Alison Bechdel tenía razón: hasta el día de hoy, es raro ver películas en las que dos mujeres conversen sobre cosas que no sean los hombres u otras veleidades vinculadas al amor romántico. Ver películas en las que las mujeres vivan esas cosas otras. O las mueran. Cumpliendo con esa especie de estafa cultural que el patriarcado y el capitalismo nos ofrecen todos los días, la representación audiovisual del mundo femenino suele estar cercada por velados compromisos de todo tipo: la elegancia burguesa, los estereotipos de género, la belleza, la prolijidad, la aspiración de clase, la martirización sacrificial, la contención, la delicadeza, el pudor, el decoro. Todos conceptos que, con rebelde ferocidad, Carolina Campo Lupo abandona en La fábula de la tortuga y la flor1 para retratar una realida...
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