«Toda la región está sufriendo. En Argentina las temperaturas están llegando a 45 °C, el sur de Brasil está en una situación bastante intensa», explicó Madeleine Renom, profesora agregada del Departamento de Ciencias de la Atmósfera de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. Eventos como estos, olas de calor, acompañados de largas sequías, ponen en jaque a las regiones y las dejan expuestas a catástrofes como las que afectaron, al final del año pasado, Paysandú, Río Negro y varios balnearios de Canelones.
Una severa sequía en estos países forma parte del caldo de cultivo que intensifica las altas temperaturas y consolida su persistencia en el tiempo. En estas circunstancias los bosques tienen un mayor riesgo de prenderse fuego. Una chispa en la flora seca, mucho calor y vientos cálidos del este y el noreste como efecto del fenómeno de La Niña constituyen el escenario perfecto para que un incendio se propague rápidamente y sea muy difícil de controlar o extinguir.
«Ahora no hay humedad en el suelo, entonces la energía que llega se utiliza para calentar la atmósfera y subir la temperatura. Si hubiese humedad, la energía evaporaría primero el agua y solo después elevaría la temperatura. Así se intensifica la ola de calor bajo condiciones de sequía», aseguró la investigadora. Esta temporada de déficit hídrico regional está vinculada con el fenómeno de La Niña, que, a diferencia de El Niño, se caracteriza por motivar este problema por estas latitudes. De hecho, en Uruguay las lluvias escasean desde setiembre. Sin embargo, la cuenca del Río de la Plata está en una situación de sequía desde 2019, por lo que el problema parece que excedería la coyuntura actual: «Es una situación que recrudece por el fenómeno de La Niña y que se inserta en uno más grande», precisó Renom.
«No se está viendo un aumento en la cantidad de las sequías, pero estas son más intensas en tiempo o en el déficit generado», sostuvo la investigadora, y agregó que, por el momento, no es posible asegurar que este aumento de la intensidad de las sequías sea responsabilidad del cambio climático.
No es para surfear
Se considera ola de calor cuando se registran altas temperaturas al menos durante tres días con mínimas superiores a 20 °C y máximas de entre 34 °C y 38 °C. La consideración de los máximos y los mínimos no es arbitraria: si durante ese tiempo no se tiene un descanso del calor, como el que podría dar una noche fresca, la salud de las personas y de los animales se puede ver afectada.
El calor es más intenso en las áreas continentales alejadas de los océanos, como el norte uruguayo o el litoral argentino. «En la parte costera está el fenómeno de la brisa de mar, que disminuye bastante la temperatura máxima. En estos momentos, la surgencia de aguas muy frías en la parte oceánica genera una diferencia de temperatura mayor entre el océano y la tierra, lo que intensifica la brisa del mar», aclaró Renom. La brisa es un bálsamo en una ola de calor, pero su efecto más importante es sobre la faja costera; conforme se aleja del mar, la temperatura aumenta.
En el hemisferio norte las olas de calor son más largas e intensas. En los veranos de Europa y América del Norte llegan a extenderse por diez días, con los correspondientes incendios en distintas partes de los continentes. A nivel científico hay consenso: esas olas de calor del hemisferio norte son resultado del cambio climático generado por el aumento exponencial de la emisión de gases de efecto invernadero al que el planeta está sometido desde la revolución industrial. Sin embargo, la investigadora asegura que, de momento, las registradas en estas latitudes no pueden ser atribuidas a la intervención humana.
Para Renom, «no hay una tendencia clara de las olas de calor en verano, porque tenemos muy pocos eventos. En una serie de 40 o 50 años no se llega a tener una cantidad de datos estadísticamente válida para asegurar que haya un crecimiento significativo. Por esto se estudian caso a caso, en contextos anuales y dinámicos, porque es difícil ver una tendencia significativa». Sin embargo, en el documento «Estrategia climática de largo plazo de Uruguay», elaborado por el Sistema Nacional de Respuesta al Cambio Climático, se estima que a finales de este siglo las temperaturas subirán entre 1,5 °C y 3 °C, con un aumento de las olas de calor, y estos fenómenos son presentados como efectos del cambio climático.
El clima del siglo XXI
Las temperaturas promedio en Uruguay aumentaron 1 °C en los últimos 50 años, pero, por extraño que parezca, los máximos guarismos registrados en los veranos tienden a la baja, aunque las noches sean más calurosas. Es que los inviernos ya no son lo que eran antes: ahora son más cálidos y las temperaturas mínimas son más altas, lo que redujo los días en los que hay heladas. Las lluvias aumentaron un 20 por ciento y se concentran mayoritariamente en los meses de verano, lo que, paradójicamente, coincide con los períodos de sequía.
«Esto no es bueno, porque si en un momento de sequía o en un período muy corto de tiempo se produce una lluvia muy intensa se pueden generar inundaciones repentinas o la erosión en los suelos, porque el suelo muy seco no tiene la permeabilidad suficiente para ir absorbiendo el agua», explicó la investigadora. Y estos episodios de lluvias intensas también están aumentando, aspecto que sí sería atribuible al cambio climático, que, combinados con eventos como El Niño o La Niña, pueden variar de intensidad.
«Las precipitaciones intensas que se dan en el norte del país y en el litoral este de Argentina se deben en parte al cambio climático. El mayor calentamiento en la superficie y el aumento de humedades desde el norte de Brasil generan fenómenos convectivos con tormentas muy armadas y bastante intensas», señaló Renom. Pero aquí hay otros problemas: como la escala del país es pequeña, la cantidad de datos reunidos también lo es, y, por otra parte, Uruguay no cuenta con un radar que permita estudiar este tipo de tormentas.
Por otro lado, en la costa uruguaya sobre el océano Atlántico aumentaron la frecuencia y la intensidad de los ciclones extratropicales. Estos son fenómenos normales en la región y siempre han formado parte de la circulación general de la atmósfera, pero, «por efecto del cambio climático, un anticiclón permanente del océano Atlántico se está moviendo de su posición normal, lo que permite la generación de ciclones más cerca de la costa, con presiones mucho más bajas, lo que genera vientos más intensos y lluvias más intensas», advirtió la investigadora.
Renom señaló que Uruguay tiene estaciones meteorológicas con datos de comienzos del siglo XX, lo que permite observar variaciones en la temperatura durante este período. «En las primeras décadas de 1900 hay eventos frecuentes de 40 °C y 42 °C, registrados en la zona de Colonia y en la estación del Prado», comentó, en referencia a un estudio en el que trabajó. Entonces, la sorpresa ante las temperaturas actuales estaría vinculada con la tendencia ya aludida a la disminución de las máximas estivales. Tendencia que de todos modos no describe una curva perfecta. La investigadora explicó que durante la década del 30 hubo un evento al que se le llamó mundialmente «época cálida». «No se le atribuía al cambio climático, pero este ya estaba, porque el aporte de gases de efecto invernadero viene desde la revolución industrial», observó Renom.
Según el documento «Estrategia climática a largo plazo», las proyecciones de los efectos del cambio en Uruguay hacia el final de este siglo no son nada auspiciosas. Además del aumento de la temperatura y las olas de calor, se prevé que el incremento en el nivel del mar comprometería unas 12 mil hectáreas que podrían inundarse, la posible pérdida de otras 2.271 por efecto de la erosión costera y un 35 por ciento de aumento de las precipitaciones. Un dato nada menor para un país en el que el 70 por ciento de la población se ubica en el área costera y muchas ciudades están a la vera de cursos de agua.
Queda claro que esta situación se mantendrá e intensificará con el paso de los años, por eso Renom entiende que se necesitan lineamientos políticos y compromiso de la ciudadanía, porque, «más allá de que se tomen medidas, hay que entender que si se toma una medida hoy, el sistema climático no va a responder mañana. Lo vertido al sistema ya está y tiene un tiempo para irse acomodando. Hay que frenarlo ahora, porque después nos va a llevar varios años que el sistema se reacomode y llegue a situaciones naturales. Es como un incendio forestal: lo generás rápidamente y en unos días quemás miles de hectáreas, pero reconstruir la parte incendiada lleva muchísimo tiempo. Esto es lo mismo. Al sistema le lleva mucho tiempo recuperarse».