Los millonarios argentinos detrás de Milei y el shock económico: El indiscreto encanto de la burguesía - Semanario Brecha
Los millonarios argentinos detrás de Milei y el shock económico

El indiscreto encanto de la burguesía

Javier Milei. AFP, JUAN MABROMATA

Paolo Rocca lo dijo clarito una semana después de la segunda vuelta que consagró como presidente a Javier Milei. Frente a los ejecutivos con más de 25 años de carrera en el grupo Techint, a quienes invita a cenar cada fin de año para sobrevolar un negocio global que en 2023 facturó más de 40.000 millones de dólares, el magnate siderúrgico definió: «En Argentina tenemos grandes oportunidades en energía, en acero y en litio. Argentina nunca ha encontrado una senda de crecimiento sostenido para aprovechar esas oportunidades. Ahora se dio un proceso democrático, transparente, que refleja el cansancio y el hartazgo de la sociedad con una situación económica insostenible, con una degradación institucional que afecta todas las áreas del quehacer público, una hipertrofia del Estado que ha tenido injerencia en toda la estructura privada no solo de los negocios, sino también de las personas. Este hartazgo se reflejó en un cambio que es fuerte por su rechazo incluso cuando tiene gran incertidumbre a futuro. Yo personalmente comparto la esperanza que este cambio está generando. No sabemos si tendremos la capacidad de trabajar para que esto sea una vuelta a una senda del desarrollo sostenible en el tiempo, pero sabemos que lo que había no se podía sostener. Y ese fue el mensaje que llegó de todo el país. En este contexto, tenemos que comprometer la capacidad y la fuerza del grupo, de todos nosotros, para trabajar para que esto sea un cambio exitoso».

Pocos días más tarde, en una conferencia pública para los clientes del holding, Rocca se fotografió sonriente con Guillermo Francos y pidió un aplauso para el flamante ministro del Interior, un antiguo referente cavallista que conoció a Milei en la Corporación América de Eduardo Eurnekian y que representó al país ante el Banco Interamericano de Desarrollo durante casi todo el gobierno del Frente de Todos gracias a su amistad con el también cavallista Gustavo Beliz. La orden de colaborar en todo lo posible con la nueva gestión ya había sido impartida a los coroneles de la «T» en la cena.

Ese respaldo enfático a los recién llegados por parte del dueño de la mayor fortuna de Argentina, que comparte la cima del podio con Marcos Galperín –aunque figura como italiano en el ranking de Forbes–, se produjo en simultáneo al desembarco en la plana mayor de la petrolera YPF de media docena de hombres de Rocca, cuya propia petrolera (Tecpetrol) compite con la de mayoría estatal y logró destronarla el año pasado como la mayor productora de gas no convencional del país. Fue un temprano desaire de Milei a Mauricio Macri, que quería al frente de YPF a su incondicional multiuso Javier Iguacel. En su lugar fue designado Horacio Marín, vicepresidente de Exploración y Producción de Tecpetrol.

El conflicto de intereses se hizo evidente al muy poco tiempo, cuando la estadounidense Exxon avanzó con la venta de sus pozos e instalaciones que había anunciado meses antes. En el sector esperaban ofertas de Shell, Pampa Energía, Tecpetrol e YPF, pero nadie cree ahora que Marín vaya a pulsear seriamente con la petrolera que vio nacer en 1988 y a la que hizo crecer durante 35 años. Hay algo más sensible aún: como el fracking es todavía una técnica en desarrollo, lo que aprende cada compañía al perforar cada pozo (que cuesta millones de dólares) es parte de su activo. ¿Quién garantiza que la troupe de Rocca no vaya a vulnerar secretos de su principal competidora que puedan beneficiarlo en el futuro?

FANS DEL ROCKSTAR

El apoyo irrestricto manifestado por el zar del acero devenido petrolero se expresó con el mismo tenor en los tres comunicados que publicó la Asociación Empresaria Argentina desde el balotaje, todo un récord de entusiasmo para el club de potentados nacido al calor del crac de 2001 para imponer sus condiciones a la salida de la convertibilidad. El primero fue una felicitación «con gran satisfacción» por el triunfo, el segundo se tituló «Una oportunidad histórica» y el tercero (tras la aprobación en general de la ley ómnibus en Diputados), «Un paso adelante». En el segundo y más extenso, redactado en su almuerzo-asamblea anual y firmado por apellidos como Pagani, Magnetto, Bagó, Coto, Miguens, Braun, Pérez Companc, Grimoldi, Elsztain, Argüelles, Migoya y Galperín, se valora «muy especialmente que el gobierno se disponga a tomar medidas que permitan el más pleno desarrollo del sector privado, sometido por años a injerencias estatales indebidas, a controles de precios, a una elevadísima presión tributaria, a restricciones arbitrarias en materia de comercio exterior y a amenazas como la Ley de Abastecimiento».

Las demás cámaras patronales tampoco escatimaron elogios. La Sociedad Rural, por ejemplo, le anticipó al gobierno en su salutación que «contará con el apoyo del campo, porque ahora se abre una gran oportunidad para trabajar juntos para hacer un cambio radical en las políticas actuales». Incluso la Cámara Argentina de la Construcción, el consorcio de contratistas de obra pública al que Milei se refirió con sorna más de una vez en campaña como «Cámara Argentina de la Corrupción», se puso a su disposición «para trabajar de manera conjunta en el desarrollo del país, con la mirada puesta en el futuro».

Sería de un mecanicismo ramplón inferir que un apoyo tan generalizado solo surge de la expectativa de ganancias, presentes o futuras. Los balances corporativos también desmienten la correlación entre dividendos y simpatías políticas.

La fascinación de los patrones alfa de Argentina por Milei conecta con las pasiones que levantó su victoria entre magnates de todo el planeta, como Elon Musk, Steve Forbes o Donald Trump, pero no solo entre ellos. Millonarios de toda Europa –incluso varios que se autoperciben socialdemócratas y reniegan de las ultraderechas de sus respectivos países– colmaron el salón del Foro Económico Mundial de Davos donde se presentó en enero. Aunque ciertos divagues y referencias a viejas teorías ultramarginales sorprendieron a algunos habitués, su irrupción eclipsó sin dificultades a otros invitados más poderosos, como Emmanuel Macron, Kristalina Georgieva, Antony Blinken o Volodímir Zelenski. No exagera Milei cuando dice que en sus primeras salidas del país se sintió como un rockstar.

¿A quiénes enamora más la inflamada retórica anarcocapitalista del desaliñado excalculista de Eurnekian? Por un lado, en el pueblo, a los antiguos beneficiarios de la redistribución progresiva que los dispositivos del Estado de bienestar supieron garantizar en todo Occidente mientras duró la Guerra Fría, y en Argentina al menos hasta la dictadura. De esos defraudados vino el envión histórico que lo llevó al sillón de Rivadavia. Pero, al mismo tiempo, cautiva a una élite que toleró ese Estado de bienestar como una costosa y molesta concesión al pueblo para evitar estallidos de rabia callejera o rebeliones deliberadas contra el statu quo. Conscientes de cómo se inclinó la cancha a su favor tras la crisis de 2008, que representó un salto de calidad en el proceso de concentración de la riqueza abierto por la revolución conservadora de los setenta (Reagan-Thatcher), los dueños de todo decidieron ir por más. El capitalismo de plataformas les garantizó un despliegue global inédito, una penetración social capilar y una profundidad financiera sin límites. Y la pandemia les regaló una nueva cepa de propagandistas anti-Estado que puede ahorrarles más dólares en impuestos que los contadores y los abogados que construyeron durante las mismas cinco décadas la tupida trama offshore de sus empresas.

Pero estructuralmente, además de un costo, la élite económica ve en el Estado a un adversario político en la disputa por el control del proceso productivo y el metabolismo mismo de la sociedad. Así puede decodificarse también la «hipertrofia» que denuncia Rocca. Especialistas como Thomas Piketty y Branko Milanović vienen advirtiendo desde hace una década que, si el Estado no interrumpe con acciones decididas la vertiginosa carrera actual hacia la concentración de ingresos y riqueza en cada vez menos manos, los superricos no solo van a controlar los resortes de poder de las democracias occidentales –como ya lo hacen–, sino que van a terminar por enterrarlas como forma de gobierno, ante la creciente resistencia que generarán sus privilegios y el descrédito en que se sumirá la ficción de que somos «iguales ante la ley» independientemente de nuestro patrimonio.

KALECKI NOT DEAD

El presidente de la Cámara de la Construcción, Gustavo Weiss, declaró el 1 de febrero la emergencia del sector y advirtió por escrito que «los despidos masivos, la reducción a la mitad o menos de las plantillas de personal, la quiebra de un sinnúmero de empresas constructoras y la de sus proveedores es inminente». Aclaró también que las empresas del rubro «no pueden soportar más que unas pocas semanas en estas condiciones» sin un centavo para las obras ya en marcha ni nuevas licitaciones para comenzar otras. Acto seguido, se subió a un avión para acompañar a Milei al Vaticano y nutrir con su presencia el respaldo corporativo que exhibió ahí el minarquista.

¿Cómo se explica tal contradicción entre intereses y acción política? ¿Por qué una fracción del capital amenazada con su propia extinción acompañaría un proyecto que no la incluye? ¿Qué empresario bajaría la persiana y echaría a sus empleados aplaudiendo el modelo que lo empuja a hacerlo? Un economista polaco marxista poco conocido, Michał Kalecki, que llegó a conclusiones similares a las de John M. Keynes varios años antes que él, ayuda a responder esas preguntas. En su ensayo Aspectos políticos del pleno empleo (1943), sostiene que «el pleno empleo provocaría cambios sociales y políticos que darían un nuevo impulso a la oposición de los empresarios», porque «el despido dejaría de cumplir su función como medida disciplinaria» y, consecuentemente, «la posición social del patrón se vería socavada y la seguridad en sí misma y la conciencia de clase de la clase trabajadora crecerían».

Kalecki descubrió que «los líderes empresariales aprecian más la “disciplina en las fábricas” y la “estabilidad política” que las ganancias» y que «su instinto de clase les dice que el pleno empleo duradero no es sólido desde su punto de vista y que el desempleo es una parte integral del sistema capitalista “normal”». Aun si el Estado acude solícito al rescate del capital en momentos de crisis, como lo mostraron la pandemia y antes el colapso hipotecario de 2008, el efecto disciplinador del desempleo es irreemplazable para mantener inclinada la cancha en la que se dirime la lucha de clases.

Un confeccionista exitoso que produce ropa de primera marca en talleres propios y de terceros, que votó por Sergio Massa en el balotaje y que pide anonimato para opinar, sostiene que la ola de despidos de este año va a ser muy eficaz en ese sentido. «Va a ser impresionante porque además esta vez no va a estar el amortiguador de las indemnizaciones. El que se va se va a ir a la casa. Si gana 300 lucas por mes, no se va a llevar una guita para poner un parripollo ni un remís ni la cancha de pádel, como en los noventa. Va a ser muy duro.» Según Adrián Mercado, dueño de la inmobiliaria y casa de subastas homónima, es algo que empezó apenas asumió Milei. En dos meses, a sus oficinas llamó en promedio una pyme por día para tasar sus máquinas y ponerlas en venta.

La medida más importante del gobierno naciente, casi lo único relevante que cambió de cuajo Milei, fue la devaluación del peso. Se trata de la segunda más pronunciada de la historia después de la de 2002. Una transferencia masiva de recursos del trabajo al capital que empujó súbitamente al 10 por ciento de la población a la pobreza y que afectó a todo aquel que vive de un ingreso fijo. El capital se benefició como clase, los dueños de un patrimonio en dólares o de un ingreso dolarizado de una u otra manera ganaron lo que todos los demás (jubilados, empleados estatales, privados, changarines y buscas) perdieron.

Claro que dentro del bloque ganador hay matices y contradicciones que pueden estallar. No hay todavía, diría Gramsci, una hegemonía definida ni estable. A medida que la recesión autoinfligida superponga al empobrecimiento una ola de despidos masiva, y a medida que los aumentos de tarifas de servicios y el realineamiento de precios relativos redibujen el mapa de ganadores y perdedores, la tesis de Kalecki puede verse desafiada por la siempre imprevisible dinámica argentina.

NO TAN VERDES

Cristina Kirchner –todavía la máxima referente de un peronismo en estado de shock que se aferra a la unidad más por espanto que por amor– cree que la dolarización puede producir en algún momento un quiebre en el bloque empresarial que respalda a Milei. Algo parecido al cisma que dividió al establishment criollo entre 1998 y 2001 entre devaluadores y dolarizadores, con la industria y el campo de un lado, y la banca y las privatizadas de servicios públicos del otro. Pero no tiene demasiada confianza en que eso vaya a ocurrir pronto. Ni siquiera se tomó el trabajo, según pudo confirmar Crisis, de intentar sondear u organizar a sus eventuales aliados en esa disputa. Los magnates, opina, priorizarán sostener en el poder al primer presidente de la historia de la democracia que los define como «benefactores sociales», justo en el momento en que sus intereses parecen más desligados de la suerte de las comunidades que los rodean.

Los investigadores Eduardo Basualdo y Pablo Manzanelli (Flacso-CIFRA) agregan otro factor que puede aglutinar al bloque patronal detrás de Milei para que su motosierra avance contra todo vestigio de acción redistributiva del Estado, más allá de las contradicciones intersectoriales. «Los conflictos del nuevo siglo dan lugar a una exacerbación de la demanda de energía, minerales y alimentos que son los bienes primarios con que cuenta el país, ya que tradicionalmente es uno de los grandes productores de alimentos. A ello se le une en la actualidad la potencialidad del yacimiento no convencional de Vaca Muerta y la producción de litio y otros minerales. Estas son las actividades en que los sectores dominantes perciben una situación virtuosa para llevar a cabo un proceso de acumulación ampliada de capital, sustentada en el saqueo de los productos primarios y el consiguiente ocaso de los procesos de industrialización del país. Esa sería la base material para dar por terminado el ciclo del eterno retorno, es decir, la alternancia entre los gobiernos del saqueo y los “nacionales y populares” que intentan restaurarles a los sectores populares los derechos y procesos conculcados», escribieron a fines de enero.

Son exactamente los sectores en los que Rocca ve oportunidades. Y en los que muchos otros exponentes del cuadro de honor de la burguesía apostaron todas sus fichas en los últimos años, como los Bulgheroni (PAE), los Eurnekian (Compañía General de Combustibles), los Elsztain (asociados con Austral Gold), los Mindlin (Pampa) o los Werthein (en asociación con Vista, de Miguel Galuccio). Es también la deriva que describe la filósofa Nancy Fraser en su brillante Capitalismo caníbal: al capital ya no le alcanza con la tradicional explotación del trabajo. Necesita expropiarlo. Ya no se preocupa por garantizar la reproducción de la clase que lo alimenta con plusvalor ni de cuidar los recursos naturales que aprovecha para producir. Tampoco se priva de apelar a mecanismos como el sobreendeudamiento para mantener a los Estados subordinados a los mercados y a las familias subordinadas a las empresas.

Un obstáculo para la concreción de esa eventual alianza patronal mileísta-dolarizadora, en la cual Rocca podría encabezar la fracción hegemónica resignando su pata siderúrgica (que tendría menos demanda del mercado interno), pero creciendo en la energética, es la preexistencia en el firmamento criollo de otro actor poderoso política y económicamente: el campo. Como lo probó de modo palmario la convertibilidad, el negocio agroexportador sufriría tanto como la industria manufacturera el corsé monetario de una eventual dolarización. Y como quedó claro en la discusión parlamentaria de la ley ómnibus, que apenas preveía una suba marginal de las retenciones como contrapartida de la «deva» pero que no logró ni arrimarse a aprobarla, los exportadores de granos mantienen una influencia nada desdeñable sobre las instituciones de la democracia. Más importante aún: mientras el motor exportador de gas de Vaca Muerta no termine de arrancar, siguen administrando con sus liquidaciones el ritmo de ingreso de divisas al país.

También puede ser que la dolarización no sea más que una vaina con la que Milei mantiene entretenidos a sus antagonistas. Y que el peronismo esté pisando otra vez el palito. Es lo que piensa, por ejemplo, la economista Mercedes D’Alessandro. «Yo no veo cerca la dolarización por problemas de gestión y por falta de apoyo político. En la gestión arrancaron con problemas gravísimos y para dolarizar necesitan una prolijidad supina, con especialistas y calculando cada paso. Pero, aun si pudieran, no parecen tener el apoyo político para sostener un plan así», diagnosticó.

A la Argentina magnate le brillan los ojos cuando aparece Milei. No por lo que promete hacer, sino por lo que ya hizo. Y por los caminos que puede abrir, pese a sus excentricidades e incluso aunque su propio liderazgo (y su gobierno) colapsen pronto.

(Publicado originalmente en la revista Crisis. Brecha reproduce fragmentos de acuerdo a una licencia Creative Commons.)

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