Sin embargo, El palimpsesto intencionado. El proyecto literario de Felisberto Hernández parece dar cuenta de dos tesis en una: la primera –que conforma la mayor parte de los capítulos– analiza, desde las categorías de palimpsesto y bricoleur, la etapa inicial de la obra de Felisberto Hernández, anterior a 1940. La segunda –propuesta en el último capítulo– abarca un período más extenso y se centra en el papel de las figuras femeninas dentro de la estética felisbertiana o, más precisamente, en el rol de las descripciones de mujeres en una escritura siempre voluptuosa en su impulso a la digresión.
La primera etapa de la producción de Hernández concluye para González de León con la aparición de las novelas «de la memoria y la profundización en el modo de recordar», que se inicia a partir de Por los tiempos de Clemente Colling, en 1942. Incluye el estudio de Fulano de tal (1925) y de Libro sin tapas (1929), más el de otros textos, reunidos por el propio Felisberto bajo el sugestivo nombre de «Tratado de embudología», que se mantuvieron inéditos hasta 2015, fecha en la que la editorial argentina El Cuenco de Plata publica la Narrativa completa de Hernández, y que en la publicación de González de León se transcriben como «Anexo» –lo cual le otorga al libro un valor documental que acompaña el valor crítico–. Según la autora, el conjunto reúne el «movimiento inicial en su programa creativo»: son textos que se vuelcan hacia la metaforización del propio acto creativo. Se destaca la observación del propio sujeto, los desdoblamientos del yo como estrategias mediante las cuales indagar en los procesos creativos, lo delgada que resulta la línea que distingue la narración del ensayo, el acto de enunciación de lo enunciado.
La investigación de González de León propone hacer dialogar, tanto desde lo formal como desde lo temático, los textos de reciente aparición con los otros más conocidos, Fulano de tal o Libro sin tapas, estos últimos ya incluidos por José Pedro Díaz, en 1981, en el primer tomo de las Obras completas (Arca/Calicanto). La invitación es a revisar los límites de aquello que consideramos obra, al elegirse como objetos de estudio «textos que hoy se consideran valiosos», pero que por mucho tiempo fueron «meras experimentaciones». Desde una posición teórico-metodológica que toma distancia de estas jerarquizaciones, González de León entiende que «poseen una relación de complementariedad y no de antecedente uno del otro». Por otro lado, el interés por esta etapa anterior a 1940 no solo viene a contrarrestar aquella primera desatención de la crítica por esa producción inicial, asimismo se transforma en un camino de investigación necesario para completar el mapa de estudio de un escritor consagrado y leído con recurrencia e interés por la academia.
El palimpsesto intencionado es el resultado de una tesis doctoral que se inició hace diez años, a los que se suma el tiempo dedicado a la obra de Felisberto Hernández durante otras investigaciones anteriores de la autora: en 2011 González de León había publicado Felisberto Hernández. Si el agua hablara. Estudio de su obra y la recepción crítica en la prensa periódica y revistas (1942-1964) y en 2016 participó en la Narrativa completa de El Cuenco de Plata con un artículo titulado «Escritura de los orígenes: los inéditos de Felisberto Hernández», primer acercamiento al corpus de inéditos que ahora se analizan con atención. A su vez, las «Palabras liminares» dan cuenta de un libro que es resultado de un trayecto profesional en el que la docencia y la investigación han jugado un rol complementario. En todos los capítulos, el análisis de los textos nos retrotrae a las clases de literatura y su metodología del paso a paso –el ejercicio de la lectura comentada, que tanto marcó a muchas generaciones de estudiantes–, ese proceso que Wolfgang Iser entendió como una dialéctica que avanza a medida que el lector lee la obra.
EL AUTOR EN SUS PAPELES
Gran cantidad de horas en la Sección de Archivo y Documentación del Instituto de Letras antecede a la publicación de un libro que brinda una descripción detallada de los papeles felisbertianos: reconstruye su cronología, analiza sus soportes, sus materiales, sus temas. Allí se encuentra parte del archivo Felisberto Hernández, porque, haciendo honores a una estética siempre tendiente al fragmentarismo, estos se encuentran dispersos por distintas instituciones, como si tal disgregación cumpliera la función de burlar, con humor, todo propósito totalizante del concepto de obra. Un archivo, además, que González de León considera que ha sido objeto de fetichización a lo largo del tiempo, pero que mantiene una deuda aún con su abordaje desde la llamada crítica genética, esa línea teórica surgida en la década del 70 que analiza los procesos de escritura a partir de los manuscritos y que busca reconstruir los métodos de trabajo de los creadores desde las huellas en sus papeles. En contraposición a toda concepción estructurante, González de León prefiere, desde el título de su investigación, hablar de «proyecto literario», lo cual hace hincapié en el carácter inconcluso, indagatorio, exploratorio de un espacio de escritura felisbertiano que invita a desafiar los límites del archivo y la obra, tanto en su ubicación locativa como en su contenido.
La creación de ese proyecto literario va de la mano de la construcción identitaria de una figura de autor que siempre se las ingenia para tensar el adentro y el afuera del texto. Julio Premat, en un artículo de 2006, fundamentaba cómo la crisis del concepto moderno de autor se planteó en tres direcciones en el siglo XX: como duda lingüística –porque ya no es posible hacer corresponder, sin inconvenientes, el sujeto empírico con el sujeto gramatical–, como duda psicoanalítica –Jacques Lacan dixit– y como duda sociológica en tanto el autor, lejos de crear la obra al margen de sus circunstancias, es un sujeto histórico. Entonces, ¿cómo arriesgarse a afirmar, como propone González de León, la tan vapuleada intencionalidad del autor para con su proyecto literario, a pesar de todo? ¿En qué términos entender esta defensa de la intencionalidad?
El palimpsesto intencionado fue presentado el 28 de junio de este año en la Biblioteca Nacional. Acompañó a la autora en la oratoria el investigador Óscar Brando, quien recordaba cómo ambos se formaron en tiempos de la semiótica y el estructuralismo, cuando la muerte del autor, decretada por Roland Barthes en 1968, dominaba sobre todo enfoque biografista. La separación entre vida y obra era clara, y tal vez, agrego, en nuestro país, la mejor formulación de ello la dieron centenares de horas en aulas de educación media dedicadas a presentar épocas y autores como aspectos introductorios (distintos, casi olvidables) al comentario posterior y primordial de las obras literarias.
La intencionalidad a la que remite González de León propone no perder de vista que el protagonismo lo tiene el estudio de los textos, y es desde ellos que se construye una figura de autor, en general desligada de lo biográfico. La interpretación de la obra, la construcción de un concepto de autor llamado Felisberto Hernández (surgido del ejercicio crítico, casi independiente de la persona que escribe) siempre predominan sobre el análisis de la figura del creador inserto en la vida social. Pero, a diferencia de como lo planteó el estructuralismo en su momento, en lugar de matar al autor, la intencionalidad de este surge del propio comentario de los textos, se recupera como práctica hermenéutica, porque autor y obra resultan dos categorías implicadas. El palimpsesto intencionado habla de Felisberto en sus papeles, incluso en los márgenes de esos papeles, nunca fuera de la hoja escrita.
FELISBERTO, AYER Y HOY
La lectura que la autora hace de la narrativa de Felisberto articula la concepción de la literatura y los métodos de trabajo de este autor con aportes teóricos muy posteriores a él, y esto parecería ocurrir, más que como resultado de la orientación elegida para la investigación, como necesidad de un objeto de estudio que, por sus características, no encaja del todo en su época y sí, en cambio, lo hace más de medio siglo después de su aparición. Como hace notar la autora, Hernández apuesta por un proyecto literario en el que resulta relevante para el propio creador el proceso de su génesis como espacio desde el cual reflexionar y construir la praxis literaria; en ese sentido, su condición de raro, planteada por Ángel Rama en 1966, se renueva tanto por su iniciativa de abrir los límites de la obra –aunque sus textos se escribieran en épocas defensoras de la autonomía literaria, de la cual también estos dan cuenta, paradójicamente– como por incorporar a esa obra el lugar del autor. Aunque la investigación de González de León no pasa por alto la cercanía de Hernández a los movimientos de vanguardia, tan estudiada, ni su «escritura de lo intrascendente», en reacción a los modelos realistas de la literatura, ni la incidencia en su filosofía del lenguaje de Carlos Vaz Ferreira, existe una zona de la propuesta estética que siempre parece escaparse de las coordenadas espaciotemporales a las que Felisberto perteneció, y que es la que conduce con comodidad a la articulación de su obra con lecturas teóricas posteriores o con temas que entrarían en la agenda teórica muchas décadas más tarde, como los límites de la ficción o la ecuación autor-narrador-personaje como problema textual.
La pregunta tal vez radique en cuánto hay de ruptura con el horizonte de expectativas de su época en aquellos que se han entendido como raros. La parodia felisbertiana, por ejemplo, ese escribir como forma de buscar aquello que no se conoce –«no creo que solamente deba escribir lo que sé, sino también lo otro», afirma un célebre pasaje de la novela Por los tiempos de Clemente Colling– pero que motiva el acto creativo, «integra convenciones y las tergiversa», expresa González de León. Muchas décadas más tarde, Cecilia Secreto caracterizaría la literatura posmoderna como aquella que echa mano de la reescritura para perderle el respeto a la historia y sus tradiciones, e incluso más acá en el tiempo, con lenguaje ecologista, ese fabricar «materiales de descarte para luego usarlos a la manera del artesano que trabaja con lo que se usó en otro contexto de escritura» del que habla este libro sugiere una suerte de poética del reciclaje.
No es este el único motivo que ayudaría a entender por qué este escritor sí forma parte de nuestras expectativas como lectoras y lectores del siglo XXI. La orientación de su escritura hacia la construcción de espacios ficcionales puestos al servicio del giro subjetivo constituye otro elemento que cobra fuerza en la literatura de las últimas décadas del siglo pasado; en esta dirección se orienta el trabajo de Jean Philippe Barnabé, «Tierras de la memoria como “autoficción”», a propósito de los falsos diarios personales puestos al servicio de la ficción. González de León agrega que esto convierte a Felisberto «en un precursor de lo que en el presente se viene estudiando como autoficción». Compleja interpretación de un escritor que, en simultáneo, defendió la autonomía del lenguaje como precepto de las vanguardias de las que formó parte, a su manera, y que conduce a González de León a transitar, con éxito, en la cuerda floja que oscila entre el giro lingüístico más radical y la necesidad de poner en tensión los alcances de esa misma autonomía lingüística.
Reconozco estas líneas sobre El palimpsesto intencionado más cercanas al intercambio de saberes que a la función descriptiva, propia de la reseña o la nota cultural. Dan cuenta, en definitiva, de que estamos frente a un libro que invita a seguir repensando a un escritor tan consagrado como actual. Es una investigación que, seguramente, se sumará al podio de los estudios críticos más importantes sobre Felisberto.