De afuera hacia adentro - Semanario Brecha

De afuera hacia adentro

Sobre “Fetch the Bolt Cutters”, el nuevo disco de Fiona Apple.

Una vez, John Coltrane dijo que antes de los conciertos donde hacía improvisaciones larguísimas sin parar ya sabía todo lo que iba a tocar. ¿Cómo puede saberse todo lo que se hará cuando se trata de improvisar, y, sobre todo, durante un tiempo tan prolongado? Hay que lidiar con materiales y objetos sonoros, ya sean alturas, figuras rítmicas, acordes, dinámicas. En un estrato mayor, hay que pensar en la estructura, en el enlace de todo ese contenido, en su desarrollo en el tiempo. Pero hay un estrato aun mayor: hay que pensar en la forma –esa visión de globalidad, de exterioridad–, y para poder trabajarla es preciso alejarse. No simplemente “alejarse de la obra” asumiendo el rol de oyente; hablo de salirse de verdad, salir de la sustancia que incluye hasta la estructura misma, como si se tuviera entre las manos la propia música y fuera posible moldearla sin tener que vivir en su misma temporalidad, sino en una mayor, espacial. Pero vivimos en un mundo donde todo parece haberse reducido a la mera apreciación superficial de los objetos, de las cosas. Estamos sumergidos y no logramos ver más allá. Es que esa exterioridad es un trabajo difícil que requiere conciencia y, sobre todo, tiempo. Pero la paciencia no es una virtud muy celebrada hoy en día.

Fiona Apple lanzó su quinto disco, Fetch the Bolt Cutters, el 17 de abril, luego de casi ocho años del anterior. Ella dice que el proceso empezó en 2015, y es importante remarcar la palabra “proceso”: cinco años de trabajo. Por ahí ya empezamos a intuir algo.

El material sonoro, esos “objetos” con los cuales Fiona lidia en este disco, logra una personalidad tímbrica muy consciente: se trata de una amplia variedad de instrumentos de unas pocas familias instrumentales. Lo que escuchamos, casi que únicamente, son muchas voces, muchas percusiones, muchos teclados y un contrabajo, una especie de cuarteto estirado para ser ensamble. En la mezcla y producción, todo aquello que cuenta con un ataque estridente (percusión, contrabajo e incluso voz) tiene mayor presencia, dejando los teclados y otros instrumentos melódicos/armónicos un poco más atrás. Es un disco muy percusivo, al punto de que las mismas percusiones tienen un trabajo tímbrico que las acerca a lo que podríamos categorizar como una sonoridad “industrial”. A veces, la versatilidad de la voz de Fiona le permite empezar en una interpretación más clásica para, luego, irse deformando hasta desestabilizar, con el uso extremo del vibrato, el mantenimiento ininterrumpido de la exhalación, hasta que la voz muere. También es frecuente el uso de varias técnicas no tradicionales, propias de un canto más experimental. Así, nos encontramos con un sonido bastante rústico y directo, tanto en lo tímbrico como en lo arreglístico. A la vez, hay una enorme intencionalidad de poner al frente todo aquello que podría ser “error” o “extramusical” (respiraciones, sonidos de sala, errores instrumentales, grabación luego de que termina la canción). De alguna manera, el disco intenta establecer de modo claro, con estos gestos, el paisaje sonoro en el que sucede la música.

Es un disco de pop-rock, pero hay varios elementos que, a la vez, lo alejan de esa etiqueta. Una influencia notoria es el período tardío de The Beatles, que puede escucharse en Abbey Road. La base estructural de los temas va por un lado clásico: intro, verso, estribillo, algún puente, alguna coda, etcétera. Sin embargo, la manera de trabajarlos los lleva por otros caminos, bastante más jugados y menos comerciales. Nos encontramos con varias secciones estructuralmente diferentes o que se diferencian por el contraste de los arreglos. Y, gracias a esto, aquellos con experiencia en escuchar música nacida de esas influencias pueden percibir varios de estos símbolos como familiares, y, así, concentrarse en un estrato superior, en su desarrollo. Es interesante cuando la solidez estructural pop de los temas pierde su estabilidad, como si todo lo que la mantenía sujeta empezara a derretirse para, luego, retomar su curso como si nada hubiera pasado.

Hablamos de los materiales (esos “objetos sonoros”, ese contenido) y hablamos de estructura (ese contenido enmarcado en un estrato mayor), pero, aun así, es posible pensar que hay algo aquí que va más allá de estos niveles. Es que, al escuchar la globalidad, se nos aparecen algunos nombres de referencia: Kate Bush, Peter Gabriel, David Bowie, Björk, David Byrne. Si pensamos en la música de estos artistas, nos damos cuenta de que hay algo que los une: cierto trabajo especial con la forma.

En Fiona Apple, tanto como en sus influencias, notamos que hay una manera de lidiar con los objetos y la estructura, con todo el contenido musical, que, de algún modo, es como si lograra contemplarse desde afuera, en una conciencia de la globalidad que permite moldear cada detalle, convirtiendo lo mundano en excepcional. En este disco nos encontramos con música pop, con contenido pop, con estructura pop, pero no con la lógica pop, no con el hecho social pop, no con la forma pop. Y es por eso que es un disco arriesgado, porque va a contrapelo de las normas estandarizadas en el mercado.

En Fetch the Bolt Cutters, Fiona Apple se desprende de esa definición absoluta y hegemónica de “las cosas” y logra recontextualizarlas. Hace pop sin retórica pop. Es parte de un proceso emancipatorio, sin dudas. Y no es raro que, como artista, se distancie de las lógicas de producción de imagen ligadas al consumo (se niega a lucir como una estrella pop). Aquí hay otra forma de decir las cosas sin tener que cambiar el contenido. La enseñanza parece ser que para hacer eso hay que poder salir de eso, tocar un acorde sin ubicarse dentro de él, construir un verso y luego conectarlo al estribillo sin tener que hacerle caso a una estructura rígida. Hay que lograr ver (y escuchar) desde afuera, en ese territorio lejano donde ya no se trata de la forma de la música, sino de la “forma de la forma de la música”, en ese lugar desde el que es posible ver la música más allá de su desarrollo lineal en el tiempo y dejar que pase a ser algo espacial, como un mapa en el que es posible presenciar su conexión con el mundo, con el resto de lo social.

Eso es lo que atrapa en este disco, porque nos damos cuenta de que, más allá de los materiales y estructuras que utiliza, Fiona llegó a esa “exterioridad”, a poder ver la forma, la obra como una unidad. Alcanzar eso es algo sorprendente porque es el lugar más sinuoso, no sólo en la música, no sólo en el arte, sino en absolutamente cualquier quehacer. Es ahí cuando podemos sentir ese éxtasis que aparece cada tanto, porque nos damos cuenta de que estamos ante algo que ya no nos habla de la “realidad”, sino de la vida.

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