El viernes 24, a la habitual marcha que todos los años colma las calles de Buenos Aires para confluir en la Plaza de Mayo (y que esta vez reunió a unas 100 mil personas) le siguió un acto en el que Estela de Carlotto hizo mención a la memoria del golpe de 1976, pero también a las nuevas tendencias negacionistas en los discursos de candidatos y funcionarios de la oposición. La dirigenta social alertó sobre la importancia de mantener la memoria viva para las futuras generaciones, las mismas que ahora miran con interés el discurso que minimiza el pasado sangriento.
Pese a los actos de repudio a 47 años del golpe, los discursos en busca de minimizar los efectos de la dictadura crecen en el país. A comienzos del mes pasado, en plena sesión de una comisión del Congreso, la diputada Victoria Villarruel, de la formación ultraderechista La Libertad Avanza, le reclamó a voz en cuello a la madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas «por los muertos a manos de la subversión». En la última semana, locales de partidos de izquierda y espacios de memoria que recuerdan a las víctimas de la dictadura sufrieron ataques y pintadas agraviantes reivindicadas por militantes de La Libertad Avanza, liderada por el diputado Javier Milei, a quien algunas encuestas ponen en un tercer lugar competitivo de cara a las presidenciales de octubre, con más del 20 por ciento de las simpatías.
VIEJA HISTORIA
Fue la propia dictadura la que en 1977 anunció de manera unilateral el fin de una «guerra contra la subversión», buscando establecer oficialmente el concepto de guerra para referirse a la represión clandestina. El objetivo era negar las atrocidades que saldrían a la luz, primero, con el juicio a las juntas militares, en 1985, y, más tarde, con los juicios por delitos de lesa humanidad que aún siguen revelando delitos aberrantes cometidos entre 1976 y 1983.
Ya a comienzos de los ochenta, para contraponerse a las Madres de Plaza de Mayo surgiría FAMUS (Familiares y Amigos de Muertos por la Subversión), primera organización social dedicada en gran parte a negar los crímenes de la dictadura. Su prédica no pudo evitar el juicio a las juntas, pero dejó sembrada la semilla negacionista. Más tarde, bajo el gobierno de Carlos Menem, los indultos de 1989 y 1990, que buscaron garantizar la impunidad de los terroristas de Estado, fueron decididos en nombre de la pacificación nacional y para superar «una guerra fratricida».
Pocos años después, en 1997, el excomisario Miguel Etchecolatz, luego condenado a tres cadenas perpetuas, publicaría una recordada justificación de la represión: La otra campana del Nunca Más. El libro de Etchecolatz constituye el acta fundacional del negacionismo argentino posdictadura, al decir de Mario Ranalletti, profesor de Historia en las universidades de Buenos Aires, Rennes y Salamanca, en su trabajo académico «Apuntes sobre el negacionismo en Argentina. Uso político del pasado y reivindicación de la represión ilegal en la etapa pos-1983». Allí Ranalletti sostiene que el negacionismo no debe confundirse con el revisionismo, ya que se trata de «una empresa política tendiente a promover la tergiversación del pasado», mientras que el revisionismo apuntaría a una revisión documentada del pasado.
Los gobiernos kirchneristas, entre 2003 y 2015, retomaron la senda de los juicios con su política estatal de memoria, verdad y justicia. Sin embargo, Daniel Feierstein, investigador del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) y director de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, dice a Brecha que «entre 2006 y 2010 se produce un cambio importante que afectó al movimiento de derechos humanos».
A partir de 2006 se procesó un quiebre: «La conmemoración del 24 de marzo se fragmentó en dos marchas, cosa que no ocurría antes», sostiene Feierstein. «Hay un primer elemento a tener en cuenta que es la fractura de la histórica transversalidad de los derechos humanos. Hasta ese momento, el movimiento podía cobijar a un radicalismo alfonsinista, al peronismo, a la izquierda en todas sus variantes y hasta a un sector liberal demócrata. El segundo elemento es que hasta entonces los logros de los organismos de derechos humanos venían desde abajo hacia arriba y no al revés. Había una historia de disputa popular por los conceptos que los enriquecía. Por ejemplo, sobre el final de la dictadura se discutió la consigna de “aparición con vida” y la calificación de genocidio. Esos fueron logros del movimiento de derechos humanos que llegaron a la sociedad. Cuando en 2006 empiezan a generarse consignas desde el poder hacia el movimiento de derechos humanos, la cosa cambió», señala el investigador. «Terrorismo de Estado y dictadura cívico-militar fueron consignas que se transmitieron de arriba hacia abajo. Eso, en parte y sin proponérselo, le dio herramientas a la derecha negacionista. Por ejemplo, hablar de dictadura cívico-militar pretendía visibilizar el rol de los empresarios como civiles, pero la derecha tomó ese término para incluir como cívico el rol de los partidos políticos y jugar la carta de la antipolítica», sostiene.
NUEVO IMPULSO
A partir de 2015, con la llegada de Mauricio Macri al poder, la consigna fue «acabar con el curro de los derechos humanos», según la frase pronunciada por él al comienzo de aquella campaña presidencial. Pese a que los juicios siguieron su camino, convertidos ya en política pública, lo hicieron a un ritmo menor. Las prisiones domiciliarias para represores mayores de 70 años y la aplicación de la política del dos por uno, que reducía sus penas, movilizó en 2017 a los organismos de derechos humanos, que consiguieron que la medida fuera revocada. Pero el hecho confirmó el interés de la derecha en colar su programa negacionista en el gobierno.
A la aparición de discursos prodictadura proferidos en las redes sociales por funcionarios públicos macristas se sumaría luego el surgimiento en las presidenciales de 2019 del líder ultraderechista Milei, lo que logró posicionar con fuerza el negacionismo en los últimos años.
En este escenario, Feierstein es crítico con las medidas oficiales actuales y con sectores del movimiento de derechos humanos. «Estamos en una situación complicada de la que podemos salir si sabemos escuchar lo que buscan los segmentos de las nuevas generaciones que son cooptados por esa derecha», señala. «Pero no es gritando más fuerte. La derecha demostró que es inteligente y está en su mejor momento de las últimas décadas. Logró hacer un trabajo de espejo con relación al movimiento de derechos e invertir las consignas a su favor. Y nosotros estamos actuando peor porque les damos esas herramientas.» El kirchnerismo se ha equivocado mucho en los últimos años en este sentido, afirma el investigador. «Hay que recuperar esa transversalidad perdida que le otorgaba al movimiento por los derechos humanos independencia del poder. No puede ser que, ante la sociedad, los derechos humanos se identifiquen con el kirchnerismo», remata.