¿Qué es un cuerpo? ¿Cómo se lee un cuerpo? ¿Qué tanto soporta un cuerpo? ¿Qué se hace con un cuerpo?
Aunque siempre presente en el imaginario cristiano occidental, el rol del cuerpo en la constitución de lo social continúa sin salir de la penumbra. Es que el cuerpo en sí aparece vinculado a un supuesto estado de naturaleza que se presenta como contrario a la necesidad de estructurar lo social con base en los valores de la razón. El cuerpo no es un puro dato de la biología: es un punto de anclaje de las más variadas representaciones. Y esas representaciones continuamente lo van reconstituyendo, rehaciendo y deshaciendo. Esto nos lleva a entender que la corporalidad es una construcción discursiva propia de cada época. Es naturaleza mediada por el efecto de prácticas culturales, históricas y sociales. Lo que el hombre pone en juego en el terreno de lo físico se origina en un conjunto de sistemas simbólicos. Del cuerpo nacen y se propagan las significaciones que constituyen la base de la existencia individual y colectiva. El cuerpo, así, no existe en estado natural, siempre está inserto en la trama del sentido. Queda ver, entonces, cuáles son los entretelones de esa trama, cómo se han manifestado en estos días en el discurso de algunos de los candidatos. Porque el sentido tiene que ver también con el encare político que cada uno de nosotros le da al cuerpo, a su libertad, a cómo ejerce su presencia en un campo atravesado por discursos confrontativos.
El caso de Guillermo Domenech, de Cabildo Abierto, da como para ilustrar memes de todo tipo. Sus últimas declaraciones son completamente afines a las que realiza Manini Ríos respecto de la tan mentada “ideología de género”. Vale recordar que ellos optan por usar la expresión “ideología” en su sentido marxista, como una estrategia consciente de la influencia del lenguaje en la formación de la opinión pública, a fin de denunciar el carácter ilusorio del término “género” en tanto construcción social. En este sentido, a la perspectiva de género, renombrada como “ideología de género”, se le atribuye la perversión interpretativa de promover los derechos humanos como herramientas para las reivindicaciones de las mujeres y de las minorías sexuales jugando a la confusión terminológica. En concreto, se critica que los derechos sexuales se empleen muchas veces para defender el “derecho” a la homosexualidad y que los derechos reproductivos nos remitan a un presunto derecho a la contracepción, adoptándose una interpretación desviada de la Declaración de Derechos Humanos, originaria del contexto ideológico liberal-radical y la lógica feminista. Este juego de distorsión intenta menoscabar las connotaciones positivas del término “género” (asociadas a la igualdad entre hombres y mujeres como valor) al tiempo que impone nuevas connotaciones negativas al asociarlo con el concepto de “ideología” que equiparan a “falsedad” (frente a su discurso “verdadero”). Y esto es lo que lleva a que se identifique el término “género” con lo que la derecha de la Iglesia Católica llama “una cultura de la muerte”.
Esta deformación semántica viene acompañada por una segunda estrategia clave: activar y promover el pánico moral frente a los avances en el reconocimiento de los derechos sexuales y contra el feminismo y el movimiento Lgtb. Sólo así se puede entender cómo Domenech puede emitir eso que, de continuar con el actual gobierno y su agenda, “en cualquier momento nos van a imponer una ley por la que la homosexualidad sea obligatoria”. Detrás de esa declaración está el miedo. Quizá un miedo a la no sumisión disciplinaria y heteronormativa de otros cuerpos, ya que Domenech –al igual que sus compañeros de fórmula– parecería pensar que sólo el modelo cuartelero puede restaurar un orden de armonía que parece haber existido en cierta época dorada. Intuyo que ese miedo, el de no aceptar la diferencia del otro, es el que también llevó a que se desmembraran o eliminaran otros cuerpos hasta no hace mucho en nuestra historia reciente.
Como los que se acabaron de encontrar hace poco en el Batallón número 13.