El hombre está acurrucado, durmiendo sobre un cartón. Tiene puesta una sola media. El sol sobre la cara no parece alterar su sueño. Cuarenta metros más allá, en cualquier calle de La Blanqueada, una pareja de jóvenes duerme sobre una manta. Ella cruza su brazo sobre el pecho de él, y ese gesto tan común resulta incongruente desde las baldosas de la vereda. El tránsito de personas esquiva los bultos. Seguramente al doblar la esquina será posible encontrar algún otro indigente recostado sobre su codo, con una mirada sin objetivo, indiferente. La Blanqueada es verdaderamente un dormitorio callejero. Los vecinos han aceptado la realidad y quizás no logren vincular a esos seres de carne y hueso, más hueso que carne, con las cifras que el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) ha divulgado recientemente sobre los índices de pobreza. Menos aún traducir en rostros y situaciones los conceptos de la metodología: «Ratio de apropiación del ingreso», «severidad de la pobreza», «heterogeneidad de la pobreza».
Los especialistas en economía de los informativos televisivos registraron con abundancia de cuadros la novedad de la encuesta permanente de hogares del INE: la pobreza disminuyó en el segundo semestre de 2022 respecto de igual semestre de 2021, de 10,6 a 9,9 por ciento. Bajó siete décimas, algo menos de la baja que tuvo respecto de 2020, cuando estaba en 11,6. Es decir: «La pobreza volvió a bajar». Y esa afirmación, por cierto objetiva, se repitió en los titulares de los medios escritos con diferentes tamaños según el alborozo. Ningún personero del gobierno se permitió abusar, en este caso, de la tan reiterada comparación con los años del gobierno del Frente Amplio (FA). De haberlo hecho, los titulares habrían registrado una manera diferente de encarar el dato: «La pobreza en 2022 sigue siendo mayor que en 2019», cuando alcanzaba al 8,8 por ciento. Una mirada «pérfida» sobre los números podría poner el acento en que la baja de siete décimas entre 2021 y 2022 sigue estando lejos: se necesitan otras 11 décimas para lograr una equiparación con 2019, para no hablar del 8,5 de 2017.
Si se analiza este 9,9 por ciento de 2022 con el casi 40 por ciento de 2004, la pronunciada curva descendente solo tiene una variación al alza en 2020 −11,6−, con el primer año del gobierno de coalición y que podría atribuirse a la pandemia. Sin embargo, la satisfacción que desató en algunos sectores la información del INE tiene sus costados de tonalidades ocre. La modesta baja del índice general de la pobreza contrasta con el publicitado aumento del Producto Bruto Interno (PBI): 3,5 por ciento. Cabe preguntarse: ¿las siete décimas de baja se corresponden con el aumento del PBI? La ratio de apropiación del ingreso, que refleja el cociente entre el ingreso medio del 10 por ciento de las personas más ricas en relación con el del 10 por ciento más pobre, dice que la desigualdad del reparto de la riqueza sigue siendo cada vez mayor. Es decir, la pobreza podría haber descendido aún más si se atacara la desigualdad, aunque fuera muy tímidamente, para no angustiar a los ricos.
Ese 9,9 por ciento de pobres tiene rostro. Es el rostro de 450.000 personas, que mensualmente tienen un ingreso inferior a 17.500 pesos. Hay, además, 42.000 personas que sobreviven bajo la línea de indigencia, es decir, que cuentan con unos 5 mil pesos mensuales; las cifras varían para el interior del país. La diferencia marca lo que se define como «severidad de la pobreza», es decir, «el grado de desigualdad entre las personas bajo la línea de pobreza». El criterio de definir los niveles de pobreza por el ingreso de cada persona para satisfacer una canasta mínima de consumo es algo antojadizo, porque no tiene en cuenta otras realidades, como el acceso a la salud o a los servicios básicos de agua y electricidad. Por contrapartida, el método tiene una virtud objetiva para la medición, aunque es cierto lo paradójico: alcanza con percibir 100 pesos más de esos 17.500 para, automáticamente, dejar de ser pobre.
La encuesta del INE ofrece, sin embargo, la posibilidad de comprender esa «baja» de la pobreza desde otros ángulos. Por ejemplo: tanto en Montevideo como en el interior la pobreza continúa afectando en mayor medida a los hogares con jefatura femenina. Por ejemplo: la indigencia es mayor en Montevideo y en las localidades urbanas de 5 mil habitantes o más. Por ejemplo: los niños son los que sufren con mayor intensidad la pobreza. Entre los menores de 6 años, 19,7 viven en la pobreza; entre 6 y 12 años hay un 18 por ciento, y entre 13 y 17 hay un 16,2 por ciento. Recién a partir de los 18 años los porcentajes se corresponden con los registros generales.
Siguiendo con los ejemplos: en todo el país un 8,8 por ciento de las mujeres son pobres, mientras que solo un 4,8 por ciento de hombres son pobres; en Montevideo las cifras trepan a 11,8 para las mujeres contra el 5,8 de los hombres. También hay que señalar que mientras el 9,1 por ciento de los blancos están por debajo de la línea de pobreza, el porcentaje con respecto a los negros trepa al 17,8.
Otras singularidades: la proporción de la población bajo la línea de pobreza se acentúa en Montevideo (12,8 por ciento) contra el 8,6 en las localidades del interior con más de 5 mil habitantes. Pero, sugestivamente, en las localidades que tienen menos de 5 mil habitantes, el porcentaje de pobres es mayor: 9,1. Montevideo también concentra el mayor porcentaje de indigentes. Finalmente, debe consignarse que a nivel territorial, según el INE, la pobreza se concentra en Montevideo y en los cuatro departamentos fronterizos del norte: Artigas, Rivera, Cerro Largo y Treinta y Tres.
Desde el FA y desde la central obrera surgieron voces que matizaron la euforia. Para el Instituto Cuesta Duarte corresponde «celebrar» la caída de la pobreza, pero sin olvidar las características regresivas de la política económica vigente. Por su parte, el economista Daniel Olesker coincidió en que «la única lectura que tienen estos datos es que, frente a igual período de 2019, tenemos más pobres con una economía más rica». En declaraciones a La Diaria, el actual presidente de la Comisión Nacional de Asuntos Sociales del FA afirmó que «no hay ninguna razón para medir esto como un mérito del gobierno».
Cualquiera sea la percepción del ciudadano común, conviene andar alerta cuando caminemos por algunas veredas de la capital.