¿Cómo imaginar el canto latinoamericano de raíz rural sin la figura de Atahualpa Yupanqui? Sería imposible.
Héctor Roberto Chavero –“Atahualpa Yupanqui”–, nacido en Campo de la Cruz, provincia de Buenos Aires, en 1908, y muerto en Nimes, Francia, en 1992, es no sólo el pilar básico del canto popular argentino sino también base del género a nivel continental. Es decir, Yupanqui no sólo le puso el mango a la sartén en la canción popular argentina, sino que directamente inventó la propia sartén.
Su influencia es tal que todo lo ocurrido en la música argentina –y también uruguaya– lleva de algún modo su sello.
Yupanqui no sólo fue un cantante personalísimo, un guitarrista magistral y un letrista de hondura poética sin par; fue el símbolo del solista “enguitarrado”, el fundador de una escuela y su máximo exponente.
La Argentina de Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Horacio Guarany, Mercedes Sosa, entre tantos otros, es la Argentina de Yupanqui.
El Uruguay de Osiris Rodríguez Castillo, Aníbal Sampayo y Amalia de la Vega, que luego produjo al Uruguay de Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, José Carbajal y Los Olimareños, también es el Uruguay de Yupanqui, del mismo modo que el Chile de Violeta y Ángel Parra y Víctor Jara es el Chile de Yupanqui.
Así lo entiende Héctor Numa Moraes, parte de una generación que se formó escuchando en la radio a Los Chalchaleros y Los Fronterizos cantando a Yupanqui, tanto como al propio Yupanqui. Y con la misma reverencia, el mismo respeto y el mismo amor con que en 2001 grabó Numa canta Osiris, edita ahora su Recordando a Yupanqui, un bellísimo disco donde, antes que nada, no intenta imitar lo inimitable, ya que su guitarra y su voz, muy eficientes y personales, poco tienen que ver con las del maestro. También ha acertado en la elección de un repertorio que esquiva casi totalmente “los grandes éxitos de Yupanqui” y se centra en temas no tan obvios, aumentando el interés de la propuesta. No encontramos aquí “Los ejes de mi carreta”, “Camino del indio” ni “El arriero”. Los temas “conocidos” son “Los hermanos” y “Tú que puedes vuélvete”, que curiosamente no brillan al lado de las excelentes versiones que Numa hace de temas menos obvios, como “Canción para doña Guillerma”, las bellísimas milongas “Sin caballo y en Montiel” y “Leña verde”, o el carnavalito “Indiecito dormido”. El disco alterna –al mejor estilo de Yupanqui– los temas cantados con los instrumentales de guitarra solista, que Numa vuelca con innegable buen gusto, excelente técnica y la utilización entrañable de ciertos efectos guitarrísticos típicos del maestro argentino, como las notas arrastradas en auténticos glissando.
Son particularmente notables las versiones instrumentales de “Paisano errante”, “Danza de la paloma enamorada” y la hermosísima “La pobrecita”.
Renglón aparte es la conmovedora lectura de la zamba “La añera”, uno de esos textos que sólo Yupanqui podría escribir, donde Numa se da el lujo de cantar a dúo con el argentino Polo Román, quien también toca bombo, y que integrara durante 40 años el legendario grupo vocal Los Chalchaleros.
Román canta con una voz ajada por el tiempo pero todavía de firme y amplio vibrato, que suena gloriosamente auténtica.
La parquedad de la instrumentación –una guitarra, una voz, en un tema una segunda voz y un bombo, y en otro un piano– indicaría que la toma de sonido sería sencilla, algo que en realidad nunca sucede. Gustavo de León logra en el estudio Sondor un sonido bellísimo en cada surco de este disco altamente recomendable.
Hay Yupanqui para rato en la música latinoamericana. Y en la uruguaya hay Numa Moraes para rato, ya que sigue cantando preciosamente con su inconfundible voz de reflejos agudos, y sigue mostrando en las seis cuerdas una exquisita sensibilidad.
Cuesta imaginar otro homenaje a Yupanqui tan sentido, sobrio y efectivo.
Recordando a Atahualpa Yupanqui. Héctor Numa Moraes. Ayuí, 2017.