Excelentes Nadadores está integrado por Francisco Izuibejeres (batería), Hernán Silva (bajo), Gabriel Ameijenda (bajo), Karen Halty (teclado y voz) y Leandro Dansilio (guitarra y voz). En realidad, creo entender que están en un momento de sustitución de un bajista (Hernán) por otro (Gabriel); la información brindada es un poco confusa. El primer disco se llamó igual que el grupo; este segundo es Nx estxn preocupadxs,1 escrito así, en una especie de lenguaje superinclusivo que alcanza a conjugaciones, adverbios y conjunciones.
El sonido se podría calificar de “pop oscuro”: tiene batería, bajo, timbres eléctricos y voces, y se apuesta al formato canción, si bien se intenta ir un poco hacia sus fronteras. Para dar una idea, nomás (las comparaciones sólo sirven para eso), el primer tema –especialmente– me recordó mucho a Riki Musso, pero no al de El Cuarteto de Nos, sino al de sus discos solistas. Tiene un sonido maquinoso (aunque los instrumentos estén tocados de verdad), una letra en la que la métrica es un poco secundaria y una melodía algo dura, repetitiva (en el caso de la coda final, hasta la desesperación), por más variaciones que se vayan haciendo. En general, hay gran abundancia de notas largas, tipo pedal, con evidente énfasis en lo tímbrico, que podrían dar un aire psicodélico al conjunto. Pero esto no ocurre; tal vez debido, justamente, a las melodías y a las letras. En cuanto a estas últimas, cuesta un poco meterse en ellas, saber cuál es su tema central (como para decir “cantate la canción esa que habla de…”), pero claramente no describen búsquedas interiores ni viajes de ácido.
Todo suena muy bien, sin interpretaciones virtuosísticas ni nada que se le parezca. Sí hay arreglos muy trabajados –sobre todo en teclados–, con sonidos sutiles que se oyen apenas o frases más cargadas, siempre con timbres muy bien elegidos. Todo ello arma un juego contrapuntístico que a veces se roba la atención. Los solos instrumentales quedan metidos en una marea de falsos ecos, como cuando se le pone mucho delay a algo, pero claro, al variar los timbres y las propias notas que se tocan, el resultado es mucho más interesante.
Ambas voces cantantes suelen moverse por sus registros bajo y medio, lo que tampoco colabora con la audición de las letras. Está bueno el recurso de dejar la voz femenina muy atrás (en volumen), tanto que uno puede no darse cuenta de que hay dos personas cantando, pero si esa voz no estuviera, la otra sonaría mucho más “pelada”. Además, eso le permite a la voz de fondo mezclarse con los sonidos del teclado hasta llegar a confundirse.
En resumen, se trata de un fino trabajo de arreglos y búsquedas tímbricas, al que bajo y batería, menos protagónicos, se suman con naturalidad. En todo caso, si algo queda en el debe, es definir un poco las composiciones. Esto es, los elementos básicos de las canciones, eso que hace que las recordemos, que llamen nuestra atención después de haberlas escuchado una o dos veces, que podamos distinguir unas de otras sin esfuerzo. Ese algo suele ser la melodía y, en segundo lugar, la letra, aunque esto es una observación simplemente estadística. No estoy diciendo que haya algún tipo de regla que cumplir al respecto, pero en un disco en el que los arreglos y las interpretaciones van siempre por el mismo lado, y donde la riqueza tímbrica se dejó en manos de los teclados (que podrán variar muchísimo, pero, por un tema misterioso, siempre van a “sonar a teclado”), me hizo falta algo que agitara un poco la escucha; una sorpresa o un personaje distinto de tanto en tanto.
1. Feel de Agua, 2020.