intereses de las clases dominantes, le dieron un golpe de Estado y lo tiraron abajo».2 Además, veían la novel opción electoral como un retroceso del movimiento social: «En estos años de resistencia […] ha ido surgiendo una real conciencia sobre la necesidad de un cambio revolucionario. […] A la luz de estos hechos, los sectores más lúcidos de la burguesía comprobaron que no basta ya sólo con la represión. Se propusieron, entonces, crear nuevas expectativas de “mejoramiento” dentro del sistema».3
Si el golpe de Estado en Chile confirmó una de las predicciones, el derrotero del conglomerado de izquierda irá confirmando el resto. Como cualquier organización vertical que pretende conducir el destino ajeno, debe disfrazar las claudicaciones constantes de acertadas decisiones para beneficio colectivo. Desde los herméticos pactos entre la cúpula tupamara y el Ejército, pasando por el Pacto del Club Naval, la práctica política de izquierda se ha esforzado por sostener y fortalecer el sistema de injusticia social que prometió transformar.
La izquierda política asumió tempranamente su rol en el juego democrático, como reconoció José Mujica durante la crisis de 2002, actuando como muro de contención al canalizar las pasiones rebeldes y antisistémicas de la sociedad por cauces legales. La apuesta por un cambio gradual y posibilista se convirtió en una política de Estado desde el día en que ganó las elecciones, prometiendo poner freno al devastador impacto ecológico de las industrias papeleras durante la campaña electoral, garantizando su apoyo total e incondicional a estas al asumir el gobierno y culminando con la histórica concesión al capital extranjero en el contrato con UPM 2.
La izquierda ejerció una gestión eficiente del capitalismo, generando una mayor distribución de la riqueza, que implicó un aumento de la capacidad de consumo de la población y no necesariamente la construcción de herramientas culturales y materiales para una transformación social. No se puede negar una apuesta institucional a la cultura y la consagración de derechos muy caros a los valores morales de la cultura política de izquierda. Pero esto se hizo a costa de canalizar la capacidad de autoorganización social hacia la dependencia institucional a través de la financiación económica.
El Frente Amplio pudo gobernar sin la presión de una oposición de izquierda, reprimiendo sistemáticamente las manifestaciones sociales hostiles, reintroduciendo –en noviembre de 2005, por primera vez desde la apertura democrática– la prisión por motivos políticos, aprobando la ley antiterrorista, que criminaliza la protesta social, reprimiendo manifestaciones callejeras, perfeccionando la represión policial en los barrios periféricos y aplicando un modelo económico extractivista, que benefició a los grandes capitales.
4.
La nueva orientación política del gobierno multicolor hace ver dicha gestión socialdemócrata del capitalismo como un tesoro que debemos recuperar y cuidar. Quizás, las políticas de izquierda sean más beneficiosas a corto plazo. Pero eso no nos obliga, como sociedad, a tener aspiraciones mediocres y aceptar discursos que prometen grandes cambios pero sólo ofrecen un reforzamiento de las estructuras de injusticia social. El eje del problema no es quién gobierna, sino por qué, como sociedad, delegamos el poder colectivo de conquistar soluciones reales para nuestras necesidades en medios que esterilizan nuestra acción.
Que en tiempos de elecciones un político financie el saneamiento de un barrio carenciado no soluciona el problema de fondo. Que los vecinos se autoorganicen para identificar y solucionar sus problemas sí, porque produce la capacidad de depender de sí mismos y utilizar su vida como una potencia creadora. Las necesidades colectivas se solucionan sólo cuando los implicados logran tomar el control territorial de su entorno y generar dinámicas colectivas fuertes y eficientes. Si potenciamos las organizaciones sociales al margen de la injerencia institucional, tendremos la posibilidad de crear estructuras reales que nos liberen de la dependencia del sistema económico y construir una fuerza capaz de desafiar localmente la constante avanzada represiva del desarrollo capitalista global, fortaleciendo la autonomía ante las políticas de los gobiernos de turno.
1. Muñoz, Pascual, Aletazos de tormenta. El anarquismo revolucionario a comienzos de siglo XX, La Turba, Montevideo, 2017, pág. 82.
2. «Cartas de FAU. El voto no soluciona el problema del poder», 2 de febrero de 1970.
3. «Cartas de FAU. Contra la escalada cívica de la burguesía, acción directa a todos los niveles», mayo de 1971.