Dejemos hablar al maestro - Semanario Brecha
A Cien años de Miguel Soler, fragmentos de un libro inédito

Dejemos hablar al maestro

A 100 años del nacimiento de Miguel Soler Roca, parece adecuado leer sus propias palabras, las de siempre, pero que adquieren una singular actualidad y vigencia. Los que siguen son párrafos que verán la luz próximamente, en el libro Valió la pena, que se constituirá en su obra póstuma.

Juanjo Castel

En su Fermentario, [Carlos] Vaz Ferreira incluyó esta sugerencia, que, a medida que pasan los años, me presiona más y más: “Y no morirse con tantas cosas adentro”. Me quedan todavía algunas cosas adentro que podrían pasar de su condición actual, silenciadas y avaramente sedimentadas, a ser compartidas por otros, por alguien que me es desconocido y que ojalá sea una persona joven.

[La educación] ha sido el sustrato vertebrador de mi vida profesional. Pudo haber sido de otro modo si yo hubiera podido seguir en 1937, al término de mis estudios secundarios, mis inclinaciones de entonces. Pero, por razones ajenas a mi voluntad, terminé siendo maestro primario y, después de mis primeras experiencias, anclé hasta hoy en el apasionante oficio de pretender cambiar la realidad y ayudar a los demás a cambiar la suya. Siempre pongo en duda la tentación en que caen algunas personas de considerarme un maestro vocacional. Es positivo, me parece, que cada vez más los seres humanos podamos ser plurivocacionales, con tal de que nuestra vocación central sea la de ser personas.

Quisiera hacer algunas precisiones iniciales que ayuden al lector a situarse y a situarme por lo que hace al uso que haré del término educación. […] Ya he escrito mucho sobre el tema. […] No creo que sepa agregar mucho más ni que lo que exponga pueda apartarme de dos ámbitos que se sostienen mutuamente: el de la realidad inmediata, o sea, la educación de aquí y ahora, y el ámbito propio de una visión general de la educación, a lo largo del tiempo, del espacio y de la extensa temática educativa. No estoy diciendo aquí solamente […] que el educador tiene que poseer una bien integrada formación teórica y práctica. Lo que afirmo ahora es que sus miradas y sus acciones han de ir dirigidas tanto al contexto cercano en que se desempeña como a la universalidad de lo humano. Nuestro oficio incide creativamente sobre seres concretos, cuyas identidades conocemos y con los que interactuamos directamente, y también sobre seres distantes, constitutivos de la especie –más de 7.000 millones por ahora–, de cuya existencia no podemos desentendernos, porque, por vías cada vez más entramadas, contribuyen a determinar el futuro de todos, incluso el nuestro. […] Concibo al educador ejerciendo una doble militancia: en el seno de su comunidad local y como integrante de la comunidad global, en ambos casos de la manera más consciente y crítica posible, reconociendo necesariamente y armonizando su compromiso tanto con la unidad como con la diversidad de la especie humana. ¿Es mucho pedir?

No renuncio a proponerlo. Leo el periódico, escucho la radio, miro la televisión, consulto Internet y, ante un mundo que insiste en el fratricidio, me pregunto: ¿tiene la educación algo que ver con lo que pasa? Y me contesto: en parte sí, indudablemente. […] La educación y los educadores son obligados peregrinos del largo camino hacia una humanidad civilizada. […]

Me preocupa lo que viene ocurriendo en el mundo, con grave penetración en América Latina y en nuestro propio país. En términos generales, me parece obsoleta y gravemente negativa la tendencia a hacer del capitalismo el único modelo capaz de orientar la economía, las finanzas y las relaciones entre los distintos pueblos. Opino que el término de la Guerra Fría no solo significó el fin de una peligrosa situación conflictiva entre potencias nucleares, sino que fue la pérdida de oportunidades de profundizar ciertas experiencias político-sociales que hubiera valido la pena seguir desarrollando en un mundo más crítico, democrático y libre. Los poderes que predominaron y las corrientes ideológicas y culturales que les eran propias (prevalencia del mercado, neoliberalismo, multinacionalismo empresarial, creciente militarización, cruentas hostilidades, consumismo, oscurantismo, estandarización cultural, fanatización axiológica, banalización existencial y otras) no fueron portadores de una mayor felicidad, sino del agravamiento de un conjunto de insuficiencias, errores y crímenes que, de proponérselo, la especie humana debería ya haber extinguido.

[…] Disponemos de más amplios y profundos conocimientos, pero la aplicación razonable de cada conquista nos lleva más a la confrontación que a su disfrute fraternal. Sujetos a regímenes que hacen del lucro el objetivo fundamental, hacemos del conflicto más o menos extenso, más o menos cruel, la garantía protectora de nuestra sobrevivencia, la herramienta básica de nuestras interrelaciones. Desde que en 1945 concluyó la Segunda Guerra Mundial, hemos asistido todos los días en algún lugar del planeta a uno o más enfrentamientos armados. Cuando nos sentamos a la mesa de negociaciones, ya estamos rodeados de cadáveres, la mayor parte de ellos de civiles. Y el número de conflictos cruentos que se producen en la sociedad civil, con la pérdida de la serenidad, la ecuanimidad, el sentido común y el tiempo –el tan precioso y escaso tiempo de que disponemos–, es una prueba más del fracaso de nuestro relacionamiento cotidiano. Los uruguayos sabemos bien a qué atenernos a este respecto. Pregunto una vez más: ¿tiene algo que ver la educación en ello?

Sin ninguna duda para mí, la manifestación más grave y amenazante de esta incapacidad de convivir en paz la constituye la prosecución de la carrera armamentística en prácticamente todos los países del mundo. […] Nos armamos cada día más y con armas más perfeccionadas para el cumplimiento de su fatal destino de matar. Convivimos irresponsablemente con un arsenal suficiente para provocar la destrucción entera del planeta. Mientras unos sabios trabajan arduamente por el imperio de la verdad, la ciencia, la belleza, la realización plena y solidaria de cada uno y de todos por igual, otros, pretendidamente sabios, se empeñan día y noche en incrementar y concentrar el poder en todas sus formas. Cuando intento ubicarme como educador en la sociedad del futuro, comienzo por desear que esta sea una sociedad que, como lo dice la constitución de la Unesco [Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura], “haya construido en la mente de las personas los baluartes de la paz’’.

Toda reflexión prospectiva ha de ser más ambiciosa. No se trata solamente de lograr el desarme universal, que sería lo mínimo a lograr, sino de poner en cuestión algunas de las manifestaciones de nuestra cultura global. No incorporamos nuevos niños a la humanidad para que perpetúen nuestra manera de existir, sino para que la superen. No les brindaremos un tramo progresivamente creciente de escolaridad obligatoria para que acaten y preserven el nivel político, económico y cultural al que nuestra generación ha llegado, sino para que estén en condiciones de avanzar, de manera solidaria y creativa, hacia estadios superiores de civilización.

[…] Entre otros aspectos de la cultura actual, en principio no solo cuestiono el gasto militar y la existencia misma de las Fuerzas Armadas, sino la presencia del juego por dinero en nuestra sociedad, ciertas manifestaciones del deporte profesional, la calidad de los mensajes de los medios de comunicación, ciertas modalidades de la tenencia y explotación del suelo, el despilfarro que acompaña celebraciones y manifestaciones lúdicas, por otra parte, muy legítimas, la persistencia de múltiples formas de explotación del cuerpo de niños, hombres y sobre todo mujeres, etcétera. Propugno el derecho al boicot organizado a ciertas prácticas con las que hasta aquí nos hemos familiarizado, naturalizándolas acríticamente. Desde luego, no creo que se trate de desafíos a asumir solo individualmente, sino sobre todo mediante formas cívicamente organizadas y, entre estas, las propias del sector educación.»

***

Así estaban trabajando el espíritu, la razón y la sapiencia de Miguel Soler Roca cuando llegó al fin de su inspiradora, incitante, creativa y generosa trayectoria vital. Dejó abiertos múltiples senderos que conducen a la renovación permanente de una educación pública dedicada a construir una sociedad libre, pacífica, solidaria y justa; senderos para transitar hacia una educación situada en su tiempo y espacio, conocedora de las realidades sociales y políticas de su entorno cercano y de su contexto mundial, orientada a desarrollar a fondo las capacidades potenciales de todos los seres humanos. En nuestro país está vigente la oportunidad de avanzar por esos caminos para dejar atrás el individualismo, las ansias de lucro, la desigualdad, el belicismo y la barbarie de la civilización occidental actual. A la sociedad uruguaya le corresponde optar. Mientras tanto, quienes suscribimos esta nota haremos lo que esté a nuestro alcance para atender su pedido de organizar y dar a la luz pública el conjunto de reflexiones que tituló Valió la pena. Nos complace y nos honra sobremanera abordar este fraterno y sobrecogedor pedido.

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