El este de Kentucky es tierra de cumbres y valles. Buena parte de la población reside en caseríos a lo largo de las rutas que culebrean entre los montes Apalaches. Antes del amanecer del jueves 27 de julio, el Servicio Meteorológico Nacional emitió una advertencia urgente de inundaciones repentinas tras algunas horas de lluvia torrencial. En muchos hogares la única forma en que tal aviso podría llamar la atención es por la alerta de emergencia en los celulares, los que mucha gente apaga por la noche.
La región había estado por varios días bajo un frente meteorológico estacionario, con tormentas repetidas que descargaron, a veces, más de 100 milímetros por hora. A partir de aquel jueves las precipitaciones acumularon de 355 a 400 milímetros en un período de cinco días. Los datos del Servicio Geológico indican que el torrente del afluente North Fork del río Kentucky alcanzó a la altura de Jacksonville su nivel más alto en 95 años.
Ni las lluvias ni la topografía abrupta son nuevas en Kentucky, donde buena parte de la infraestructura para la remoción del agua de tormenta se construyó en las décadas de 1970, 1960 y aun antes. «La diferencia es que las tormentas traen ahora lluvia con mucho más vigor e intensidad que hace medio siglo», explicó a la cadena ABC Chris Barton, profesor de hidrología y manejo forestal en la Universidad de Kentucky.
Oliver Wing, investigador de hidrología y riesgos de inundación en la Universidad de Bristol, indicó que gran parte del riesgo histórico y actual de las inundaciones en Estados Unidos ha recaído en las comunidades pobres del sur y a lo largo de la costa del golfo de México y el Atlántico. Las comunidades de bajos ingresos tienden a sufrir más daños por las inundaciones porque son más propensas a residir en terrenos bajos, tienen menos recursos para lidiar con los desastres y más dificultades para obtener ayudas tras el diluvio.
Un estudio encabezado por Wing y publicado en Nature calcula que el costo anual de las inundaciones agravadas por el cambio climático podría aumentar un 26 por ciento hacia 2050 y alcanzar 40.600 millones de dólares.
EL OESTE EN LLAMAS
En lo que va del año se han registrado en Estados Unidos 39.767 incendios forestales mayores, que han calcinado bosques y pasturas sobre casi 24 mil quilómetros cuadrados, una superficie similar a la de los departamentos de Tacuarembó y Rivera combinados.
De enero a agosto de 2021, el Centro Nacional de Incendios registró 38.207 incendios mayores sobre 13.192 quilómetros cuadrados, y en el período similar de 2020 contó 32.563 de tales quemas, que arrasaron 8.865 quilómetros cuadrados.
Este miércoles, en 15 estados ardían 62 de estos incendios, que han arrasado ya 6.581 quilómetros cuadrados y mantienen ocupados a casi 10 mil bomberos y cuadrillas de apoyo. Tan solo en California los primeros siete meses del año hubo casi 5 mil incendios sobre 595 quilómetros cuadrados. El que alcanzó más publicidad hace un par de semanas fue el denominado Oak, en el Condado Mariposa, que quemó casi 78 quilómetros cuadrados en las laderas de la sierra Nevada y amenazó un bosque de secuoyas centenarias.
Los incendios en los grandes bosques no son cosa nueva, han ocurrido por miles de años y son parte del ciclo de vida de las forestas. Pero Jennifer Balch, del Laboratorio de la Tierra en la Universidad de Colorado, indica que se ha observado un aumento a más del doble de incendios desde los noventa y «sabemos que ello está vinculado directamente con cuánto más cálido es el clima ahora que en 1990». «Calculamos que más de 1 millón de viviendas en un período de dos décadas quedarán dentro de los perímetros de incendio y más de 50 millones de viviendas estarán a menos de 1 quilómetro de esas áreas», añadió.
La temporada de incendios forestales es ahora casi dos veces y media más larga de lo que era en la década del 70, y Cathy Whitlock, paleoecóloga de la Universidad Estatal de Montana, calcula que el 95 por ciento de ese incremento es resultado del cambio climático. «Con inviernos más templados hay menos acumulación de nieve en las montañas», señaló. «La nieve se convierte en lluvia. Al fin del invierno la nieve se derrite más rápido y queda menos agua en las montañas a medida que marchamos al verano.»
EN LA SECA
La región centro-sur de Estados Unidos ha experimentado este año las temperaturas más altas y los calores más prolongados en décadas. La larga sequía del año pasado forzó al 40 por ciento de los rancheros a liquidar una porción de su ganado y este año ese porcentaje podría ser mayor. En la mayor parte de Texas y Oklahoma, donde no ha habido lluvias por más de dos meses, la sequía sigue matando las pasturas y agota los tanques y embalses.
David Anderson, profesor de economía y agronomía en Texas A&M, explicó a CBS News que esas condiciones fuerzan a los rancheros a vender parte de su ganado antes de las fechas normales y eso tiene un impacto tanto para los propios ganaderos como para los consumidores de carne. «Si tengo que vender mis vacas, no las tendré el año próximo para que me den terneros, de manera que estoy reduciendo el capital de mi estancia», señaló Anderson.
Cuando todavía quedan por delante siete semanas de verano, el mapa del Servicio Meteorológico Nacional (NWS, por sus siglas en inglés) pronostica, en diversas tonalidades de rojo, temperaturas de 40 grados Celsius en Dallas, 39 en Oklahoma City y Phoenix. Mucho más al norte, ciudades como Boise y Detroit marcan por encima de los 32 grados. La advertencia de NWS sobre calor excesivo y períodos prolongados de calor intenso se extiende hoy desde el sur de Texas, en la frontera con México, hasta partes de Connecticut y Maine, en el extremo noreste del país, en la frontera con Canadá.
LA POLÍTICA
En la última semana de julio, el jefe de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, de Nueva York, anunció que había llegado a un acuerdo con su correligionario de West Virginia, Joe Manchin, sobre un paquete legislativo que incluye ajustes tributarios que recaudarán 739.000 millones de dólares en una década y la inversión de 369.000 millones en el desarrollo de energías alternativas y programas para paliar el cambio climático.
El apoyo de Manchin fue una sorpresa, dado que el senador, proveniente de uno de los estados más pobres del país y más dependientes de la industria del carbón, lleva más de un año obstruyendo varias políticas del gobierno del presidente Joe Biden.
Pero todo ello estaba hasta el cierre de este número pendiente de la decisión, otra vez, de una sola persona en la bancada demócrata en el Senado. La aprobación de la ley requiere 50 votos y aunque, de alguna manera, Schumer persuadió a Manchin, falta arrear el apoyo de la senadora Kyrsten Sinema, demócrata de tendencia conservadora de Arizona, quien sigue leyendo con cuidado las 725 páginas del proyecto de ley.
Cuando faltan tres meses para las elecciones de medio término, las encuestas que miden la magra popularidad de Biden y la pobre imagen del Partido Demócrata sugieren que el Partido Republicano podría alcanzar la mayoría en la Cámara de Representantes y aun en el Senado. Y mientras el país arde por un costado, se quema por el otro y se agosta en el medio, los políticos hacen sus cálculos electorales en términos de meses.