GRUPO DE CHOQUE
Fiel a su estilo pugnaz, Donald Trump ha dedicado las primeras dos semanas después de su reelección como presidente de Estados Unidos a espantar a sus adversarios con designaciones de candidatos excéntricos, extremistas o simplemente irritantes para puestos en su gabinete o al frente de agencias del gobierno federal.
Estas designaciones requieren aprobación del Senado, en el que, a partir de enero, el trumpismo tendrá mayoría, pero, impaciente, el caudillo ha exigido que los senadores otorguen la venia anticipada y sin audiencias bajo la regla parlamentaria de aprobaciones durante el receso legislativo.
Casi cada uno y cada una de quienes hasta ahora han recibido el espaldarazo de Trump trae una historia entre pintoresca y picaresca, o una ausencia incolora de experiencia en las áreas ministeriales que el líder les ha asignado. La treintena de hombres y mujeres postulados tiene, eso sí, una característica compartida: el vasallaje a Trump y el escarceo por desmantelar el gobierno federal en lo que les sea posible, incluidos la liquidación de regulaciones de protección ambiental, las políticas de energías alternativas, el debilitamiento de las leyes laborales y, en el plano internacional, el repliegue de Estados Unidos con abandono, a su suerte, de aliados para una autarquía en la que la norma será America first.
Vasta es la agenda de la revolución derechista que Trump promete y, en algunos aspectos, la mera mención de las intenciones preocupa a socios y adversarios dentro y fuera del país.
PROTECCIONISMO
Ya durante su primer mandato
(2017-2021), Trump impuso tarifas a las importaciones de numerosos productos, especialmente las de China, que es, después de Canadá y México, el tercer socio comercial de Estados Unidos. El gobierno del demócrata Joe Biden mantuvo las tarifas, y ahora Trump promete que asestará nuevas tarifas de hasta un 20 por ciento a las importaciones, que podrían llegar a un 60 por ciento en el caso de los productos provenientes de China.
Hace justo 30 años que, con gran alharaca de los promotores y gemidos de los trabajadores, se estrenó el llamado NAFTA (siglas en inglés para el tratado de comercio libre pactado entre los tres países de América del Norte). A ello le siguieron decenas de tratados de «comercio libre» entre países y regiones de todo el mundo. Los sindicatos de los países más ricos advirtieron de la pérdida de empleos con la mudanza de las empresas a países pobres con mano de obra más barata y donde no operan las reglas de salud laboral o la defensa de los recursos naturales. Ni modo, la globalización avanzó arrolladora, con sus historias de maquiladoras, devastación forestal, contaminación de las tierras, desplazamiento de indígenas, erosión de tradiciones y culturas, insulto a las convenciones y atomización de las familias, y su cara bonita: productos en volúmenes gigantescos y a precios bajos.
Ahora Trump promete que su política proteccionista estimulará a las empresas a un retorno a la producción en Estados Unidos. No queda muy claro de dónde saldrán los millones de trabajadores que ocuparán las fábricas cuando la política migratoria del futuro presidente complete las redadas y las deportaciones más grandes de la historia. Según la Oficina de Estadísticas Laborales, el empleo de trabajadores mayores de
65 años de edad ha crecido un
117 por ciento en dos décadas. La fuente de nuevos trabajadores jóvenes está, al igual que el crecimiento de la población, cada vez más vinculada al arribo de inmigrantes.
El retorno del proteccionismo –una política comercial probada en muchos países y muchas veces– preocupa a los economistas, los analistas y las industrias, que advierten que las tarifas generalizadas podrían hacer más costosa la producción y ello impactaría los precios que pagan los consumidores. Tales aumentos, si ocurren, se verán temprano en las cadenas de tiendas estilo Walmart y golpearán duro precisamente al contingente de votantes que más respaldo dio al ex y futuro presidente.
Trump eligió al milmillonario y apostador en el casino financiero Howard Lutnick como su futuro secretario de Comercio. Lutnick apoya fervorosamente la política de Trump, incluidas las tarifas, los recortes de impuestos y la promoción de las criptomonedas. Como secretario de Comercio, Lutnick tendrá bajo su jurisdicción la Oficina de Comercio Exterior, con la que lidian todos los socios comerciales de Estados Unidos. Durante un acto de la campaña de Trump en Madison Square Garden, Lutnick describió su idea para la transformación de la economía de Estados Unidos con un retorno al 1900. «¿Cuándo Estados Unidos fue grandioso? Al comienzo del siglo pasado, nuestra economía era formidable. No teníamos impuestos al ingreso y todo lo que teníamos eran tarifas.»
INCERTIDUMBRES
La industria alimenticia de Estados Unidos mueve unos 1,5 billones de dólares anuales y se sustenta en la agricultura más productiva del planeta, que, a su vez, tiene la ayudita de unos 10.000 millones de dólares anuales en subsidios agropecuarios.
Trump designó como su futuro secretario de Salud y Servicios Humanos (HHS, por sus siglas en inglés) a Robert F. Kennedy júnior (hijo del senador Robert F. Kennedy, asesinado en 1968). Este Kennedy es un adversario de las vacunas y tiene ideas raras, como la de que el virus covid-19 fue configurado para atacar a blancos y negros, pero no a los judíos asquenazíes o a los chinos.
Entre las agencias federales que dependen de la HHS se encuentra la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés), y ocurre que Kennedy comparte algunas opiniones que otrora fueron banderas de la izquierda. Tiempos hubo en que los militantes arremetían contra Monsanto, con su monopolio de semillas y sus organismos modificados genéticamente. Kennedy ha abogado, además, por la prohibición de cientos de compuestos químicos que se añaden a los alimentos procesados y quiere quitarlos de los menús escolares con la meta de reducir la incidencia de las enfermedades crónicas relacionadas con la dieta, como la diabetes. Según él, el departamento de la FDA que tiene a su cargo las etiquetas de nutrición en los alimentos «tiene que desaparecer. No están haciendo su trabajo. No protegen a nuestros niños».
Para susto de los agricultores, Kennedy ha propuesto una revisión del uso de pesticidas y, para el de las empresas farmacéuticas, ha criticado medicamentos, como el Ozempic, muy popular en estos días, que se promueven para la pérdida de peso. En un país donde el primer recurso de los médicos es la receta de alguna píldora, Kennedy ha indicado que la mitad de los presupuestos de investigación de los Institutos Nacionales de Salud debería canalizarse a la prevención y la medicina alternativa.
NOSOTROS PRIMERO
Desde la ilusión de la Liga de las Naciones, germinada hace un siglo por el entonces presidente Woodrow Wilson y sustituida en 1946 por las Naciones Unidas, la política exterior de Estados Unidos ha bregado por la protección de sus intereses mediante alianzas, coaliciones, organizaciones supranacionales y una presencia militar global que hoy cuenta con unos 170 mil soldados distribuidos en todos los continentes.
Trump designó como futuro encargado del Pentágono al veterano del Ejército y comentarista conservador de la cadena FOX Pete Hegseth, quien, entre otras virtudes trumpianas, comparte la opinión de que los hombres, y no las mujeres, tienen el impulso innato de combatir como prueba de su fuerza.
Hegseth coincide con la visión de Trump según la cual los otros miembros de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) no pagan lo suficiente por el manto de protección que Estados Unidos les ha dado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Los aliados europeos son, en opinión de este caballero, «naciones impotentes, que se creen moralmente superiores y que esperan que nosotros honremos acuerdos de defensa unilaterales y anticuados a los que ellas no se atienen».
La preocupación principal de Hegseth, al menos por lo que ha hablado mucho en la televisión, no está enfocada tanto en los enemigos externos de Estados Unidos como en la «feminización» y las «medidas políticamente correctas» introducidas en las fuerzas armadas en las últimas dos décadas, y que permiten el servicio militar de homosexuales, castigan el acoso sexual e instilan en los y las uniformadas normas de respeto hacia las minorías raciales, étnicas o religiosas.
Hegseth, que sostiene que la izquierda es «el enemigo interno» de la nación, ha expresado menosprecio por las leyes y los tratados que limitan el comportamiento en el campo de batalla, por ejemplo, en el tratamiento de los prisioneros. En algo es coherente Hegseth: ha propuesto que al Departamento de Defensa se le devuelva su nombre original, el Departamento de Guerra.
El candidato elegido por Trump para dirigir un ministerio con más de 2,9 millones de empleados tiene poca tolerancia a los cuestionamientos morales acerca de la guerra. En relación con los tripulantes estadounidenses que descargaron dos bombas atómicas sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial, Hegseth ha indicado que «ellos ganaron. ¿A quién le importa?».