En esta actual multiplicidad de realidades musicales en nuestro país, es imposible que no surja la pregunta: ¿qué es ser uruguayo? Y que, luego, devenga en un cuestionamiento mayor: ¿es posible ser de algún lado hoy en día?
Resulta difícil definir qué es uruguayo cuando vivimos en un país que es parte de la globalización, con un ojo en el exterior, a veces en una especie de lucha contra un enemigo colonizador de la que se sale victorioso sólo cuando ese enemigo nos aprueba. En algunos casos, lo autóctono brilla por su estatismo, como si pertenecer a la tradición quisiera decir ser objeto de museo. En otros, los materiales basados en influencias extranjeras intentan definirse bajo categorías y géneros que vienen en el mismo paquete que la música, en busca de obtener el premio a “ser el primero en hacer acá lo que ya se hizo afuera”. Pero, a veces, aunque haya una clara preferencia por lo de afuera, se vuelve notoria una necesidad genuina que escapa a la mera satisfacción por la reproducción de aquello que ya se conoce. Esto último parece ser lo que Cielos de Plomo y otros representantes de la escena indie-alternativa de Uruguay nos están ofreciendo.
Es una escena que, en gran medida, intenta desentenderse de lo que suele ser definido como “lo uruguayo” y toma como modelo el rock alternativo y otros derivados de origen anglosajón. Se trata de jóvenes nacidos a finales de los ochenta, que vivieron su adolescencia sin sentirse identificados con el denominado “rock uruguayo” de fines de los noventa, al que representan bandas como No Te Va Gustar y La Vela Puerca. Su estética se vincula más con grupos como Chicos Eléctricos, Buenos Muchachos, The Supersónicos y La Hermana Menor, pero se caracterizan, tal vez, por explicitar menos el sentido político de las canciones a la hora de hablar de la sociedad (recordemos que estas bandas son, todavía, representativas del rock posdictadura). Las nuevas letras se asocian más a experiencias personales, incluso tomando la conciencia colectiva del “nosotros” como si se tratara de una sola unidad, como si existiera una especie de simbiosis plural en la forma de sentir.
Son jóvenes conscientes de la procedencia foránea de sus influencias (incluso más allá del género). Hay una gran búsqueda de seguir esos lenguajes, interpretarlos y hacerlos propios, con mayor o menor grado de originalidad.
Cielos de Plomo –integrada por Francisco Trujillo, Javier Cuadro, Leandro Dansilio, Laura Uriarte Gaspari, Darío Barrios, Ignacio de los Campos y Gabriela Escobar– es, tal vez, de los más claros e interesantes ejemplos. La banda comienza este año con su segundo álbum, Entre luces, lanzado a través del sello Feel de Agua. Su línea nace, claramente, del dream pop y el shoegazingde los ochenta y evoluciona hasta tocarse con el post-rock actual, pasando por bandas como My Bloody Valentine, Ride, Radiohead y Sigur Rós. Nos encontramos con una música de ensueño y misticismo, grandilocuente y épica, con un dejo melancólico, pero también con un aire esperanzador y optimista. Son paredes de sonido que juegan entre conformar discursos musicales lineales y climas sonoros, con acordes y procesos armónicos clásicos y escasos, pero con un peso mayor en la armonización.
En todo el disco podemos notar tres planos. Por un lado, una batería bien marcada y metronómica, también con sus propios tres planos: un bombo grave y definido, un redoblante abierto y distorsionado, y platillos sostenidos o supercortos que parecen un clic; un combo que, por momentos, simula ser una máquina de ritmos. Luego está el plano instrumental armónico de guitarras, bajo y teclados, que logra una atmósfera en la que no importa tanto distinguir cada instrumento, sino el conjunto, como en una idea impresionista que niega el detalle a favor de la impresión que genera la totalidad. Finalmente, tenemos la voz, siempre clara y dulce, que juega en dos registros con un despliegue acotado de notas: uno de voz “natural” y quebradiza, y otro de falsete con tinte nasal. Ambos sin vibrato, como de tono puro, dejando que la inestabilidad se luzca. Es interesante cómo el cantante pasa de un registro al otro, como si cada nota fuera una baldosa y el juego se tratara de saltar con precisión entre ellas, haciendo sólo movimientos pequeños.
A nivel de producción, algo llamativo es la irrealidad que se genera a partir de la mezcla. Uno supondría que aquello que simula ser una pared de sonido debería tapar todo; sin embargo, la batería está más adelante, y aún más adelante la voz (que siempre canta suavemente). Es que aquí la voz se diferencia bastante de su uso tradicional en este género. En vez de empastarse con todo el resto, la forma en que está trabajada permite que comprendamos cada movimiento, cada detalle, cada palabra. La letra tiene un rol importante: no se pretende que sea una parte más de la nube sonora. Aun así, la lírica parece centrarse en combinar palabras que describen la música, y viceversa. Se podría decir que son letras autorreferenciales, no sólo en lo literal –es decir, que tratan experiencias y vivencias personales–, sino porque hablan de la música misma.
En este disco, Cielos de Plomo demuestra ser un gran y laborioso representante de esta colectividad de jóvenes. Así, son exponentes de otra de las tantas realidades estéticas que habitan, de forma diversa, Uruguay. Entonces, vuelvo a la pregunta inicial: ¿qué es ser uruguayo? ¿Es la tradición? ¿Es el cambio? ¿Es una mezcla de ambos? Tal vez Cielos de Plomo y la escena musical a la que pertenece no sean la respuesta final, tal vez uno pueda cuestionar algunos aspectos, pero lo interesante es que ponen en disputa cualquier definición instaurada como oficial.
1. El disco se puede encontrar en ‹https://cielosdeplomo.bandcamp.com/›.