Juan María Bordaberry se enfrentaba a una paradoja: deseaba prorrogar la suspensión de las garantías individuales, que llevaba ya cinco meses, pero no hacía mucho, unas pocas semanas, de hecho, que su gobierno había anunciado con gran fanfarria mediática la victoria final sobre la amenaza tupamara, amenaza que se suponía que era la principal razón para tomar esa medida extrema de excepción constitucional. Raúl Sendic había sido capturado a comienzos de aquel mes de setiembre de 1972 y escaseaban los argumentos para que la Asamblea General diera el visto bueno a los deseos del Ejecutivo.
Fue entonces, mientras el ministro del Interior Alejandro Rovira comparecía ante el Parlamento, que sucedió algo muy extraño. Un diputado colorado hizo al ministro una pregunta en apariencia inocente, que Rovira rápidamente aprovechó para dar la primicia allí, en el pleno legislativo, de que en Uruguay había surgido una nueva amenaza, de terribles y hasta entonces insospechadas proporciones. Setiembre Negro, la célula terrorista palestina que por aquellos días había masacrado a la delegación olímpica israelí en Múnich, estaría operando en nuestras tierras, anunció Rovira. Su actuación local tendría relación con la aparición de la hasta entonces ignota organización subversiva Fuerzas Armadas Populares, que, de acuerdo al ministro, había perpetrado hacía poco un ataque contra un industrial judío uruguayo. Las oficinas del Correo estaban en estado de alerta máxima, se sospechaba que sobres bomba dirigidos a ciudadanos uruguayos con apellido judío podían ser distribuidos en cualquier momento.
Los medios uruguayos más cercanos al oficialismo propalaron el anuncio con la velocidad y el dramatismo requeridos en tales circunstancias. El encargado de negocios de la embajada de Israel manifestó a los periodistas que la sede diplomática estaba preparada para la amenaza y que sabía que sus pérfidos enemigos buscaban atacar al pueblo judío todo. Se decía que brigadas antiexplosivos tenían un trabajo frenético atendiendo denuncias de paquetes sospechosos. En medio de la conmoción, la Asamblea General aprobó que se extendiera la suspensión de las garantías individuales. Tres días después de que el ministro hiciera el anuncio, la noticia del terrible complot palestino antisemita en Uruguay desapareció súbitamente de la prensa, para nunca volver. Ni rastros de una rama local de Setiembre Negro ni de ningún sobre bomba.
Para Gerardo Leibner, historiador uruguayo residente en Israel y profesor de la Universidad de Tel Aviv, lo acontecido en setiembre de 1972 se trató de una maniobra típica de guerra psicológica, una operación de inteligencia para manipular a la opinión pública. El rol de la embajada de Israel y de una serie de políticos y militares uruguayos con estrechos lazos con ese país, entre los que se encontraba Rovira, fue clave para darle andamiaje a esa y otras acciones políticas que cimentaron una estrecha colaboración entre dos regímenes que se sentían parte de una misma cruzada internacional.
Así se desprende de una investigación de más de dos años que Leibner presentó la semana pasada en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República. En su elaboración, Leibner consultó documentación del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, así como de la Oficina del Primer Ministro y la Policía de ese país. También fueron parte de la investigación documentos uruguayos publicados por el proyecto Cruzar y archivos de la cancillería uruguaya, a los que Leibner y su equipo lograron acceder, previo recurso a la Justicia, en diciembre pasado, luego de que la cartera adujera que los documentos que habían sido clasificados como secretos o reservados en los años de la dictadura debían permanecer como tales.
Aunque en la actualidad es conocido el apoyo armamentístico y diplomático de Israel a la última dictadura argentina, al régimen de Pinochet y las dictaduras centroamericanas de los años setenta y ochenta, entre otros autoritarismos latinoamericanos de la época, sobre los estrechos lazos entre Tel Aviv y Montevideo en aquellos años de plomo no existía hasta hoy mayor conocimiento público. En su investigación, Leibner constató que el caso uruguayo presenta una particularidad: el intercambio comercial y armamentístico fue mínimo, cuando no insignificante. «Hay que considerar que Uruguay era un país sin conflictos externos, la represión interna no requería demasiados pertrechos y las fuerzas de seguridad ya habían sido abastecidas muy fuertemente en ese rubro por Estados Unidos durante el gobierno de Pacheco», aclara. Los apoyos mutuos estuvieron basados en una fuerte coincidencia ideológica y se dieron más que nada en los campos político y de inteligencia.
—¿En qué consistía esa colaboración en inteligencia?
—Pude acceder a lo que ha escapado a la censura, porque muchos de los documentos que obtuve contienen líneas y párrafos enteros tachados por razones de seguridad. Algunas cosas que se supone que tienen que estar tachadas, sin embargo, se escapan a los censores y permiten atar cabos. Había visitas regulares de agentes del Mosad al SID [Servicio de Información de Defensa], donde daban conferencias. Hubo oficiales uruguayos que el SID envió a entrenarse en Israel. Por ejemplo, en un documento que sacó a luz el proyecto Cruzar, la carpeta de Wellington Sarli, figura el curso del Mosad al que Sarli asistió en 1981, 1982. Cruzando diversas fuentes, aparece a las claras una cooperación, un trabajo conjunto, una cercanía entre los dos Estados. También hay indicios de espionaje a opositores uruguayos en Israel. Por ejemplo, al SID le llegaba lo que se hablaba en reuniones internas del Comité Israelí de Solidaridad con los Presos Políticos de Uruguay y los servicios israelíes proveían información sobre esa organización al entonces embajador uruguayo en Israel, el exministro del Interior Alejandro Rovira, incluso cuando se trataba de datos personales de ciudadanos israelíes.
La asistencia de militares uruguayos a los cursos de inteligencia dictados por el Mosad, de acuerdo a la información a la que pude acceder, tuvo lugar sobre todo desde 1978 hasta el final de la dictadura. Ahora bien, yo no creo que esa fuera la principal colaboración entre la dictadura e Israel. Hay otra que me parece mucho más importante, aunque más sutil, y que arranca ya en 1972 y persiste hasta casi el final del régimen, con apenas algún altibajo en 1980.
—¿A qué te referís?
—A una colaboración política. Es la colaboración que se da, por ejemplo, en setiembre del 72 con la manipulación de los medios uruguayos en torno a la supuesta llegada de comandos de Setiembre Negro para realizar atentados contra objetivos judíos en Uruguay. Allí se creó un cuco, una supuesta amenaza terrorista contra objetivos judíos en momentos en que el gobierno de Bordaberry pedía una prórroga a la suspensión de las garantías individuales. Ese cuco era relevante entonces porque poco antes había sido la masacre de los Juegos Olímpicos de Múnich. O sea, Setiembre Negro existía y realizaba atentados en distintas partes del mundo, en un período histórico en que la guerra entre israelíes y palestinos había desbordado Medio Oriente y se jugaba en todo el tablero mundial. Efectivamente, hubo entonces en distintos países una ola de sobres bomba destinados a diplomáticos israelíes. Lo que sucedió en Uruguay es que se utilizó ese trasfondo real de una amenaza global contra los diplomáticos israelíes y se lo pretendió trasladar a una supuesta amenaza local contra todos los ciudadanos judíos en general. La embajada de Israel en Uruguay colaboró con el gobierno de Bordaberry asintiendo, confirmando la existencia de esa supuesta amenaza contra todos los judíos del país. No era casual que esa confabulación fuera entre la embajada y Rovira; entonces ministro del Interior, Rovira luego va a ser embajador en Israel, donde ya había estado de visita a comienzos de los años sesenta, cuando comenzó un vínculo muy personal entre él y la embajada israelí en Uruguay. Ese es un ejemplo de confabulación.
Otro ejemplo: hasta 1980 Israel trata de tapar las denuncias sobre el antisemitismo presente en la dictadura uruguaya. En contra de lo que generalmente suele hacer Israel, que es muy sensible y acostumbra denunciar antisemitismo en diversas circunstancias alrededor del mundo, cada vez que entre 1973 y 1980 una delegación judía estadounidense visitó Uruguay, la embajada de Israel y el Comité Central Israelita les transmitieron a los visitantes que aquí no había problemas, que la comunidad judía en su totalidad estaba a favor del régimen, que estaba todo bien. En realidad estaban cubriendo diversos sucesos de antisemitismo en el país, cuya existencia la propia embajada reconocía en sus comunicaciones internas. Por ejemplo, los diplomáticos israelíes en Uruguay habían informado a Jerusalén que el coronel Alberto Ballestrino, jefe de Policía de Montevideo al comienzo de la dictadura, era un nazi. Otra muestra de esta actitud fue el intento del embajador israelí en Montevideo de desacreditar a Wilson Ferreira Aldunate mientras Wilson estaba presentando su testimonio ante el Congreso de Estados Unidos, en 1976.
—¿En esa denuncia de Wilson contra la dictadura también la acusaba de antisemitismo?
—Wilson había denunciado algo muy específico: que el tratamiento hacia presos de origen judío era probablemente peor al promedio, debido a la existencia de antisemitismo en las fuerzas de seguridad. Pero la dictadura desvirtuó lo que dijo Wilson. El País tituló: «Wilson acusa al gobierno uruguayo de antisemitismo y persecución de creyentes judíos»; ahí el embajador de Israel en Uruguay, Aharon Ofri, salió a decir: «Wilson miente». Y era un momento en que toda la credibilidad de Wilson estaba a prueba frente al Congreso de Estados Unidos.
A cambio, Uruguay fue muy consistente en su oposición al reconocimiento de la Organización para la Liberación de Palestina [OLP] como representante del pueblo palestino, en una época en que las Naciones Unidas y distintos gobiernos, entre ellos varios latinoamericanos, estaban empezando a abrir oficinas de representantes de la OLP y a tener una actitud más abierta a sus reclamos. En ese momento, Uruguay se convirtió, en cambio, en el bastión sudamericano más fiel de oposición al reconocimiento internacional de la OLP.
—Tu investigación se centra en los años de la dictadura, pero ¿se puede decir que esta colaboración vino a intensificar vínculos militares y de inteligencia con Israel que ya venían de décadas anteriores?
—No, no existían antes este tipo de vínculos a este nivel. Cuando estudié la documentación, lo primero que traté de ver es qué pasaba en la época de Pacheco. De ese período accedí a documentos de diplomáticos israelíes que dicen: «Tenemos que abstenernos [de colaborar con el gobierno uruguayo]. No podemos saber a dónde va a conducir esto». No tenían confianza en la figura de Pacheco ni en qué es lo que iba a suceder con la situación política uruguaya.
En 1971, después de las fugas tupamaras, el ministro de Defensa de Pacheco, Federico García Capurro, le pide a Israel un manual para crear un campo de prisioneros fuera de la ciudad. ¿Qué pasaba? Que el año anterior, Israel había creado campamentos de prisioneros fuera de Gaza, en el desierto, para alojar allí a varios miles de militantes palestinos presos. Eso era público, y García Capurro le pide a la embajada israelí que por favor le envíe un manual de cómo se establecen y gestionan esos campos. Y hay ahí una discusión interna en Israel de si darle o no el manual a García Capurro y deciden que no, que no se van a arriesgar; no estaban seguros de que el régimen de Pacheco pudiera mantenerse y no querían apostar a perdedor.
—Con la dictadura eso cambia.
—Cambia ya antes de la dictadura, apenas asumido Bordaberry, en 1972. En el gabinete de Bordaberry hay políticos del sector más conservador del Partido Colorado, como Rovira, como Walter Ravenna, que primero fue ministro del Interior y luego de Defensa, que eran muy próximos a Israel. Ravenna estuvo de visita en Israel en 1970, Rovira ya lo había estado años antes. Hay que recordar que los gobiernos israelíes utilizaban y utilizan mucho las visitas a su país para crear lazos de cercanía con políticos influyentes. Es en lo que será el sector civil de la dictadura, que asume en el Ejecutivo con Bordaberry, que se instala la cooperación más cercana y de mayor confianza entre el régimen uruguayo e Israel.
—Tu investigación sobre el caso uruguayo viene a confirmar la muy buena relación del Estado de Israel con varias dictaduras latinoamericanas de ultraderecha.
—En el Cono Sur las relaciones más importantes fueron con Argentina y Chile, aunque en el primer caso son relaciones muy contradictorias. Israel sí intenta salvar a gente perseguida de origen judío, por su propia vocación de solidaridad étnica. Así es como mis padres, por ejemplo, llegan a Israel. Están exiliados en Buenos Aires y no tienen documentación, y uno de sus mejores amigos acaba de desaparecer, el doctor Manuel Liberoff; ahí Israel salva a varios cientos de personas en aquellas circunstancias, pero al mismo tiempo se identifica con la lucha contrainsurgente de las dictaduras y, por su propia trayectoria, el Estado israelí es muy apreciado por esas dictaduras como un aparato muy aceitado en esa lucha.
—¿Lo que unía a estos dos sistemas políticos tan distintos y alejados geográficamente era esa identificación mutua como protagonistas de una cruzada contrainsurgente mundial?
—Sí. Tanto la dictadura uruguaya como Israel se sienten como bastiones de Occidente que luchan en las más difíciles condiciones. Se ven a sí mismos al frente de esa lucha y se sienten incomprendidos por los sectores liberales de Occidente, que les reclaman por los derechos humanos. Amnistía Internacional, por ejemplo, es simultáneamente un dolor de cabeza tanto para Israel como para Uruguay. Tienen problemas comunes, comparten esa sensación de incomprensión. Los dos buscan, por ejemplo, acercarse a la Sudáfrica del apartheid. La alianza israelí-sudafricana es muy fuerte en aquellos años, y también lo es la alianza de Sudáfrica con Uruguay, Chile, Argentina. Imaginan, pero eso les queda más lejos, una alianza con Taiwán, con Corea del Sur, con los regímenes autoritarios y anticomunistas de todo el mundo.
Y tienen otra cosa en común: Uruguay e Israel están fuera de Europa, fuera del norte del mundo, y sin embargo son antitercermundistas. Repudian la reivindicación tercermundista, entonces tan popular en Asia, África y América Latina. Si rascamos un poco más, se puede ver que comparten una autopercepción racial de blancos, en un mundo que es más heterogéneo.
—Ese discurso de Israel como trinchera de Occidente se replica también en figuras del Uruguay democrático postdictadura. Pienso en Julio María Sanguinetti, por ejemplo.
—Sí, Sanguinetti personifica muy bien ese discurso hoy. Si bien participó del gobierno legal de Bordaberry, es un político que no puede decirse de ninguna manera que fuera de la dictadura, porque se apartó a tiempo, pero también venía de visitar Israel varias veces y en los documentos que he consultado aparece muy relacionado con la embajada. Ya en 1983, 1984, cuando Israel cambia su estrategia en Uruguay porque entiende que se viene la apertura democrática, se acerca mucho a Sanguinetti. Pero esa es una relación que viene de antes de la dictadura y que atraviesa los años de dictadura.
—¿Cuánto tiene que ver esto con el vínculo histórico de Israel con el Partido Colorado?
—Históricamente Israel había tenido muy buenas relaciones con todos los sectores de ese partido, desde el batllismo más liberal hasta los sectores riveristas. Es algo que tiene su lógica histórica: bajo gobiernos colorados, Uruguay fue muy favorable a la creación del Estado de Israel, pero además tuvo una actitud muy receptiva hacia los inmigrantes judíos. Ese era uno de los grandes fuertes del Partido Colorado, su actitud abierta hacia la inmigración no católica en general, su visión laica del país. Por ende, Israel siempre tuvo buenas relaciones con los sectores más progresistas del Partido Colorado; con ellos se sentía cómodo, y esa es una relación que precede mucho a la dictadura. Lo que yo descubro en la época de la dictadura es algo distinto: es el énfasis israelí en los sectores más conservadores y autoritarios del Partido Colorado.
—Aunque estos sectores estuvieran aliados a militares antisemitas.
—Esa es la sorpresa. Pero fíjate: Israel tenía y tiene una actitud muy proactiva en relación a los medios de prensa en todo el mundo. Cada tantos meses, la embajada en Uruguay sacaba un informe incluyendo cada uno de los medios de prensa: qué ha publicado sobre nosotros, cómo se comporta, quiénes son nuestros contactos en ese medio de prensa, cuáles son los matices, cómo actuar ante eso, cómo considerarlo. En un informe de mediados de 1972, mencionan a Azul y Blanco. Ese era el semanario de la ultraderecha que venía del sector minoritario del Partido Nacional, representativa de la línea de [el general Mario] Aguerrondo, e incluso a veces más extrema que el propio Aguerrondo. Y allí los diplomáticos israelíes escriben: Azul y Blanco es una publicación militarista, autoritaria, filofascista, a veces tiene manifestaciones expresas de antisemitismo y a veces, un antisemitismo mal solapado, pero hasta el momento no se ha pronunciado sobre el conflicto en Medio Oriente. «Cuando lo hagan», escriben estos diplomáticos, «creemos que no nos van a ser opuestos». Esa es la gran novedad, porque hasta entonces, y durante los sesenta, la actitud de la embajada israelí era de mucha sospecha y vigilancia hacia esos sectores políticos. Hay que recordar que durante los sesenta había habido varios atentados antisemitas de la ultraderecha uruguaya.
En el 72 hay, sin embargo, un viraje en la concepción israelí. Eso tiene que ver con la historia israelí. Israel, de concebirse a sí mismo como un pequeño país atacado, había pasado a ser un conquistador de territorios árabes. Había más que duplicado su territorio en la guerra de 1967, se había convertido en una potencia militar, y para mantener esa conquista había desarrollado estrategias contrainsurgentes —incluyendo asesinatos de dirigentes palestinos fuera de Israel— que, de estar en el Río de la Plata, llamaríamos terrorismo de Estado. Y esto, a pesar de que en aquel entonces había un gobierno del Partido Laborista Israelí, o sea, de la supuesta centroizquierda. La derecha recién ganaría las elecciones en 1977. Toda esta relación con la dictadura uruguaya empieza con la centroizquierda. Los gobernantes israelíes se sienten identificados con estos regímenes, que perciben como autoritarios y decididos. Y la dictadura uruguaya hace lo propio con Israel. Hay una frase de Bordaberry, en un encuentro con el embajador israelí, que resume esa identificación compartida: «Somos dos pequeñas naciones asechadas por el terrorismo, pero determinadas a ganar esta guerra a toda costa».
Israel y el caso Bleier
-En el caso uruguayo, los vínculos con la dictadura terminan siendo más fuertes que la protección de la colectividad judía que Israel se suele arrogar.
-Sí. Hay también algo importante a considerar. El Partido Comunista uruguayo, donde revistaban muchos judíos, y el sector representado por la Asociación Israelita Jaime Zhitlovsky, que es una organización judía progresista no sionista, eran muy críticos de la política israelí. Entonces, la embajada no les tenía demasiada simpatía. Cuando esa gente cae presa, la embajada no hace nada durante los primeros años. Apenas más tarde, cuando se intensifica la presión de los familiares y del Comité de solidaridad en Israel. De hecho, la luna de miel entre la dictadura e Israel llega a su punto álgido en noviembre y diciembre de 1975, en plena Operación Morgan contra el Partido Comunista, donde caen varios militantes judíos. Y cuando el régimen clausura las actividades culturales de la Zhitlovsky, su cine, su teatro, le quiere embargar sus propiedades y le detiene a 15 activistas jóvenes, Israel se calla la boca. Mutis.
El caso más escabroso quizá sea el de [el militante comunista desaparecido por la dictadura] Eduardo Bleier. Ahí hubo una complicidad de silencio. Las autoridades israelíes tenían un grave problema. La hija de Bleier es ciudadana israelí y estaba en Israel cuando detienen a su padre. El problema surge cuando el resto de los presos detenidos junto a él empiezan a ser remitidos a la justicia militar y él y otros cuatro militantes desaparecen. A partir de mi investigación, tengo suficientes razones para suponer que las autoridades israelíes sabían lo que ocurría y evitaron la creación de un escándalo poniendo un manto de silencio. Ese silencio perpetúa la desaparición. Hay que tener en cuenta que la dictadura primero se calla sobre Bleier y luego empieza a decir: «No está en nuestras manos»
—¿La embajada israelí en Uruguay tenía sospechas acerca de su desaparición?
—Ninguno de los documentos referentes al caso aparecen en las carpetas a las que se me permitió acceder. Bleier continúa desaparecido de los archivos accesibles para investigadores de la Cancillería israelí, a pesar de que esa cartera tiene documentación. Su hija me mostró las cartas que ella enviaba a la diplomacia israelí y tiene la confirmación formal de que esas cartas eran recibidas.
—Esas cartas no aparecen en los archivos liberados por Israel.
—No aparecen. Ese silencio sobre el caso es muy indicativo. Sobre lo ocurrido con Bleier hubo en aquella época varias manifestaciones en Israel. Fue un tema que alcanzó a los medios de comunicación de ese país, no una vez, varias veces. Llegó a la ONU y a la Corte Interamericana bastante temprano. No hay posibilidad de que el caso no haya sido discutido. Incluso, en 1981, un diplomático uruguayo en la ONU, Carlos Giambruno, reconoció públicamente que el Estado uruguayo estaba implicado y que se venía hablando al respecto con Israel.
Un hábito de larga data
-Los críticos de la política exterior de Israel vienen señalando los buenos vínculos de ese país con regímenes actuales que tienen elementos antisemitas, como la Hungría de Víctor Orbán, por ejemplo. ¿Ves una continuidad histórica en esa cierta ambivalencia de Israel en sus relaciones con gobiernos con rasgos antisemitas?
-Creo que justamente eso es una de las cosas que mi investigación pueda aportar. Cuando empecé con ella, no creía que Israel iba resultar tan cómplice en ocultar y blanquear el antisemitismo de la dictadura uruguaya. Y la gran sorpresa que me llevé es que ese fue un caso muy temprano de algo que ahora ya es casi habitual, que es la alianza de Israel con sectores que son al mismo tiempo antisemitas y proisraelíes. Eso se da en la ultraderecha de distintos lugares del mundo. Orbán es tal vez el ejemplo más fuerte, pero ocurre lo mismo con el gobierno polaco actual y con parte de la gente de Bolsonaro, para no ir más lejos. Admiran a Israel, pero tienen resabios antisemitas muy fuertes.