Arquitectos y filósofos o cómo construir nuevas formas de vida - Semanario Brecha
Sobre Elogio del esperanto, de Laura Alemán

Arquitectos y filósofos o cómo construir nuevas formas de vida

Antes que un ensayo publicado por Estuario y el Premio Nacional de Literatura del MEC en 2022, Elogio del esperanto. Arquitectura objetiva y empirismo lógico (1927-1931), de la arquitecta y poeta Laura Alemán, fue una tesis doctoral. Uno de los integrantes del tribunal que evaluó esa tesis, el profesor Álvaro Peláez, ensaya aquí una extensa reseña del libro. Alemán pone a dialogar la arquitectura con la filosofía, la Bauhaus con el Círculo de Viena y, en la elección por la que se decanta este artículo, a Otto Neurath con Rudolf Carnap.

Elogio del esperanto. Arquitectura objetiva y empirismo lógico (1927-1931), de Laura Alemán. Estuario Editora, Montevideo, 2025. 447 págs.

Todo el mundo sabe que Rayuela, la novela de Julio Cortázar, contiene, antecediendo al cuerpo del texto, lo que el escritor argentino llamó un «tablero de dirección», donde, famosamente, propuso dos rutas posibles para la lectura de su obra. Allí nos dice: «A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El lector queda invitado a elegir una de las dos posibilidades siguientes», y resalta en cursivas el verbo elegir. Una década después, el mexicano Carlos Fuentes diría que el universo de Rayuela es una caja de Pandora, que contiene «juego, ceniza y resurrección». Si a la libertad de elegir que enfatiza Cortázar le añadimos la evocación de Fuentes a la caja de Pandora, obtenemos una caracterización justa de la experiencia que tenemos los humanos como lectores. Por un lado, elegimos cómo abordar un texto: seguimos, muy usualmente, el orden convencional –como dice irónicamente Cortázar, desde la primera página hasta las señales que indican la palabra Fin–; pero en muchos otros casos leemos arbitraria e incluso caprichosamente, bajo el influjo de títulos o subtítulos, nombres de personas o lugares que apreciamos, pero que a veces también detestamos. Sin mayores remordimientos nos saltamos pasajes, referencias y notas a pie de página, e incluso dejamos languidecer una lectura en favor de otra.

Por otro lado, al abrir un libro, como dijo Fuentes, abrimos una caja de Pandora de la cual emergerán todo tipo de cosas y hechos inesperados, humanos y no humanos, reales o posibles, actuales y pasados, pero también lo harán cosas o hechos meramente conjeturales, conexiones todavía no exploradas que bajo la forma de preguntas nos conducirán hacia otros universos, no visibles a simple vista en el libro en cuestión, pero que con su ayuda al menos prefiguramos.

El libro que me encuentro reseñando, Elogio del esperanto. Arquitectura objetiva y empirismo lógico (1927-1931), de Laura Alemán, nos ofrece las dos virtudes que utilicé anteriormente para caracterizar la práctica de la lectura: libertad de elección y descubrimiento. Es cierto que Alemán no propone, como Cortázar, un tablero de dirección que guíe nuestra lectura, pero no creo que le moleste que yo, amparado por la autoridad del autor
de Rayuela, proponga el mío. Por otro lado, lo que su libro me ha ayudado a descubrir también es de mi completa responsabilidad.

* * *

Primero, pues, mi tablero de dirección. Debo advertir antes que todo que tanto el período histórico como los lugares, los personajes y las conexiones entre las vidas, las ideas y los proyectos de que trata este libro me son enormemente simpáticos. Si como plantea la discusión introductoria de la película de Woody Allen Medianoche en París, los seres humanos tenemos la tendencia a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, no tengo dudas de que mis fantasías me llevarían a esa Viena de los primeros 30 años del siglo XX. Aparte de la simple admiración por algunos de los protagonistas del período, mi embeleso, que la exhaustiva y detallada investigación que Alemán nos ofrece en este libro no ha hecho más que aumentar, involucra la pregunta de si fue solamente una coincidencia que los orígenes de la música dodecafónica, de la arquitectura moderna, del positivismo legal y lógico, de la pintura no figurativa y del psicoanálisis —sin mencionar la recuperación de la obra de Friedrich Nietzsche y Søren Kierkegaard– tuviesen lugar simultáneamente y estuviesen concentrados en tan gran medida en Viena. Por otro lado, y aparte de lo estrictamente circunstancial, y hacia allí quiero encaminar mis comentarios, me he preguntado muchas veces si, mutatis mutandis, las ideas y los proyectos compartidos por esa gran comunidad de seres humanos no podrían convertirse en ejemplos e inspiración para nuestros propios esfuerzos como investigadores, educadores, y ciudadanos de un país y del mundo.

El libro, como lo expresa claramente su título, trata sobre las relaciones entre la llamada arquitectura objetiva y el movimiento filosófico conocido como empirismo lógico. Los protagonistas y sus avatares son numerosos y ricos en detalles. De entre todos ellos y de las interesantes y reveladoras conexiones doctrinales y vitales que expone cuidadosamente Alemán, me concentraré, por razones de brevedad y deformación profesional, en dos de los protagonistas de esta historia, cuya vida y obra considero ejemplar en muchos sentidos: Otto Neurath y Rudolf Carnap.

Neurath, como lo documenta muy bien la autora, fue director del Museo Alemán de Economía de Guerra, secretario de la Asociación Austríaca de Asentamientos y pequeños huertos, donde dirigió programas educativos junto con varios arquitectos, y fundador del Museo de Asentamientos y Planificación Urbana, entre otras instituciones. Paralelamente, desarrolló sus proyectos filosóficos y educativos, siendo el más significativo el que concierne a un método pictórico para la enseñanza de la ciencia, el Isotype: el Sistema Internacional de Educación Pictórica Tipográfica, en torno al cual se fundó posteriormente el Isotype Institute, en 1941 en Oxford.

Aquí cito un párrafo en el que se condensa muy bien el perfil de Neurath: «Movido por un ánimo febril, integra múltiples intereses y varios campos disciplinares con toda soltura. Es un motor encendido, impulsado por convicciones éticas y sagradas utopías: la mejora de la vida humana es su desvelo más hondo, el núcleo de su empuje afectivo. Así se muestra el “sociólogo de la felicidad”, la “persona más simpática de Viena”, quizá la figura más peculiar y atractiva del WK. Un hombre “salvaje y apasionado”, siempre atento a su época, que suele leer el diario al caminar por las calles. Un hombre risueño capaz de involucrarse en las cosas más serias».

Así, podríamos decir con justicia que Otto Neurath fue especialmente un hombre de acción, alguien que hizo un uso práctico de las conexiones doctrinales con otros miembros de su cultura inmediata, para fines del mejoramiento de la vida humana. La Enciclopedia de la ciencia unificada, que editó junto con su amigo Rudolf Carnap, el Manifiesto del Círculo de Viena, escrito en ausencia de Schlick (aunque dedicado a este), de fuerte tono combativo, e incluso su cruzada antimetafísica, fueron parte de un proyecto de ilustración educativo democrático que pretendió poner a la filosofía al servicio de la sociedad.

Rudolf Carnap, por su parte, fue esencialmente un filósofo especulativo. Con formación en filosofía, bajo el influjo de la lógica de Gottlob Frege, de quien fue alumno, pero habiendo pasado por las aulas de filósofos neokantianos e incluso de Edmund Husserl, de un talante conciliador y tolerante, fue el contrapeso ideal para las exuberancias políticas de Neurath. Cito un párrafo que Alemán extrae de un texto de Carnap titulado: «Mi camino en la Filosofía», donde quedan claramente planteados sus límites respecto a la intromisión de la política en la filosofía. «La mayoría de nosotros», dice Carnap, «incluido yo mismo, era socialista. Pero queríamos mantener nuestro trabajo filosófico alejado de nuestros objetivos políticos. Creíamos que la lógica, la lógica aplicada, la epistemología, el análisis del lenguaje o la metodología de las ciencias, al igual que las ciencias mismas, eran neutrales ante los objetivos prácticos, fueran estos de índole moral e individual o de índole político-social. Neurath criticó duramente esta actitud neutralista, que a su juicio ayudó a los enemigos del progreso social y les facilitó las cosas. Nosotros sostuvimos, empero, que la intromisión de puntos de vista prácticos y especialmente políticos empañaría la pureza del método filosófico.»

Carnap era un «espíritu calculista», como lo tildó Neurath en una carta en la que le reclama, alrededor de 1935, su adhesión a la semántica de corte tarskiana. A ese reclamo le sucedieron otros que no vale la pena mencionar ahora, pues tuvieron un desenlace ciertamente infeliz. Lo que sí me interesa destacar es que, si bien Carnap rechazó la politización de la filosofía al estilo de Neurath, no por ello debe atribuírsele indiferencia hacia los problemas políticos y sociales. Por el contrario, Carnap fue muy sensible a esos problemas, solo que su acercamiento a ellos fue por la vía de una moralidad individual, que, según él mismo reconoce, absorbió del clima religioso de su niñez. Así, estando ya en Estados Unidos, encabezó muchas acciones que, en el marco del macartismo, lo condujeron a ser detenido en un número importante de ocasiones. Una de esas acciones, especialmente conmovedora, fue la visita que hizo a México poco tiempo antes de su muerte, para mostrar su solidaridad con filósofos que se encontraban detenidos, acusados de actividades subversivas. Al regresar a Estados Unidos, Carnap redactó un informe que fue publicado en el Journal of Philosophy en 1970. Hace años traduje ese informe para una revista académica mexicana, del cual me voy a permitir citar un pasaje del final:

«La señora de Gortari me dio dos tarjetas blancas y me pidió que escribiera unas pocas palabras para cada uno de los filósofos. Al principio dudé, debido a que podría verse sospechoso por el policía; pero había observado que ellos no habían prestado la más mínima atención a nuestra conversación. Así, escribí para cada uno de ellos algunas palabras de admiración por la fortaleza, tenacidad y ecuanimidad estoica con la cual habían enfrentado su duro destino, dedicando su tiempo al trabajo fructífero y positivo; y también expresé la esperanza de que el día de la liberación no se aplazara mucho. Ambos hombres leyeron las tarjetas y estaban visiblemente emocionados; dijeron que guardarían y cuidarían esas tarjetas para siempre».

He aquí pues, solo dos personas excelentes entre otras también excelentes sobre las que abunda este libro. Vidas dedicadas al estudio, la educación, y a hacer mejores las vidas de sus semejantes.

* * *

No quisiera finalizar mis comentarios sin referirme, como lo anuncié al principio, a lo que descubrí o, más bien, me sugirió el libro que me encuentro comentando. Laura Alemán dice al comienzo que «se trata de propiciar la conversación entre dos mundos situados en un mismo nivel de jerarquía, de instalar un espejo imperfecto en el que estos universos se miran. La filosofía no es un mero brazo auxiliar ni el recóndito lugar de revelaciones profundas; es un campo disciplinar que se pone en juego y dialoga en un mismo plano con el de la arquitectura. No hay, pues, un propósito develador liderado por una de estas disciplinas, sino la apuesta a un juego simétrico en este sentido». Esto me hizo pensar, viendo retrospectivamente la historia de la filosofía, que varios de los más grandes filósofos de esa historia usaron metáforas o analogías arquitectónicas para erigir sus sistemas o expresar sus ideas. Todos recordamos, por supuesto, la República de Platón y La ciudad de Dios de San Agustín, para quien Dios es el «gran arquitecto». Pero llegados a la modernidad, tenemos a dos filósofos fundamentales, que marcaron los destinos de nuestra disciplina, y que también tomaron como modelo la arquitectura: Descartes y Kant. Solo voy a citar un par de párrafos elocuentes, por sí mismos, de cada uno de ellos.

En la segunda parte del Discurso del método, Descartes dice: «Verdad es que no vemos que se derriben todas las casas de una ciudad con el único propósito de reconstruirlas en otra manera y de hacer más hermosas las calles; pero vemos que muchos particulares mandan echar abajo sus viviendas para reedificarlas y, muchas veces, son forzados a ello, cuando los edificios están en peligro de caerse, por no ser ya muy fuertes sus cimientos. Ante cuyo ejemplo llegué a persuadirme de que no sería en verdad sensato que un particular se propusiera reformar un Estado cambiándolo todo, desde los cimientos, y derribándolo para enderezarlo…, pero que, por lo que toca a las opiniones, a que hasta entonces había dado mi crédito, no podía yo hacer nada mejor que emprender de una vez la labor de suprimirlas, para sustituirlas luego por otras mejores o por las mismas, cuando las hubiera ajustado al nivel de la razón».

Por su parte, al final de la Crítica de la razón pura, en una sección titulada «La arquitectónica de la razón pura», dice Kant: «Entiendo por arquitectónica el arte de los sistemas. Puesto que la unidad sistemática es aquella que primeramente concierne al conocimiento común en ciencia, es decir, que de un mero agregado de ellos hace un sistema, resulta que la arquitectónica es la doctrina de lo científico en nuestro conocimiento en general…». Y agrega más adelante, en franca sintonía con Descartes: «Es una lástima que solo después de haber recolectado durante largo tiempo, de manera rapsódica, según la guía de una idea que reside escondida en nosotros, muchos conocimientos que se refieren a ella, y que nos sirven como materiales de construcción, e incluso solo después de haber pasado mucho tiempo combinándolos técnicamente, nos sea posible, por primera vez, ver la idea en una luz más clara, y diseñar arquitectónicamente un todo según los fines de la razón».

Solo me resta agradecer a Laura por este magnífico libro y recomendar calurosamente su lectura.

(Álvaro Peláez es profesor de Filosofía Teórica en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.)

Artículos relacionados

Rosalía y Lux, su último trabajo

Deja que entre la luz

Marosa di Giorgio: relatos eróticos completos

Una sexualidad salvaje y delicada

Cultura Suscriptores
Las cartas de la familia Wittgenstein

Una novela epistolar

Cultura Suscriptores
Silvio Rodríguez en Montevideo

En el borde del camino hay una silla

Cultura Suscriptores
Cine. Mente maestra, de Kelly Reichardt

Hermosos perdedores