Con el politólogo estadounidense Corey Robin: Tiempos inciertos - Semanario Brecha
Con el politólogo estadounidense Corey Robin

Tiempos inciertos

La política estadounidense vive tiempos convulsos. El período de gobierno de Joe Biden comenzó con un intento de reanimar la economía con un gigantesco paquete de estímulo, mientras la izquierda y la derecha tratan de recomponerse para enfrentar el tiempo que se viene. Para hablar sobre estos temas, Brecha conversó con Robin, teórico político y profesor de ciencia política de la City University of New York.

Joe Biden Fotos públicas, Carlos M. Vazquez

Empecemos con la administración Biden. Parecía –por lo que Biden representa y por el hecho de que peleó una primaria contra la izquierda– que sería un presidente más bien conservador, pero su gobierno se muestra más audaz de lo esperado. ¿Eso es así? ¿Cómo interpreta estos primeros meses del gobierno de Joe Biden?

—Es muy temprano para saberlo. En los primeros dos meses de la administración Biden, la principal legislación fue el paquete de estímulo, que, en términos de gasto, fue mucho mayor de lo que mucha gente esperaba. Y no es solo que fuera tan grande, también es adonde está dirigido. Mucho va a comunidades de color, y mucho dinero va directamente a la gente. Creo que desde el principio flotó la noción de que iba a ser una presidencia transformadora. Ahora estamos en la realidad. Va a haber discusiones sobre una ley de infraestructura y una reforma laboral. Ahí vamos a ver. No se trata tanto de la personalidad de Biden o de lo que él quiera personalmente, sino del Partido Demócrata, que tiene una pequeñísima mayoría en la legislatura, por lo que necesita estar unificado para que esto se apruebe. Creo que en las próximas semanas y meses vamos a tener una mejor visión de esto.

¿En qué estado está la izquierda estadounidense hoy, después de la derrota de Bernie Sanders y después de los grandes movimientos de protesta del año pasado?

—Es una pregunta difícil de responder. Ha habido un par de escaramuzas con la administración Biden en las que la izquierda pudo ejercer un poco más de presión de lo que muchos hubieran anticipado. Pero no hemos llegado al punto de las grandes peleas sobre las leyes laborales y el derecho al voto. Ahí vamos a tener una mejor idea. Otro tema es que la izquierda ha estado relativamente callada. No estuvo en las calles como estuvo durante la administración Trump o, incluso, durante el segundo mandato de Barack Obama. Mi sensación es que la izquierda no va a hacer lo mismo que hizo durante el primer mandato de Obama –o sea, nada–. Creo que la gente está más preparada para una pelea. Pero está por verse.

Entonces, hay mucha incertidumbre. Es un momento interesante.

—Lo es. Creo que es un momento fascinante. Es el momento más interesante que hemos tenido en mucho tiempo. Porque hacía mucho que el Partido Demócrata no estaba tan inclinado a la izquierda. Y la izquierda ha construido cierta capacidad política que antes no tenía. Además, la derecha tiene mucha incertidumbre sobre su futuro, porque las herramientas habituales que tenía para oponerse a la izquierda ya no le funcionan tanto. Estamos viendo una nueva constelación del balance de fuerzas, y por eso la incertidumbre es tan grande.

Ha comparado el momento actual con situaciones anteriores de «realineamiento» de la política estadounidense, como la emergencia del movimiento conservador en los setenta y el del New Deal en los treinta. ¿Cuáles son los puntos de comparación?

—Creo que son muchos. Últimamente los historiadores han estado mirando los años setenta con mucho más cuidado, como un momento muy similar al nuestro en términos de que nadie sabía hacia dónde irían las cosas. Había un sentido muy claro de que el orden del New Deal estaba colapsando. Tenías un movimiento conservador y un Partido Republicano cada vez más combativos, y dentro del Partido Demócrata tenías intentos reales de salirse del New Deal. Jimmy Carter fue el primero en impulsar la desregulación. Instaló a Paul Volker en la Reserva Federal, donde desarrolló una política monetaria contractiva. Estaba claro que el orden anterior se estaba viniendo abajo, pero nadie sabía lo que pasaría. Hoy vemos algo parecido: la ortodoxia neoliberal de la era de Reagan –impuestos bajos, gasto bajo– está cambiando. El paquete de estímulo que fue aprobado en el gobierno de Donald Trump y nuevamente ahora es una evidencia de ello. Creo que hay muchos parecidos con el realineamiento de los setenta. Pero, nuevamente, es muy temprano para saber hacia dónde va todo esto.

En estos años ha participado de polémicas sobre hasta qué punto se podía calificar a Trump de autoritario o hasta qué punto era capaz de actuar autoritariamente. ¿Qué podemos decir en retrospectiva sobre lo que fue Trump?

—Creo que habría que aclarar algunas cosas sobre Trump que tienen que ver con pensar la derecha desde una perspectiva histórica. Mucha gente tiene dificultades para hacer eso. La mayor parte del tiempo, la gente de izquierda no le presta ninguna atención a la derecha y, cuando esta, de repente, aparece en la escena, captura su imaginación. Parece que fuera algo nuevo y diferente. Pero la verdad del asunto es que muchas de las características típicas de Trump salen directamente del recetario tradicional del conservadurismo: el lenguaje racista, los alardes populistas, el desprecio al Estado de derecho, la hostilidad a las instituciones y las creencias establecidas. Una cosa que, si bien no es nueva, se intensificó mucho es la conciencia creciente en el Partido Republicano de que ya no son capaces de ganar mayorías. En la era de Richard Nixon, Ronald Reagan y George Bush, el movimiento conservador fue capaz de comandar una fuerza mayoritaria, de hablar por la mayoría. Ese ya no es el caso. Entonces, los conservadores dependen cada vez más de partes de la Constitución estadounidense que son muy antimayoritarias y antidemocráticas, como el Senado, el Colegio Electoral y la Suprema Corte. Estas son las partes del sistema estadounidense hostiles a la democracia popular. Si alguien dijera que la Constitución estadounidense es un documento autoritario, yo no tendría ningún problema. Pero creo que es mejor pensarlo como un documento antidemocrático. Y es en eso que se escudan Trump y el Partido Republicano. Eso es muy distinto de lo que se ve en muchos autoritarios de alrededor del mundo, que son hostiles al orden constitucional. El Partido Republicano y el movimiento conservador no serían nada sin el orden constitucional actual. Entonces, se los puede considerar un partido conservador muy tradicional, en términos del siglo XIX, que busca quedarse en el poder restringiendo el derecho al voto, dibujando los límites de los distritos al Congreso a su favor, usando a los jueces. Eso se parece más a la política estadounidense del siglo XIX que a cualquier tipo de nuevo orden.

Uno no está acostumbrado a pensar en el conservadurismo como algo estridente o violento. El conservadurismo, al contrario, se presenta a sí mismo como moderado, cauteloso.

—Exactamente. Las dificultades para entender a Trump dependen de las dificultades para entender la tradición conservadora en su conjunto, y ese es el problema.

¿Cómo se relacionan históricamente el populismo y esta tradición conservadora?

—Es una pregunta interesante. Quiero ser cuidadoso, porque sé que en América Latina la palabra populismo tiene connotaciones muy distintas que en Estados Unidos y en Europa. A lo largo de los años he aprendido a ser muy cuidadoso al hablar de este tema. Yo uso la palabra populismo en un sentido minimalista, no en el sentido de la ciencia política ni en el de los historiadores. Aunque el conservadurismo es un movimiento en defensa del poder de las elites, no lo hace de una forma tradicionalista. No usa métodos tradicionales, ni argumentos tradicionales, ni tácticas tradicionales. Y una cosa que el conservadurismo entendió desde el principio fue que era necesario encontrar una forma de apelar a lo popular. No a la democracia, pero sí a las imágenes, a los símbolos, a los mitos populares. Y eso es a lo que me refiero con populista. Es un intento de hacer una alianza entre las elites y las masas para hablar en nombre del todo, de una forma que es distinta de las defensas tradicionales de la jerarquía.

Oponiéndose a la izquierda.

—Sí. El conservadurismo nace como un contramovimiento, contra la revolución francesa y contra la democracia de masas. Pero los conservadores siempre entendieron que si quieren contrarrestar a la izquierda, van a tener que ofrecer su propia forma de política de masas. No pueden ofrecer una defensa jerárquica tradicional. Por eso el conservadurismo, incluso remontándose a Edmund Burke, siempre tuvo su propia política de masas. No es solamente un tema de las elites.

En América Latina solemos recibir las cosas que pasan en la derecha estadounidense con cierto retraso. Primero la derecha evangélica, ahora los libertarians. Nos vendría bien saber qué está pasando allá en ese campo para saber qué esperar en los próximos años.

—Sí, hay un gran historiador acá, en Estados Unidos, Greg Grandin, que ha escrito bastante sobre la forma como Estados Unidos exporta su derecha a América Latina. En cuanto a lo que pasa acá, durante la Guerra Fría y hasta Bush tuvimos lo que se llamaba una fusión entre tres corrientes de la derecha: el sector de la seguridad nacional, la derecha religiosa evangélica y la derecha económica, de libre mercado. Todos se reunían bajo la bandera del anticomunismo, que era un pegamento que funcionaba en Estados Unidos y en el exterior. Pero lo que pasa cada vez más –y esto se ve claramente con Trump– es que esas cosas ya no funcionan tan bien juntas como antes. Muchos de los conservadores de la seguridad nacional han roto con Trump; incluso, se han ido del Partido Republicano. Y los libertarians obtuvieron desregulaciones y reducciones de impuestos, pero si ves los presupuestos de Trump, el gasto social fue bastante alto. A los evangélicos les fue muy bien con las nominaciones de jueces, pero el movimiento se empezó a fragmentar. El problema que tiene la derecha es que estas tendencias ya no se retroalimentan entre ellas tan bien como antes y, de hecho, comenzaron a disputar entre ellas.

Quizás esto es más una cosa de Internet que de la realidad, pero parecería que se está dando un renacimiento de posturas extremadamente reaccionarias en Estados Unidos: desde tradicionalismos hasta eso que se llama neorreacción. ¿Esto es algo importante o marginal?

—Es algo que se está debatiendo bastante. Para mí, hay que mirar cómo el partido gobierna. Hay que recordar que los republicanos estaban hasta hace poco en el poder. Tuvieron el control total del Estado los primeros dos años de Trump. Y la verdad es que la forma como gobernaron, más allá de las nominaciones de jueces, fue relativamente moderada. Y en los últimos dos años fueron lo mismo. Tenés, también, al movimiento de milicias –que no es algo nuevo, pero está más audaz– y, quizás más importante, la sensación en el Partido Republicano de que ya no pueden formar mayorías por medios democráticos. Y eso es lo más importante. Cosas como las que pasaron el 6 de enero y Qanon se llevan toda la atención porque dan miedo, pero creo que lo más significativo es lo que está pasando con el Partido Republicano.

El año pasado vimos grandes manifestaciones antirracistas, que fueron reprimidas con mucha violencia. ¿Pudo ver el movimiento de cerca? ¿Cuánto cambió el terreno político?

—Creo que hay elementos de continuidad y novedad. Estados Unidos tiene una historia extraordinariamente violenta. Hubo muchos disturbios en los años sesenta y setenta, que luego continuaron, pero se les prestó menos atención. Lo nuevo fueron un par de cosas. Por un lado, este es un movimiento mucho más multirracial. En los sesenta y los setenta fue abrumadoramente negro. Por otro lado, las redes sociales permiten ver el lado oscuro del Estado mucho más que antes. También es verdad que hay grabaciones de televisión de la represión de los setenta. Pero ahora hay más, con grabaciones de asesinatos de personas negras por la Policía. Y, por último, el discurso conservador de ley y orden ha perdido fuerza en la política estadounidense. Nixon y Reagan llegaron al poder azuzando la amenaza de la violencia negra y los disturbios en las calles. Así construyeron mayorías populares. La retórica de Trump, que intentó hacer lo mismo, no le hizo ningún favor.

Uno de los eslóganes de las manifestaciones reclamaba quitar el presupuesto a la Policía. Acá, en América Latina, sería utópico pensar que un movimiento de masas reclamara esto. ¿De dónde salió ese reclamo?

—Es un movimiento que se fue desarrollando de a poco. Acá también era utópico en los noventa, cuando yo era un estudiante. Es una historia de lenta organización y con el tiempo de organización de masas, que irrumpió en la conciencia colectiva rompiendo muchos tabúes. Estados Unidos es el país que más presencia policial tiene y donde más se encarcela. Pero la combinación de la organización de largo plazo y el debilitamiento de la derecha cambió las cosas. Lo que entusiasma del reclamo de quitar el presupuesto a la Policía es que no es solo retórica, sino que se trata de dar presupuesto a otras prioridades. A menudo, el neoliberalismo es erróneamente pensado como una filosofía antiestatista, pero no lo es: solo favorece a cierta parte del Estado, a la parte judicial, policíaca y carcelera. Hablar de quitar el presupuesto a la Policía implica cambiar las prioridades políticas del Estado. Tiene el potencial de ser algo muy transformador.

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