A raíz del alcance de la idea de “centro” en términos políticos, en la columna del 23 de mayo planteábamos que hay cosas que no son de izquierda ni de derecha; por ejemplo, saborear un buen vino. También decíamos que tal vez vendría bien recordarle a Pablo Mieres que la ubicación en el espectro ideológico la define con quién se toma uno ese vino. Las últimas declaraciones de Gerardo “Agropalooza” Sotelo (“no votaría jamás una coalición que tenga revolucionarios marxistas”) y Mónica Bottero retrotraen esas disquisiciones.
Ambas figuras se mostraron escandalizadas por la existencia en Uruguay de un Partido Comunista y por el 23 por ciento que Óscar Andrade, un obrero de la construcción, cosechó en las internas. Tal “escándalo” –muchísimo más moderado que el que manifestaron por el surgimiento de Cabildo Abierto– no debería asombrar si repasamos el recorrido profesional e intelectual de los declarantes. Tampoco debería extrañarnos esa especie de “macartismo” electoral si tenemos en cuenta que Bottero ha manifestado que el gran problema en la contienda hacia octubre ha sido la aparición de Ernesto Talvi, quien ya ha advertido sobre los “todopoderosos sindicatos” y cómo “mandan” en el Estado.
Cuando llegue la hora de consolidar pactos y alianzas, no descartan conversar “con los sectores que representen el cambio”. Y la palabra “cambio”, en el contexto del partido de Mieres, tiene que ver con la transformación de un ethos estadocéntrico y militante en otro de carácter emprendedor y asociado al voluntariado, dos marcas de los discursos economicistas más duros de la derecha. De allí (por si quedaba alguna duda), esa apertura explícita a la negociación con blancos y colorados.
Según el filósofo francés Alain Badiou, la ideología dominante del mundo contemporáneo podría recibir el nombre de “materialismo democrático”, una “metafísica ordinaria” que se sostiene en el siguiente principio: “No hay más que cuerpos y lenguajes”. Por un lado, su fundamento materialista lleva al individuo a reconocer únicamente la existencia objetiva de cuerpos solitarios y, en primer lugar, de su propio cuerpo. Por otro, este materialismo es, a su vez, democrático en la medida en que reconoce la pluralidad y la igualdad jurídica de sus lenguajes. Y, dado que los únicos lenguajes posibles hoy en día son los legitimados por el mercado y el parlamento, el único devenir posible de los cuerpos es aquel que está definido a través de las figuras éticas particulares propuestas por la lógica del dinero y la electoralista. En una situación dominada por lenguajes relativistas y figuras éticas particulares, cualquier intento de generar un discurso más abarcador, basado en una lógica colectiva, está condenado a ser considerado totalitario o tiránico. Es allí donde entra la tirria del Partido Independiente por el comunismo y lo que Andrade representa. Comunismo es el nombre que recibe la operación filosófica que posibilita el encuentro de un individuo con la única verdad política que ha existido, a saber, la capacidad emancipadora y autoorganizativa de las masas para liberarse del dominio del “hombre por el hombre”.
En los discursos de Mieres, Bottero y Sotelo, el uso de la palabra “grieta” para definir la actual situación social e ideológica de Uruguay es constante. Sobre ese punto, Argentina ya nos aleccionó lo suficiente como para recordar que la idea actual de grieta es totalizante y reaccionaria. No tanto por haber contribuido al fogoneo electoral en la prensa hegemónica, sino por lo que sustenta. Nominar el conflicto social entre los trabajadores y el orden establecido por el capital como “grieta” es una manera de poner en el horizonte de la política el consenso tolerante; el desacuerdo se visualiza como un “mal”, porque lo deseable sería “llevarnos bien entre los que pensamos diferente”. Es decir: mantener las ideas en el plano de las ideas y los flujos económicos controlados según las demandas de la riqueza.
Insistimos con la analogía del vino. Porque el que están tomando Mieres y los suyos, con el que nos quieren convidar, es de cartón y está picado.