A propósito de unas declaraciones polémicas del ministro Da Silveira: Contra el «peptonismo pedagógico» - Semanario Brecha
A propósito de unas declaraciones polémicas del ministro Da Silveira

Contra el «peptonismo pedagógico»

MAURICIO ZINA

La semana pasada, el ministro de Educación y Cultura, el doctor Pablo da Silveira, sostuvo que muchos estudiantes tienen serias dificultades para la comprensión de textos elementales. Le asiste la razón al ministro. También sostuvo que, siendo así las cosas, no tiene demasiado sentido que la enseñanza de la filosofía sea obligatoria en la educación media. No le asiste, sin embargo, la razón en esto último.

El asunto no es tanto la enseñanza de la filosofía y su valor, sino otro más general. El propio argumento del ministro va en la dirección correcta. Argumenta Da Silveira que los textos filosóficos no son fáciles de leer. Si muchos estudiantes tienen dificultades serias para entender textos sencillos, ¿cómo van a entender los más rebuscados? Si tienen dificultades para leer el diario, ¿cómo van a penetrar las honduras del Timeo platónico o de las Meditaciones metafísicas cartesianas? Si no pueden romper un huevo, ¿cómo van a hacer una tortilla? En sus declaraciones, el ministro habló de «docentes» cuando debió haber hablado de «estudiantes», pero después aclaró el malentendido y no me detendré en él.

La pregunta es: ¿cómo es que no llegan esos estudiantes a poder comprender un texto sencillo, simple, elemental, cuando, después de varios años de escolarización, deberían poder hacer bastante más que eso? ¿No se han enfrentado ya, en sus respectivas trayectorias educativas previas, a textos sencillos, breves, simples y elementales? La respuesta a esta última pregunta es que sí, claro que sí: desde luego que esos estudiantes se han enfrentado ya, previamente, a textos breves, brevísimos, extremadamente simples, muy sencillos y elementales. Y también es cierto esto otro: que probablemente solo se hayan enfrentado a textos de esas características. Nunca, o rara vez, a textos más largos, más complejos, más desafiantes, intelectualmente más nutritivos. ¿Y no será esta la raíz del problema? ¿No será que los productos ultraprocesados que se venden como material didáctico son a la enseñanza lo mismo que los productos ultraprocesados que se venden como alimentos son a la nutrición de los seres humanos?

El asunto lo vio con profética claridad el doctor Carlos Vaz Ferreira en 1903. Ese año, el filósofo uruguayo publicó «Dos ideas directrices pedagógicas, y su valor respectivo» en los Anales de Instrucción Primaria de Montevideo. En ese trabajo sostenía Vaz Ferreira que, siendo falsa la doctrina pedagógica (que ya era corriente en aquellos años) de que todo el material que se presenta al niño debe ser completamente adaptado a su mente, predigerido, preparado artificialmente, conviene en algunos casos (no en todos), y en cierto grado, presentar material no previamente digerido, para estimular el esfuerzo que supone captar y procesar aquello que al niño le resulta solo parcialmente inteligible.

«Observamos, como es fácil observar hoy, que cierta pedagogía contemporánea, demasiado refinada, tiene tendencia a dar todo digerido al niño; a preparar demasiado el material asimilable, y realmente a dejar al alumno en situación parecida a la de un ser sano y normal a quien se le alimentara con peptonas y papillas, de lo cual resultaría indudablemente un debilitamiento orgánico: es en verdad un debilitamiento mental el que esa pedagogía exageradamente simplificada ha tendido a producir. Y nos diríamos [que,] del mismo modo que el organismo parece necesitar substancias no totalmente digeribles, así también parece que el espíritu necesita, como un fermento, lo parcialmente inteligible. No todo debe ser totalmente inteligible: es bueno que haya algo que no se entienda completamente; que subsista el esfuerzo, que subsista la penetración.»

Así, Vaz Ferreira define, en ese texto y en otros (el párrafo anterior, por ejemplo, es de Lógica viva), el «peptonismo pedagógico» como la tendencia a someter el material asimilable en todos los casos, y no solamente cuando ello es necesario, a una preparación excesiva. «El espíritu lo digiere así: luego, hay que dárselo digerido así», tal es la fórmula, tal es la máxima fundamental, dice el filósofo, de ese planteo pedagógico. Ahora bien, por hipótesis, agrega, el espíritu digiere, «y ahorrarle ese trabajo, si bien podrá ser útil en algunos casos, será inútil en otros, y, en general, debilitante».

«Me inclino a creer que este defecto será señalado, junto con [los] grandes y múltiples méritos [de la pedagogía actual], cuando se la juzgue con el necesario alejamiento», aventuraba. Aquí Vaz Ferreira no estuvo muy profético, porque eso que llamó peptonismo pedagógico, y acerca de cuyos males alertó hace más de un siglo, se convirtió andando el tiempo en the only game in town, como diría un gringo. Es decir, es prácticamente el único producto que uno puede hallar en las góndolas de la pedagogía contemporánea.

Buenos textos literarios y buenos textos filosóficos son necesarios en la enseñanza, no ya en la enseñanza de la literatura o de la filosofía, sino en la enseñanza sin más. Una educación apoyada casi exclusivamente en textos pobres, livianos, insustanciales, predigeridos, ultraprocesados genera lo que se está viendo por todas partes: estudiantes que ni siquiera dominan su lengua materna en un nivel muy elemental.

Uno de los principales problemas de la educación uruguaya actual es que los estudiantes vienen siendo alimentados desde hace varias décadas con dosis crecientes de papilla: cada vez menos textos, cada vez más breves, cada vez más insustanciales; cada vez menos ideas, cada vez menos generales, cada vez más simples; cada vez menos contenidos, cada vez más licuados, cada vez más procesados. Como los estudiantes alimentados sobre la base de una dieta semejante no pueden consumir otra cosa que no sea esa misma papilla, los presuntos expertos en educación recomiendan transformar toda su dieta en papilla. Hacía falta ser un genio, como Carlos Vaz Ferreira, para poder observar tan tempranamente como en 1903 que esto estaba pasando. Ahora cualquiera puede verlo, salvo los que no lo quieren ver.

El ministro Da Silveira no está solo. La abrumadora mayoría de los presuntos expertos en educación, en Uruguay y en el mundo, lo acompaña. Los que son de izquierda, los que son de centro, los que son de derecha y los que no tienen ideología alguna, que, por lo demás, son casi todos. Apenas si existen algunas voces disonantes. Tengo para mí, y puedo estar equivocado, que a los así llamados expertos en educación cuanto menos caso les hagamos, mejor. Habría que probar la receta revolucionaria, que ninguno de ellos recomienda, de volver a enseñar como se enseñó toda la vida, y si no, al menos, dejar de fingir que nos sorprendemos cuando queda de manifiesto que las cosas andan como andan.

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