Debemos parar la guerra con Irán antes de que sea demasiado tarde - Semanario Brecha

Debemos parar la guerra con Irán antes de que sea demasiado tarde

Estados Unidos hace sonar otra vez los tambores de guerra.

John Bolton, asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, durante el acto del 75 aniversario de los desembarcos del Día D, en Portsmouth, sur de Inglaterra, el 5 de junio / Foto: Afp, Leal Olivas

Tras el retiro de su personal diplomático no esencial de Teherán y el envío de un grupo de combate y un portaaviones al golfo Pérsico, la Casa Blanca ha llamado en las últimas semanas a intensificar la presión sobre Irán. La decisión pone otra vez sobre la mesa la posibilidad de un enfrentamiento militar entre Estados Unidos y la nación persa, un viejo anhelo del consejero de Seguridad Nacional John Bolton y del propio Donald Trump.

La amenaza de un ataque estadounidense contra Irán es muy real. Liderado por John Bolton, el gobierno de Trump está construyendo historias de fechorías iraníes. Es fácil preparar pretextos para la agresión. La historia ofrece muchos ejemplos.

El ataque contra Irán es un elemento del programa internacional del jactancioso y abrumador poder de Estados Unidos para acabar con “el desafío exitoso” al amo del globo: la principal razón de la tortura estadounidense de Cuba durante 60 años.

El razonamiento sería fácilmente entendido por cualquier jefe mafioso. El desafío exitoso puede inspirar a otros a seguir el mismo camino. El “virus” puede “expandir el contagio”, como dijo Kissinger cuando trabajaba para derrocar a Salvador Allende, en Chile. La necesidad de destruir estos virus y vacunar a las víctimas contra el contagio ‒normalmente imponiendo severas dictaduras‒ es un destacado principio de los asuntos mundiales.

Irán ha sido culpable del delito de desafío exitoso desde el levantamiento de 1979 que depuso al tirano que Estados Unidos había instalado en el golpe de 1953 que, con ayuda de los británicos, destruyó el sistema parlamentario y restauró la obediencia. La opinión liberal dio la bienvenida al logro. Como The New York Times explicaba en 1954, gracias al posterior acuerdo entre Irán y las petroleras extranjeras, “los países subdesarrollados con ricos recursos tienen ahora una lección objetiva en el fuerte coste que debe pagar el que se enloquezca con el nacionalismo fanático”. El artículo continúa: “Quizás sea demasiado esperar que la experiencia de Irán impida el ascenso de Mossadegh en otros países, pero esa experiencia al menos puede fortalecer a líderes más razonables y clarividentes”.

Poco ha cambiado desde entonces. Por poner otro ejemplo, más reciente, Hugo Chávez pasó de chico malo tolerado a peligroso criminal cuando animó a la Opep a elevar los precios del petróleo en beneficio del sur global, la gente equivocada. Poco después, su gobierno fue derrocado por un golpe militar, al que dio la bienvenida la voz principal del periodismo liberal. Los editores del Times se regocijaron en que “la democracia venezolana ya no está amenazada por un dictador en potencia”, el “ruinoso demagogo” Hugo Chávez, “después de que el Ejército interviniera y entregara el poder a un respetado líder empresarial, Pedro Carmona” ‒quien rápidamente disolvió la Asamblea Nacional, suspendió la Constitución y desmanteló el Tribunal Supremo, pero, desgraciadamente, fue derrocado en unos días por un levantamiento popular, lo que obligó a Washington a recurrir a otros medios para matar el virus.

LA BÚSQUEDA DE SUPREMACÍA. Una vez que el “desafío exitoso” iraní finalizó y el “lúcido” shah fue instalado en el poder de forma segura, Irán se volvió un pilar del control estadounidense de Oriente Medio, junto con Arabia Saudí y el Israel pos-1967, que estaba estrechamente aliado con el Irán del shah, aunque no formalmente. Israel también tenía intereses compartidos con Arabia Saudí, una relación que ahora se hace más evidente, ya que el gobierno de Trump supervisa una alianza de estados reaccionarios de Oriente Medio como base para el poder de Estados Unidos en la región.

El control del estratégicamente importante Oriente Medio, con sus enormes y fácilmente accesibles reservas de petróleo, ha sido un eje central desde que Estados Unidos ganó la posición de hegemón global tras la Segunda Guerra Mundial. Las razones son conocidas. El Departamento de Estado reconoció que Arabia Saudí es “una estupenda fuente de poder estratégico” y “uno de los mayores premios materiales en la historia del mundo”. Eisenhower lo describió como la más “importante parte del mundo a nivel estratégico”. El control del petróleo de Oriente Medio produce un “control sustancial del mundo” y “fuerza crítica” sobre los rivales industriales, como han entendido influyentes hombres de Estado, desde el consejero de Roosevelt A A Berle hasta Zbigniew Brzezinski.

Estos principios se aplican de forma bastante independiente del acceso de Estados Unidos a los recursos de la región, algo que, de hecho, no ha sido de crucial importancia. Durante buena parte de este período, Estados Unidos fue uno de los mayores productores de combustibles fósiles, como de nuevo lo es hoy. Pero los principios siguen siendo los mismos y son reforzados por otros factores, entre ellos, la insaciable demanda de equipamiento militar por las dictaduras del petróleo y el acuerdo saudí para apoyar el dólar como divisa global, que le da grandes ventajas a Estados Unidos.

El corresponsal en Oriente Medio Tom Stevenson no exagera cuando escribe que “el dominio heredado por Estados Unidos en el golfo le ha dado un grado de fuerza tanto sobre rivales como sobre aliados, probablemente sin parangón en la historia del imperio (…) Es difícil sobrevalorar el papel del golfo en la forma en que es dirigido el mundo hoy”. Es, entonces, comprensible que el desafío exitoso en la región no se pueda tolerar.

Tras el derrocamiento de su cliente iraní, Estados Unidos pasó a apoyar directamente la invasión de Irán por Saddam Hussein, condonando tácitamente su uso de armas químicas e interviniendo, finalmente, al proteger el transporte iraquí en el golfo de la prohibición iraní, para asegurarse la sumisión de Irán. El grado de compromiso de Reagan con su amigo Saddam fue ilustrado gráficamente cuando misiles iraquíes alcanzaron el Uss Stark y mataron a 37 tripulantes, lo que suscitó un golpecito cariñoso en respuesta. Sólo Israel ha podido salirse con la suya con algo así. (N de E: Durante la Guerra de los Seis Días, en 1967, Israel bombardeó el buque estadounidense Uss Liberty, mató a 34 miembros de la tripulación e hirió a 171.)

Cuando la guerra acabó, el presidente George H W Bush, el Pentágono y el Departamento de Energía invitaron a ingenieros iraquíes a Estados Unidos a un entrenamiento avanzado en producción de armas, una amenaza existencial para Irán. Desde entonces, se han empleado duras sanciones y ciberataques ‒un acto de agresión, según la doctrina del Pentágono‒ para castigar a los malhechores.

AMENAZA PARA EL ORDEN MUNDIAL. Líderes políticos de todo el espectro advierten que todas las opciones están abiertas respecto de atacar Irán ‒“contenerlo”, en la neolengua dominante‒. Es irrelevante que “la amenaza o el uso de la fuerza” estén explícitamente prohibidos en la Carta de la Onu, el pilar del derecho internacional moderno.

Irán es regularmente descrito como la mayor amenaza para la paz mundial ‒en Estados Unidos, claro‒. La opinión global difiere: considera a Estados Unidos la mayor amenaza para la paz mundial, pero la población estadounidense está protegida por la prensa libre de estas noticias, no deseadas.

No hay duda de que el gobierno de Irán es una amenaza para su propia población, ni la hay sobre el hecho de que, como todo el mundo, Irán busca expandir su influencia. El asunto, más bien, es la presunta amenaza que representa Irán para el orden mundial en general.

Entonces, ¿cuál es esa amenaza? Una respuesta sensata ha sido la ofrecida por la inteligencia de Estados Unidos, que informó al Congreso en 2010 (nada ha cambiado materialmente desde entonces) de que la doctrina militar iraní es estrictamente “defensiva (…) diseñada para ralentizar una invasión y forzar una solución diplomática a las hostilidades” y de que “el programa nuclear de Irán y su voluntad de mantener abierta la posibilidad de desarrollar armas nucleares es una parte central de su estrategia disuasoria” (las agencias de inteligencia estadounidenses reconocieron, en 2007 y 2012, que Irán no tiene actualmente un programa de armas nucleares). Para quienes quieren desbocarse libremente en la región, la disuasión es una amenaza intolerable, incluso peor que “el desafío exitoso”.

Por supuesto, habría formas de acabar con la presunta amenaza de las armas nucleares iraníes. Un comienzo fue el Plan de Acción Conjunto y Completo, el acuerdo conjunto sobre armas nucleares, respaldado por el Consejo de Seguridad y derogado por el gobierno de Trump, en plena conciencia de que Irán ha cumplido sus compromisos. Los halcones del Pentágono afirman que el acuerdo no iba lo suficiente lejos, pero hay formas sencillas de ir más allá. La más obvia es avanzar hacia una zona libre de armas nucleares en Oriente Medio, defendida firmemente por los estados árabes, Irán y el G-77 (los otrora países no alineados), con apoyo general en el resto del mundo.

Hay un obstáculo clave. La propuesta recibe el veto periódico de Estados Unidos en las conferencias de revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear, sobre todo por Obama en 2015. El motivo, como todo el mundo sabe, es que el plan requeriría que Estados Unidos reconociera formalmente que Israel tiene armas nucleares e incluso autorizara inspecciones. De nuevo, intolerable.

No se debería olvidar que Estados Unidos (junto con Gran Bretaña) tiene una responsabilidad única en establecer una zona libre de armas nucleares en Oriente Medio. Cuando intentaban ofrecer algo de cobertura legal para la invasión de Irak, los dos agresores afirmaron que Saddam estaba desarrollando armas nucleares, lo que violaba la resolución 687 del Consejo de Seguridad, de 1991, aprobada tras la Guerra del Golfo, que obligó a Saddam a acabar con tales programas (como, de hecho, hizo). Se presta poca atención al artículo 14, que pide “pasos hacia el objetivo de establecer en Oriente Medio una zona libre de armas de destrucción masiva”.

También vale la pena apuntar que, cuando Irán estaba dirigido por el shah, había poca preocupación respecto de las intenciones iraníes de desarrollar armas nucleares. Estas fueron claramente anunciadas por el monarca, quien informó a periodistas extranjeros de que Irán desarrollaría armas nucleares “sin ninguna duda y antes de lo que se pensaría”. El padre del programa de energía nuclear de Irán y antiguo jefe de la Organización de Energía Atómica de ese país confiaba en que el plan de la dirigencia fuera “construir una bomba nuclear”. La Cia informó de que no tenía “ninguna duda” de que Irán desarrollaría armas nucleares si países vecinos lo hacían (como Israel, por supuesto, ha hecho).

Esto fue durante el período en el que Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Henry Kissinger y otros altos jerarcas presionaban a las universidades estadounidenses (la mía, el Mit, incluida) para que facilitaran los programas nucleares iraníes. Cuando se le preguntó más tarde por qué apoyó programas de este tipo bajo el shah pero desde entonces se ha opuesto duramente, Kissinger respondió honestamente que Irán era en ese entonces un aliado. Bastante simple.

LA FÓRMULA NEOLIBERAL. Suponiendo que la racionalidad impere y que Bolton y compañía puedan ser contenidos, Estados Unidos continuará con su exitoso programa de aplastar la economía de Irán y castigar a su población. Europa está demasiado intimidada como para responder y a otros les falta poder para enfrentarse al Amo. Se buscan las mismas políticas en Venezuela que se han empleado contra Cuba durante muchos años, desde que el gobierno de Kennedy reconoció que su campaña para imponer “los terrores de la tierra” en Cuba (en palabras del historiador Arthur Schlesinger) puso al mundo cerca de la destrucción durante la crisis de los misiles.

Es un error buscar algún gran pensamiento geopolítico tras las actuaciones de Trump. Estas se explican fácilmente como las acciones de un megalómano narcisista, cuya doctrina es mantener el poder personal y que tiene la inteligencia política para satisfacer a sus representados, principalmente, al poder corporativo y la riqueza privada, pero también a la base electoral. Esta última es mantenida a raya con regalos a la derecha religiosa, dramáticos pronunciamientos sobre proteger a los estadounidenses de hordas de violadores, asesinos y otros demonios, y el simulacro de defender al trabajador común, a quien, de hecho, las políticas reales del gobierno están machacando en todo momento.

Hasta ahora, está funcionando bien. La fórmula neoliberal está floreciendo: beneficios espectaculares para los principales representados junto con el estancamiento y la precariedad generalizados para la mayoría, con mejoras ligeras por la continua y lenta recuperación de la Gran Recesión, de 2008. En resumen, a Trump le va bastante bien. Lo ayudan la obsesión de los demócratas con el Russiagate y la minimización de sus principales crímenes, el más importante, por lejos, la política de llevar a la especie a la catástrofe ecológica. Otro mandato de Trump podría ser ‒literalmente‒ una sentencia de muerte para la vida humana organizada.

Una nueva encuesta muestra que la aprobación de Trump entre posibles votantes ha sobrepasado el 50 por ciento, más alta que la de Obama en esta etapa de su presidencia. Una política inteligente de Trump sería seguir agitando el puño contra el mundo, aduciendo que liberales pusilánimes, como “el somnoliento Joe” y “el loco Bernie” (N del T: Joe Biden y Bernie Sanders, candidatos a las primarias del Partido Demócrata), se someterían a los terribles enemigos que ahora están siendo dominados por el tipo duro con la gorra de “Make America Great Again”. La posición recibe la ayuda de los medios liberales, que repiten automáticamente las afirmaciones de que el “Estado canalla” de Irán debe convertirse en un “Estado normal”, como Estados Unidos (el mantra de [el secretario de Estado, Mike] Pompeo), aunque advierten tímidamente de que puede que la guerra no sea la mejor manera de lograr ese objetivo.

Hay, por supuesto, otros caminos que se pueden recorrer. Y, lo que es crucial, no se puede demorar en construir una oposición poderosa a la amenaza de un nuevo delito de agresión, con sus probablemente catastróficas consecuencias.

*    Profesor de lingüística (emérito) en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (Mit) y autor de docenas de libros sobre la política exterior de Estados Unidos.

(Artículo tomado de elsaltodiario.com, por convenio. Titulación de Brecha. Originalmente publicado en In These Times, inthesetimes.com.)

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