LA CRISIS DE LA GLOBALIZACIÓN
La victoria de Luiz Inácio Lula da Silva merece ser vista en el marco de un proceso histórico más amplio. Por primera vez una persona ocupará tres veces el cargo de presidente en Brasil. Lula, el nordestino, el sindicalista, fundador del Partido de los Trabajadores (PT), un actor clave en la transición y la consolidación de la democracia brasileña, fue el elegido para esa distinción. Pero el escenario económico es bastante más desalentador que el de los tiempos en que gobernó.
Luego del ciclo de crecimiento económico que en el siglo XXI permitió el ascenso de Brasil hasta alcanzar el lugar de la sexta economía del mundo, vino una crisis que no fue únicamente brasileña. El fin del ciclo de las commodities fue la expresión local de una crisis más amplia que se inició en 2008 en las economías centrales. Esta crisis de la globalización implicó una gran transformación económica, cuyos impactos sociales produjeron descontento en la ciudadanía. Esto fue capitalizado por emprendedores políticos de ultraderecha¹. La crisis y el impeachment a Dilma Rousseff dieron paso a un gobierno de derecha liberal que fracasó. El contexto de la corrupción del sistema político visibilizó un claro momento de crisis hegemónica de las elites brasileñas. La política se judicializó y la justicia se politizó. Al decir de Antonio Gramsci: «La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados». De esa crisis, pero con orígenes que vienen de muy atrás en la historia política brasileña, el bolsonarismo surgió como la expresión más acabada de las ultraderechas neopatriotas (antiglobalistas) latinoamericanas².
EL MUNDO YA NO ES EL DE LA PRIMERA DÉCADA DE LOS DOS MIL
Esta crisis de globalización implica también un momento de fuerte contestación del orden internacional. Esto se ve en el rechazo que los gobiernos encabezados por las ultraderechas neopatriotas muestran frente al multilateralismo, la integración regional, las agendas de derechos de las mujeres, el multiculturalismo y la diversidad, entre otros asuntos. También se expresa en las articulaciones de estos actores en espacios como el Parlamento Europeo, redes de think tanks o plataformas transnacionales, como la idea de iberosfera que promueve el ultraderechista partido español Vox. Este internacionalismo reaccionario³ muestra su capacidad de acción. Paralelamente, el orden internacional muestra su crisis en la guerra ruso-ucraniana y en las tensiones de las dinámicas globales.
En este contexto, el escenario global es diferente. Brasil en tiempos de Lula (2003-2010) buscó proyectarse en la región sudamericana y como actor global, con la construcción de autonomía como un eje rector. Con Bolsonaro, la política exterior brasileña tuvo un giro de 180 grados, apostando al alineamiento con Trump. Reconstruir procesos regionales, coordinar o liderar, reposicionarse globalmente en un momento de crisis del multilateralismo y de los regionalismos es un gran desafío para el futuro gobierno. En los gobiernos de Lula, la región y los BRICS fueron claves. Hoy el regionalismo está en crisis y los BRICS no son los mismos de mediados de los dos mil. El gran desafío es adaptar la estrategia a un escenario que cambió.
HAY MUCHO PARA HACER
La agenda de gobierno tiene muchas urgencias, expresadas en el discurso pronunciado por Lula la noche del domingo, destinado a muchos públicos: de Macron a los gobernadores brasileños, de Petro a Lacalle Pou, de los votantes del PT a los más radicales antipetistas y de los habitantes de la rambla de Ipanema a los de las comunidades más pobres del nordeste. La gran tarea es reconstruir el diálogo político, lograr que la lógica adversativa del «nosotros» y el «ellos» dé paso a una construcción política negociada y con deliberación. Para ello, la clave es un conjunto de políticas públicas esbozadas en ese discurso. El desarrollo como centro, con innovación tecnológica y sostenibilidad ambiental. Articuladas con este componente, las políticas sociales tienen un lugar central como forma de recuperar la cohesión social y atender la grave situación de una gran parte de la población. El descontento aparece en toda la región, lo que muestra un profundo malestar ciudadano con la política. Reconstruir el pacto social es un gran desafío.
NEGOCIAR APOYOS EN UN ESCENARIO COMPLEJO
Para implementar políticas, se necesita apoyo y tener votos en el Congreso. El mapa legislativo muestra un Senado federal con fuerte presencia del bolsonarismo, incluso con la capacidad de ser una plataforma para tensionar el relacionamiento con el Poder Judicial. En la Cámara de Diputados, Lula necesita lograr, primero que nada, una base que le garantice controlar un tercio de los votos. Este es el número clave para evitar un impeachment y para bloquear transformaciones institucionales promovidas por una mayoría especial coordinada por la oposición.
Lula tuvo su fórmula presidencial con un antiguo oponente, el expsdebista (de PSDB: Partido de la Social Democracia Brasileña) Geraldo Alckmin, lo que constituyó una señal de tranquilidad para el mundo de las finanzas y la industria. Su coalición electoral en primera vuelta ya incluía partidos y figuras políticas muy diversas, que van desde la izquierda hasta antiguos miembros de la coalición legislativa de Bolsonaro. En segunda vuelta, la coalición se amplió incluso con algunos actores que otrora impulsaron el antipetismo. En palabras de Lula, parafraseando a Paulo Freire, era necesario «unir a los divergentes, para enfrentar mejor a los antagónicos». Junto con esta apelación necesitó hacer más gestos hacia el centro e incluso algunos que, aunque personales, buscaron contemplar posiciones conservadoras en materia moral.
Pero con estos apoyos no alcanza, habrá que negociar con el centrão, ese grupo informal de partidos que, sin identificación ideológica clara, brinda sus apoyos a cambio de recursos. El conflicto con este grupo fue una pieza clave en la caída de Rousseff. Podemos pensar que «el centrão no se vende, pero se alquila». Lula ya supo negociar con este grupo de partidos y con los que se aproximaron a él en el ciclo electoral. Controlar las presidencias de las cámaras es otro desafío, especialmente la de Diputados, por su poder de agenda. Los cargos ministeriales y en las empresas estatales serán claves para armar una coalición que dé la mejor base legislativa posible.
El mapa de los gobernadores tampoco es muy alentador. Los tres estados más poderosos (San Pablo, Río de Janeiro y Minas Gerais) no tienen gobernadores de la coalición de Lula. Igualmente, los gobernadores también necesitan negociar con el gobierno federal. El gobernador de San Pablo, el integrante de la coalición bolsonarista Tarcísio de Freitas, mostró ya en estos días un discurso más moderado y conciliador.
El sistema político brasileño, con un gran número de partidos, hace necesario que los presidentes construyan coaliciones. El federalismo impone la negociación entre los gobernadores estaduales y el gobierno federal. Lula deberá administrar recursos que generen incentivos para los diferentes actores en búsqueda de apoyos y cooperación. Si bien el escenario es muy complejo, ya pudo hacerlo, aunque no sin problemas. Recordemos la compra de votos en el Congreso en 2005 conocida como mensalão.
LA OPOSICIÓN: LA ULTRADERECHA LLEGÓ PARA QUEDARSE
El bolsonarismo articuló sectores de diversas fuerzas conservadoras, que incluyeron grupos de militares, grupos religiosos con pautas morales conservadoras, sectores del agronegocio y hasta grupos extremistas. El bolsonarismo votó muy bien. Eligió en las cámaras a representantes de los diferentes grupos que lo integran, incluso a exministros que han tenido un desempeño muy cuestionable en sus gestiones, como es el caso de los de Salud y Medioambiente. Pero el bolsonarismo no solamente será oposición desde los espacios institucionales, también lo será en todos los rincones posibles del espacio político, incluso desde las redes sociales. Allí, el discurso de odio y las noticias falsas han sido sus principales herramientas. La ultraderecha será un actor desafiante y poderoso.
Mientras termino estas líneas, hay manifestaciones con espíritu golpista en Brasil. Rutas cortadas, tensiones en varias regiones, personas pidiendo la intervención militar en la puerta de cuarteles, azuzadas por noticias falsas, y otras cantando el himno brasileño mientras hacen el saludo fascista. Si Lula logra recomponer el espacio de lo político, habrá logrado un gran gobierno. Para ello, el pueblo brasileño necesita satisfacer sus necesidades más urgentes. El desafío es enorme. Le atribuyen a Antônio Carlos Jobim la frase: «Brasil no es para principiantes». Lula no es uno. Por eso tiene un lugar muy relevante en la historia política de Brasil. El tiempo nos dirá cómo cierra un largo ciclo político que inició al hacerse sindicalista en la región metropolitana de San Pablo hace ya muchos años.
1. Para un análisis más profundo véase Sanahuja, José Antonio (2019), «Crisis de la globalización, el regionalismo y el orden liberal: el ascenso mundial del nacionalismo y la extrema derecha». Revista Uruguaya de Ciencia Política, 28 (1), 59-94.
2. Sanahuja, José Antonio; López Burian, Camilo (2019) «Las derechas neopatriotas en América Latina: contestación al orden liberal internacional». Revista CIDOB d’ Afers Internacionals, 126, 41-64.
3. Sanahuja, J. A. y López Burian, C. (2022), «Hispanidad e Iberosfera: antiglobalismo, internacionalismo reaccionario y ultraderecha neopatriota en Iberoamérica», Documentos de trabajo nº 69 (2ª época), Madrid, Fundación Carolina.