Dos años después - Semanario Brecha
Negacionismo y humanismo sin política

Dos años después

opinion

Dos años atrás, numerosos gazatíes salieron de la cárcel a cielo abierto que es Gaza y llegaron hasta los kibutz edificados sobre las ruinas de las últimas aldeas palestinas arrasadas en 1948. La incursión gazatí fuera de los límites asignados por el Estado ocupante buscaba, notoriamente, hacer prisioneros israelíes canjeables por algunos de los miles de palestinos que permanecen en las cárceles de Israel. Como moneda de cambio, también buscaron cautivos en un fin de fiesta tecno que había habido en el desierto durante la noche, no lejos de las fortificaciones que separan a israelíes y gazatíes. Transcurridos dos años de imágenes y de cifras difíciles de tolerar, comentaré algunas opiniones que circulan desde entonces.

(1) Durante meses, se negaba que se estuviera ante un genocidio, incluso ante una masacre de población civil. Los bombardeos a hospitales, escuelas, universidades, viviendas y mezquitas gazatíes eran simplemente negados o ignorados, como simples embustes o exageraciones.

Hoy, esto se revirtió y pocos se animan a negar el genocidio. Sin embargo, la vieja negación se reformuló en algo así como: «Habiendo tantos genocidios pasados y en curso, ¿por qué darle corte justo a este? ¿Por qué andar haciendo el ridículo en Montevideo con banderitas palestinas, condoliéndose de esos niños destripados y no de otros igualmente despanzurrados? ¿No será que quienes hoy se manifiestan por Palestina, en redes sociales o en calles, son unos ingenuos manipulados por la extrema mediatización de “este” genocidio y por el ancestral odio al judío?».

Esta tentativa de igualación de la infamia (si no se llora por todos los genocidios, no debe llorarse por uno en particular) tiene varios puntos ciegos. Por ejemplo, desconoce que en Palestina los genocidas de hoy son quienes hacen culto memorístico del genocidio padecido por sus mayores. Quienes crecimos con el hollywoodiano sargento Sanders dando pelea al ejército nazi y con la advertencia brechtiana sobre la inalterada «fecundidad del vientre de donde surgió la bestia inmunda», ¿cómo no conmovernos con el vuelco histórico, con la usurpación de la memoria de los mayores, con el tráfico de la condición de víctimas?

Por otra parte, la América hispánica, la que fue colonia española y habla español, no disimula que acarrea una memoria grecoromana y también una judeo-cristiana-musulmana, nacida durante siete siglos de convivencia estrecha. Y no solo sucede que los bíblicos (hebreos) Miguel, Daniel, Gabriel y Rafael campean en el ámbito hispánico junto con serafines y querubines, sino que también pasa que nuestro idioma registra más de 4 mil palabras árabes, palabras tan imprescindibles como albañil, rambla, albahaca, alcohol, azúcar, álgebra, cero, por no decir nada de la irreductible ojalá, que en su final deja oír a Allah. Poca casualidad es que en los albores de la lengua española esté el poema del Mio Cid Campeador, héroe castellano que en el núcleo de su admirativo apodo lleva una palabra árabe (cid, sidi: señor), marca indeleble de sus alianzas y batallas con los musulmanes ibéricos. Poco casual también es que, en el centro político de Montevideo, campee un David, con su honda al hombro, tal como Miguel Ángel imaginó al rey hebreo, antepasado de Jesús, retomado por el Corán en la figura de Dawud, otro rey sabio.

(2) En otro plano, también muy concurrido, reside el comentario que solo puede o solo quiere considerar la dimensión humanitaria del genocidio, suspendiendo cualquier análisis que, yendo más allá de los diagnósticos psiquiátricos (Netanyahu psicópata, sociópata, perverso), proponga una contextualización, un marco histórico, una genealogía de los crímenes. Reparar exclusivamente en la dimensión humanitaria y silenciar el conflicto político suele sostenerse en dos razones: (a) la situación es muy compleja, para nosotros, simples uruguayos, es imposible entenderla, entre otras cosas porque somos laicos, y allá son todos fanáticos religiosos («es un conflicto entre sunitas y chiitas», esclareció Orsi),1 así que nos condolemos mucho, pero no entendemos y, sobre todo, estamos seguros de que nadie entiende nada, por lo que nadie debería estar hablando de lo que no entiende; (b) la situación es muy simple: unos y otros se matan, pero son lo mismo: unos radicales, fanáticos; así que, pobre gente, nos condolemos, pero a mí no me engrupen (más).

Es de sospechar que, en realidad, (a) sea una versión hipócrita de (b): quien esgrime el tentequieto de «lo complejo del tema» cree conocer esa complejidad, finalmente muy simple: unos y otros «contendientes» son lo mismo. La opinión según la cual los grupos de resistencia palestina a la ocupación y las fuerzas ocupantes israelíes son «lo mismo» se asienta en una arraigada tradición, la llamada teoría de los dos demonios, de comprobada eficacia en Uruguay.

Hoy, el futuro de los palestinos parece enajenado entre las manos imperiales. Conviene entonces recordar el derecho básico: el derecho de los pueblos colonizados a sublevarse.

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