Diarios de batalla cultural - Semanario Brecha
Universidades bajo fuego

Diarios de batalla cultural

El mismo día en que asumió su segunda presidencia, el 20 de enero, Donald Trump emitió la orden ejecutiva «Defender a las mujeres del extremismo de la ideología de género y restaurar la verdad biológica en el gobierno federal».1 Entre otras orientaciones, la orden indica suspender todos los fondos federales destinados a políticas que puedan ser sospechosas de «ideología de género» o que nieguen «la naturaleza binaria del sexo». También ordena «rescindir sin demora» guías y circulares del Departamento de Educación, como la llamada «Creación de entornos escolares inclusivos y no discriminatorios para estudiantes LGBTQI+», «Apoyo a jóvenes LGBTQI+ y sus familias», «Enfrentando el acoso contra jóvenes LGBTQI+ en la escuela», entre muchas otras, incluidas algunas de 1972, los buenos tiempos de Nixon.

Nueve días después, la Casa Blanca publicó otra orden titulada «Terminar con el adoctrinamiento radical en la enseñanza primaria y secundaria».2 Comienza así: «Los padres confían en que las escuelas de Estados Unidos proporcionen a sus hijos una educación rigurosa y les inculquen una admiración patriótica por nuestra increíble nación y los valores que defendemos. En los últimos años, sin embargo, los padres han sido testigos de cómo las escuelas adoctrinaban a sus hijos en ideologías radicales y antiestadounidenses, mientras bloqueaban deliberadamente la supervisión parental». El estilo del texto, una pieza de neoconservadurismo concentrado, recuerda al capítulo sobre la enseñanza de Las Fuerzas Armadas al pueblo oriental, la publicación triunfal de 1976 de la dictadura uruguaya. La orden da 90 días para establecer una estrategia que extirpe «la ideología de género», la «ideología discriminatoria de la equidad» y el «adoctrinamiento» de la educación. Para ello, se indica revisar los programas de financiamiento, los planes de estudio, los programas escolares, la formación de los docentes y hasta la normativa de contratos y licencias. En el plano propositivo, la orden instruye a organizar la «promoción de la educación patriótica». Para ello, se debe abordar la historia de Estados Unidos (la circular dice America) a partir de «un examen claro de cómo Estados Unidos se ha acercado admirablemente a sus nobles principios a lo largo de su historia», transmitiendo «el concepto de que la celebración de la grandeza y la historia de Estados Unidos es apropiada» y «el concepto de que el compromiso con las aspiraciones de Estados Unidos es beneficioso y está justificado». Justo cuando esas aspiraciones se vuelcan hacia los recursos naturales de Groenlandia y la soberanía de Panamá, México y Canadá.

Si bien la orden está dirigida a la educación preuniversitaria, sus efectos alcanzaron rápidamente a la educación superior. La National Science Foundation (NSF) congeló fondos de investigación y formación que ya habían sido asignados (muchos millones de dólares) para detectar, entre los proyectos financiados, aquellos que abordan los temas prohibidos: el cambio climático, la discriminación de género, los derechos humanos, las tecnologías amigables con el medioambiente, entre otros peligros o derroches. Cientos de proyectos de investigación que obtuvieron su financiamiento mediante los mecanismos académicos habituales se encuentran paralizados, y sus equipos, con incertidumbre respecto a la continuidad de su trabajo.3

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Me escribe un colega de una universidad de Nueva York. Está preocupado por la continuidad de nuestros proyectos y, sobre todo, por las persecuciones desatadas dentro y fuera de la universidad. Me cuenta que la dirección de su universidad, buscando «dar una señal», ha decidido cambiar la orientación de su programa de extensión con trabajadores rurales (la mayoría de ellos, migrantes centroamericanos), que ahora pasará a trabajar con los dueños de las fincas, centrado exclusivamente en sus necesidades tecnológicas. Por este cambio, Jenny, una colega que aprendió español para poder comunicarse mejor con los trabajadores rurales y formó un programa de extensión inspirado en Paulo Freire y las cooperativas agrícolas del movimiento afroestadounidense del delta del Misisipi, ha sido «incentivada a retirarse» cuando termine el semestre. El cambio de orientación se da justo cuando los federales y los agentes de inmigración hacen redadas en policlínicas, hospitales, iglesias, escuelas y otros lugares por donde circulan las personas que, hasta hace algunas semanas, encontraban en la universidad respaldo y contención. Dado su tipo de gobierno corporativo, las universidades tienen una gran capacidad de adaptación a costa de negarse a sí mismas en tanto lugares de creación científica y cultural autónoma.

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Luego de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos transformó su educación superior imbricándola a la industria y comprometiéndola con su expansión productiva y desarrollo tecnológico-militar.
A fuerza de fragmentación, competencia e incentivos, los académicos fueron perdiendo control sobre su propio trabajo y conciencia sobre el destino, usos y consecuencias de los resultados de sus investigaciones. La ideología de la neutralidad del conocimiento, la concepción economicista de la investigación y el management empresarial moldearon el nuevo modelo universitario, exportado como modelo global. Luego, la captación de la diversidad cultural planetaria, combinada con cuantiosos recursos y un marco de libertad académica, hizo su magia. Elizabeth Popp Berman señala que, para la década del 80, los directores de las universidades estadounidenses ya fundamentaban –de forma generalizada– la importancia de la ciencia en términos de su capacidad para producir conocimientos con valor en el mercado. Cita un discurso de 1985 de Robert Rosenzweig, presidente de la Association of American Universities: «Es necesario afrontar los hechos. La principal vía para el uso público [del conocimiento] en este país es el comercio; el lucro es el motor que mueve la maquinaria del comercio; y la propiedad, o al menos el uso exclusivo, es un instrumento crítico del beneficio. Esta lógica se aplica tanto a los productos de la mente como a otras formas de propiedad».4 En esta cita, el comienzo importa tanto como lo demás. «Es necesario afrontar los hechos» es la apelación cruda del realismo neoliberal que viene a cortar con tanta dulzura. Ahora, la deriva neofascista en curso amenaza con marginar a una condición ornamental a las liberal arts y empujar a los sótanos de las universidades al pensamiento crítico. Hace unos años, el filósofo Bifo Berardi advertía con alarma: «En la transformación neoliberal del sistema educativo se encuentra el peligro definitivo para la desertificación final del futuro de la humanidad. Si se continúa en el camino de la separación de la formación técnica y la educación crítica, cuando lleguemos a la segunda generación del cerebro social ya no quedará ningún rastro de autoconciencia autónoma, el legado de la cultura moderna se verá reducido a vestigios para anticuarios, y el general intellect habrá sido subyugado para siempre».5

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En un artículo reciente, Adam Tooze retoma el término escolasticidio, utilizado originalmente por Karma Nabulsi en 2009 para referirse a los ataques del Ejército israelí contra la infraestructura educativa en Gaza. Toda política imperial conlleva una política cultural que destruye o reprime las diferentes expresiones de la cultura autóctona, al tiempo que las resistencias al dominio colonial preservan y recrean en los márgenes las prácticas culturales perseguidas. Tooze repasa los escolasticidios del Imperio romano y el Tercer Reich nazi, y las resistencias que preservaron para la humanidad parte de las culturas perseguidas. En el presente, observa Tooze, asistimos a dos grandes escolasticidios. En Sudán, donde la guerra ha desplazado a más de 10 millones de personas, un gran número de universidades (el 70 por ciento en algunas ciudades) han sido ocupadas por los Ejércitos. En Gaza, instituciones educativas, educadores y científicos son un objetivo específico del Ejército de Israel. La Universidad de Al Israa fue completamente destruida, luego de ser usada como base militar de la ocupación israelí. La misma suerte corrieron muchas escuelas y centros educativos. Tooze comenta el placer triunfal con que un soldado israelí, parado en los escombros de la Universidad de Al Azhar, graba un video para redes sociales: «A los que dicen que por qué no hay educación en Gaza: les bombardeamos… Qué pena, ya no serán ingenieros». En el mismo artículo, se recogen las palabras del Dr. Ahmed Alhussaina, vicepresidente de la destruida Universidad de Al Israa: «Teníamos un museo que [albergaba piezas] de muchos coleccionistas y gente corriente de Gaza. Teníamos 3 mil objetos e íbamos a abrirlo al público; estábamos a punto de terminar el edificio. El pequeño edificio contiguo al principal también fue destruido y saqueado. Desaparecieron más de 3 mil objetos de la época preislámica, del Imperio romano y de toda la historia de Palestina. Teníamos historia antigua, teníamos historia moderna reciente, y todo eso ha desaparecido. No queda nada. Lo saquearon antes de destruirlo, y luego pusieron trampas en el edificio. La propaganda dice que “gente sin tierra vino a una tierra sin gente”. Es decir, dicen que no existía tal cosa como Palestina, y esto lo desafía, y creo que esa es una de las principales razones por las que atacan este tipo de cosas. Arrancan árboles. Arrancan incluso cementerios. Arrancan iglesias; la tercera iglesia más antigua de Palestina fue bombardeada. Todas las universidades fueron golpeadas de alguna manera. Algunas parcialmente dañadas, otras totalmente destruidas. La mayoría de las escuelas desaparecieron. Mezquitas, hospitales, centros médicos. La biblioteca más antigua, la de la ciudad de Gaza, también fue destruida. ¿Qué más se puede explicar? Es lo que es. Es la destrucción de todo lo palestino. Quieren que Gaza sea inhabitable y quieren destruir su historia».6

El 29 de enero, el gobierno de Trump emitió una circular que ordena a las universidades informar sobre la participación de personal o estudiantes extranjeros en manifestaciones en solidaridad con Palestina, para determinar su expulsión del país.7 Desde octubre de 2023, las universidades estadounidenses han sido epicentros de la movilización en denuncia del genocidio en Gaza. El Tercer Reich en la torre de marfil es el título de un libro de Stephen Norwood que documenta el apoyo a la causa nazi en importantes universidades estadounidenses durante la década del 30. En un tiempo en que la persecución del régimen nazi hacia los judíos ya estaba documentada y era denunciada en ámbitos académicos, periodísticos y políticos, las direcciones de universidades prestigiosas como Columbia y Harvard mantenían relaciones amistosas con el gobierno alemán, incluyendo intercambios y reconocimientos. Norwood narra el caso de Robert Burke, estudiante del Columbia College, expulsado de la universidad por participar de una manifestación antinazi en el campus, que incluyó un simulacro de quema de libros.8 Las universidades cuyas direcciones apoyan o justifican el genocidio en Gaza y persiguen a los estudiantes que protestan escriben hoy el segundo tomo del libro de Norwood.

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En Argentina, el gobierno de Javier Milei desató, apenas asumir, una virulenta ofensiva propagandística y presupuestal contra las universidades y el sistema científico. La retórica neorreaccionaria del «adoctrinamiento ideológico»,
el desprecio de todas las áreas del conocimiento y la cultura que no tengan una correlación mercantil inmediata, y la ortodoxia económica ultraliberal se sintetizaron en una política antiuniversitaria radical. El recorte presupuestal puso en riesgo la apertura de las universidades en abril de 2024. Por estos días, el gobierno de Milei prepara un decreto de reestructura del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (más conocido por su sigla, Conicet) que consolidaría recortes presupuestales, reduciría el número de ingresos a la carrera de investigación y desmantelaría la institucionalidad científica, trasladando a las provincias algunas potestades. Hay quienes temen que también se suprima el área de ciencias sociales y humanas del organismo. La ciencia, la educación y la cultura son para Milei un gasto inútil a recortar (para él, todo eso debería ser privatizado) y un ámbito de reproducción de «zurdos hijos de puta», como los llamó en su comentada defensa del saludo nazi de Elon Musk. En este punto, Milei parece seguir al ultraliberal conspiranoico Curtis Yarvin, quien –según recoge Pablo Stefanoni– sostiene que, en la actualidad, «separar a la Iglesia del Estado debería consistir en separar a Harvard o Stanford del Estado, porque ahí es donde se está creando la verdad que luego se impone a la opinión pública a través de los medios, en Estados Unidos y más allá».9 El hecho de que Yarvin pase por alto que tanto Harvard como Stanford son universidades privadas muestra hasta qué punto la ultraderecha contemporánea desapega discurso y realidad.

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Diego Sztulwark advierte que la tan mentada «batalla cultural» de la ultraderecha, además de su función de estigmatizar y aislar las ideas y las organizaciones de izquierda, hace un desplazamiento del foco que, al centrarse en lo que llama cultural, deja fuera de la atención la violenta «batalla económica» en curso. Esa que tiene cada vez menos ganadores, que son cada vez más poderosos, a costa de exacerbar la explotación social y el deterioro ambiental a escala planetaria. La respuesta, dice Sztulwark, no debería reproducir (mantener) la disociación entre economía y cultura, en versiones culturalistas y melancólicas de la crítica, sino desplegar «prácticas de cultura» arraigadas en las «prácticas materiales de vida».10 Aquí hay tema para un debate educativo. 

  1. Puede consultarse en la web de la Casa Blanca. ↩︎
  2. Ídem. ↩︎
  3. Véase «NSF starts vetting all grants to comply with Trump’s orders», Science, 30-I-25. ↩︎
  4. Elizabeth Popp Berman, Creating the market university. How academic science became an economic engine, Princeton University Press, 2012. ↩︎
  5. Bifo Berardi, Futurabilidad. La era de la impotencia y el horizonte de posibilidad, Caja Negra, 2019. ↩︎
  6. Adam Tooze, «Scholasticides», Chartbook, 28-I-25. ↩︎
  7. Puede consultarse en la web de la Casa Blanca. ↩︎
  8. Stephen Norwood, The Third Reich in the Ivory Tower: Complicity and Conflict on American Campuses, Cambridge University Press, 2011. ↩︎
  9. Pablo Stefanoni, «¿Libertad sin democracia? Distopías neorreaccionarias que recorren el mundo», Nueva Sociedad, n.º 315, enero-febrero 2025. ↩︎
  10. Diego Sztulwark, «Antifascismo», Página 12, 4-II-25. ↩︎

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