-«¡Este nos está descontrolando el boliche!», Mercedes Resch ríe al otro lado de la línea mientras recuerda. En La Tranca Cura Malal, la peña que regentea desde finales de 2009, no se puede fumar. Pero aquella noche el tipo que recibe a los clientes les hace una oferta que no pueden rechazar: «Si quieren, fumen». Buscaba una excusa para fumarse un pucho. Tenía la ventaja de llamarse Ricardo Iorio. Era su anteúltima visita a aquel viejo almacén reconvertido en bolichito que solo abre los viernes (llueva o truene) y, de vez en cuando, los sábados. «Estaba sentado en la barra y me dijo que le cobrara un plus por el pucho. No le podía pedir que lo apagara, porque había otra cuestión con él. Terminó de fumarlo, me miró y lo tiró al suelo. Se sacó el calzado y, con el pie descalzo, lo apagó mientras decía: “Esta es la primera y la última vez. Y fue Ricardo Iorio quien se fumó un cigarrillo en La Tranca”. Fue increíble ese momento. Guardé el cigarro como un tesoro.»
Es 25 de abril de 2015. Jorge Pistocchi está algo débil a causa de un fuerte resfrío. Ya no es un pibe y tiene demasiadas batallas encima. Recibe a este cronista en una nueva comunidad que tiene su propia radio. El proyecto, instalado en el barrio La Boca, lleva el mismo nombre que su creación más célebre: Expreso Imaginario, aquella revista que amplió los límites de la experiencia contracultural en plena dictadura. Pistocchi, el tipo que invirtió una herencia comprando equipos para las primeras bandas de rock argentino, el viejo okupa, muestra su cinturón con orgullo. Esa chapa plateada está tallada al detalle: es la H de Hermética. ¿Pero este no era un viejo jipi?
Iorio fue invitado a la inauguración de La Tranca. Tiempo atrás había cumplido aquel sueño del niño visitante: «Algún día voy a vivir acá», le había augurado a su padre en un viaje familiar. Con rumbo al abra1 fue y venció. En Cura Malal, partido de Coronel Suárez, viven una centena de personas: Iorio estaba a unos 20 minutos en auto. El convite le llegó a través del hermano de Mercedes. «Inauguramos la primera semana de 2010. Invitamos a Ricardo porque habíamos hecho dos videos y uno estaba relacionado con “Ruta 76”, porque nombra a Cura Malal.» Ese sábado Iorio no apareció. El martes siguiente, la tranca rugió como un motor de camión. Fernando, el socio de Mercedes, se asomó a la puerta temiendo que fuera la Policía, porque estaban escuchando música a todo volumen. Entró a avisar: «Es Almafuerte». Había guiso, sobraba bebida. Iorio había llevado una guitarra. Vieron los videos y la madrugada los hermanó.
«Íbamos a hacer una editorial, pero se nos convirtió en un conventillo»: la voz aflautada de Pistocchi continúa la historia. En 1984, un par de años después del final de su último proyecto gráfico (Pan Caliente), armó una comunidad en una caserón: el Centro Cósmico La Paternal. La experiencia duró hasta 1990. «Éramos una cooperativa de trabajo, hacíamos de todo. Se generó un ambiente muy heterogéneo, y pasamos de jipis de El Bolsón a muchos heavy metals. Un amigo de la casa me pidió festejar su cumpleaños ahí con familia y amigos.» Los amigos resultaron ser V8. «Ahí lo conocí a Ricardo y al resto, y fui a ver un show por San Telmo. Me impresionó, lo sentí como una fuerza que se había perdido. En los sesenta, llevar el pelo largo o hacer música no era fácil. Pero pos-Malvinas los músicos de éxito empezaron a tener guita, quedó muy poca gente dentro de lo que podríamos decir una resistencia cultural. Estos pibes lo eran. La gente que los bancaba, también.»
Mercedes no recuerda qué canciones tocó Iorio esa primera noche, pero de algo está segura: «La primera noche y la última fueron las de mayor entrega de su parte». Iorio se volvió un habitué. En el camino se hizo amigo de Mingo Silvera, avezado jinete, leyenda campera local. Algunas veces solo pasaba a comprar unas empanadas. Más allá de lo mediático, era comprometido con su entorno. En épocas de pandemia, quería colaborar de la manera que fuese con Mingo. «No vayas a pedirle dinero a nadie», le rogó el músico al jinete. Una vez, apareció de sobretodo negro con una gran cruz plateada en el pecho durante un encuentro de acordeones en el club del pueblo. Mercedes, como los alumnos de la escuela rural, presenciaba el acto con su guardapolvo docente. Los chicos le consultaron quién era ese señor. Ante su explicación, agregaron: «Ah, porque nos metió plata en el bolsillo». A las maestras les puso el doble.
Entre la gente que paraba en el Centro Cósmico estaba Joaquín Amat, la oveja negra de una familia con mucho dinero. Iorio y Pistocchi se hicieron sus amigos. El primer show de Hermética fue en un encuentro organizado por el propio Joaquín, junto con Jorge, en el Centro Cultural Recoleta. La familia Amat había hecho su fortuna por poseer una de las fábricas textiles más grandes de Argentina: nueve hectáreas, mil obreros, 700 mil metros de tela mensuales fabricados, enumera Pistocchi con los ojos abiertos como un dos de oro. La cooperativa paternalense tenía un taller con herramientas y soldaduras, y Joaquín les ofreció un «tallercito» dentro de Amat: era un lujo. Empezaron a trabajarlo a contraturno de la fábrica, que quedaba en Monte Grande. Ricardo se prendió en la idea. Todo su séquito acompañó: adiós, mamelucos; hola, remeras negras.
La última ronda fue un Iorio soundsystem. La Tranca estaba por cerrar y cayó el tipo con un pendrive. Lo había intentado sin suerte la semana anterior: el clima no daba. Esta vez, los rezagados que yacían en sus mesas partieron. Ante un público de cuatro espectadores (el cantinero Cirilo, su novia, la moza y Mercedes), Ricardo puso el corazón sobre la mesa: llevó su música favorita y le cantó encima durante horas, con lágrimas en los ojos y a puro gesto. En ese encuentro final, además de su canto desgarrado, dejó unas cuantas ofrendas. «¿Qué está haciendo este hombre ahora?», pensó Mercedes cuando Iorio se sacó la remera y la dejó apoyada sobre el mostrador. Luego, bajó del auto una virgen de Luján. «Ponela en la puerta. Ningún chorro roba con una protección de la virgen. Esto es tu seguridad.» A continuación, le entregó un Nuevo Testamento («Abrirlo al azar en cualquier página, leer a la mañana como lo primero que hacés en el día, vivir el día y a la noche reflexionar») y una foto suya, algo ajada. Al salir, se olvidó el pendrive con su música favorita, pero reapareció a buscarlo: Mercedes lamenta no tener una copia con esas canciones. Recuerda una: «Morir al lado de mi amor», de Demis Roussos, que Iorio no solo grabó: «Mirá vos, qué loco el tipo este, que es tan duro y, sin embargo, era todo emoción. Morir al lado de mi amor… y lo logró. Se murió al lado de su mujer, que la recontrarrespetaba».
Los capos de Amat no sabían qué hacer para deshacerse del clan jipi-metalero. «Ricardo tenía al lado suyo a todas las bandas de Llavallol, como ejército éramos mucho más poderosos nosotros.» Ante las amenazas y los aprietes, Jorge jura que escuchó a Iorio decirle a un tipo, muy seriamente: «“Yo a vos te voy a liquidar”. Y lo decía en serio, ¿eh?». Lograron dar vuelta la situación: por un tiempo, Amat se convirtió en una cooperativa. Después, quebró. Hoy, Campo Amat es el espacio verde por excelencia del partido de Esteban Echeverría.
Algunos fans de Iorio empezaron a visitar La Tranca. Mercedes Resch siente que su amigo le impuso un trabajo. La gente lleva cosas. «Pienso: ¿ahora qué hago con estos objetos? Entonces, se me ocurrió armar una especie de parador en una casilla que tengo acá, tiene unas cuchetas…» Mercedes trata de lograr que quienes siguen los caminos de Iorio y su Ruta 76 puedan hacer noche ahí, y que la casilla pueda ser intervenida por los fans: «Que pinten, escriban las paredes y dejen su mensaje». Y cierra: «Siento que es algo que tengo que hacer. Dentro de ese espacio, permitirles todo».
1. «Con rumbo al abra» es una canción de Almafuerte incluida en el disco Ultimando.