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Sobre el disco debut de Natalia Meyer.

Foto: Valentina Valentino

“Verdades provisorias”1 es un trabajo realmente grato, gozoso, vital y bonito, de una figura nueva que entra pisando firme y parece tener mucho para dar.

Natalia Meyer se presenta en ese ámbito que es como una intersección de pop con trabajo “de cantautora”. Es un campo de acción muy arraigado entre compositoras-cantantes, cuyo origen parece haber sido simultáneo al rock de fines de los años sesenta, con figuras como Carole King y Carly Simon. Esas creadoras e intérpretes produjeron trabajos en los que había expresión personal, refinamiento y originalidad, pero sin transgredir los límites de lo que se asumía como entretenimiento y ligereza, preservándose en un marco pautado por las nociones establecidas de lo bello y lo agradable. Era una actitud disociada de la realización de una música tonta y calculada para pegar, y, al mismo tiempo, alejada de la pose heroica y de liderazgo de masas a la que tendía el rock. La seguridad y la autoridad que se desprenden de este trabajo me recuerdan el caso similar de la ópera prima de Papina de Palma (Instantes decisivos, 2016), con la que tiene muchos puntos en común. De hecho, Papina canta en uno de los surcos.

Natalia Meyer tiene una muy buena voz y la maneja tremendamente bien. Tiene tesitura de contralto y casi siempre explora su registro más grave, en el que su volumen es más acotado y le surge una interesante ronquerita en el timbre. Pero luego, con toda naturalidad, salta a registros más agudos, en los que dispone, cuando quiere, de una mayor potencia y un sonido vocal singularmente puro. Maneja los recursos canoros con parsimonia y nunca deja la impresión de que está haciendo gala de sus facilidades técnicas, aunque se sirve de ellas para animar sus interpretaciones. No hay verso repetido que cante exactamente igual, aun si la variedad está acotada por el hecho de que su canto es muy rítmico y las sílabas importantes siempre caen a tiempo (casi no usa rubato). Siempre está aportando una respiración, un pequeño portamento u otro ornamento, un cambio de emisión, una manera distinta de valorizar una consonante, con gracia, expresividad y esa cosa intransferible, tan difícil de aprender, que es un componente de alma, de ángel, en el canto.

Sus músicas parecen planteadas, en buena medida, en función del decir. De hecho, varias partes vocales tienen un dejo medio amorfo, en que se delinean algunas notas pilares, pero lo que hay alrededor de ellas es flexible, está supeditado a la rítmica y la teatralidad de las palabras. Esta es otra cosa en común con Papina, pero, más allá de la influencia del indie rock femenino, me pregunto si no contará también el hecho de que Natalia esté viviendo, desde hace casi cuatro años, en Italia, la cuna misma del canto declamado. Esto, dicho sea de paso, explica la cantidad de fragmentos en italiano (hay canciones llamadas “Dove sei”, “Buonasera” y “Nonna”). No todo el disco usa esa concepción de línea vocal: en casi todas las canciones se alternan fragmentos en los que la rítmica parece supeditada a las palabras con otros en los que la melodía comanda. Esta es una buena fuente de variedad.

Una modalidad melódica flexible sólo tiene sentido si las letras son buenas. De pronto, en lo temático, las letras de Natalia están, todavía, atadas a cierta perspectiva adolescente, ya que el disparador de casi todos los textos parece ser una contemplación de sus propios estados de alma y su condición existencial, casi siempre ante la interacción con otra persona. Pero hay alguna excepción importante (la preciosa “Nonna”). Y, más allá de la mencionada limitación, la escritura es bastante suelta e imaginativa, tiene un vocabulario y un conjunto de referencias bien amplios, y lindos juegos de sonoridades: “Somos lo que espero de este encuentro, lo que quiero que responda,/ la decisión que toma la moneda mientras rota”. Algún pasaje poético es realmente rico: “Luego de llenarse los ojos de tantas fotos, no cabe un guiño/ Se le desbordaban las retinas, tuvo que tirar unas lágrimas al piso”.

La misma soltura muestra en lo compositivo. Sus músicas se ciñen a recursos relativamente sencillos y, sin embargo, muestran una especial apertura a investigar posibilidades. Nunca queda atrapada en un mismo ámbito rítmico y armónico. “Mi placard”, por ejemplo, modula de do mayor a sol mayor. Será la modulación más banal del mundo, pero la mayor parte de la música popular reciente no modula jamás. Además, en este caso, la modulación incursiona en una zona en menor y potencia una estructura tripartita. La canción empieza en la tesitura más grave, con una melodía peculiar, hecha de pares de notas separados por saltos e intervalos de tiempo amplios. Luego hay una sección transitiva y, finalmente, la tercera se establece en sol en una onda clímax, en la tesitura más aguda. Cada una de las secciones recurre a un patrón rítmico diferenciado de los demás.

Lo antedicho no es nada comparado con “Monedas de Etiopía”, que transita cuatro centros tonales distintos, en algunos casos con inflexiones modales. Hay otros elementos de interés agregados en esa canción: la primera melodía cantada está armonizada con centro en re, pero, cuando vuelve a surgir más adelante, la nueva armonía deja la sensación de que está en la. Hay una sección (en mi menor) que aparece primero con un ritmo hemiólico y, cuando regresa, está adaptada a un funky en compás de 7. Todo termina en el péndulo si menor/mi menor, apartado de la introducción, que estaba en la. Nada de eso suena a “experimentalismo”, pero provoca sorpresa, mantiene el interés, instaura un estimulante clima de juego y, de acuerdo a lo dicho al inicio sobre el clima pop, sigue sonando orgánico, natural, fácilmente aprehensible por el oyente interesado.

El disco tiene una producción musical-sonora excelente, a cargo de Agustín Moratorio, responsable también de los arreglos. Es un guitarrista formidable, ecléctico, con un fuerte sentido rítmico, lleno de recursos (tanto en guitarra criolla como en guitarra eléctrica). El sonido general es pop, es decir, casi siempre hay bajo, batería, guitarra y teclado; se busca un sonido pleno, contundente, planteado dentro de esquemas más o menos usuales en la música de ascendencia beat. Pero los arreglos son detallistas y están hechos con imaginación: siempre hay un sonidito interesante, una percusión que interviene aquí, un ritmo que cambia allí, un efecto sonoro, un doblaje de la voz, un coro que entra, un momento de relativo vacío que prepara el regreso al sonido más pleno, predominante. También aquí todo fluye y todo suena. Aparte de frecuentes cambios de patrón rítmico, hay algunos casos en los que se viola la aburrida costumbre pop de mantenerse atado a una misma subdivisión (en el estribillo de “Norte” interviene una línea de acompañamiento tresillada que le da un aire africano).

En la mayor parte del disco transitamos ámbitos genéricos internacionales: hay mucho backbeat, atisbos de klezmer y funky, piques de Djavan, ska, elementos afro, atisbos indirectos de samba. Algunas pequeñas referencias al Río de la Plata son la breve sección hemiólica de “Monedas de Etiopía”, que remite al folclore argentino, la casi cita de “Detrás del miedo” (Canoura/Cabrera) en la introducción de “Salgo” y el chin pun tanguero con el que cierra “Completo desconocido”. Sin embargo, las dos canciones con las que el disco empieza y termina son justo las dos grandes excepciones de carácter netamente rioplatense. “Somos”, el primer tema, es una milonga, cuya parte vocal tiene cierto influjo de hip hop, y un ritornelo interesante con acordeón en relación polirrítmica con la base (se atiene al 3 del 3-3-2 milonguero). El tema final es una tanguez preciosa en coautoría con Moratorio: “Nonna”, dedicada a una abuela (¿real o imaginaria?). Es una canción curiosa, porque tiene una estructura armónica y una configuración melódica nada tangueras y, sin embargo, la rítmica es total y expresamente de tango, con bandoneón y todo. Tiene el efecto de sonar al mismo tiempo tradicional y novedosa, familiar y extraña. Natalia Meyer y Agustín Moratorio tienen mucho que aportar a un ámbito musical más rioplatense; sería genial que profundizaran en ese costado.


1.   Verdades provisorias, edición de la intérprete, 2019. Realizado con el apoyo del Fonam. Disponible en distintas plataformas.

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