DE PLAINS A LA CASA BLANCA
Nacido en una granja familiar unos 4 quilómetros al oeste de Plains, Georgia, Jimmy creció en una casa sin electricidad y sin agua corriente, algo común en el sur rural, donde los Carter, si bien no eran ricos, tampoco se contaban entre los pobres. Durante la adolescencia, Jimmy se hizo cargo de una porción en la granja de su padre y se dedicó al cultivo de maníes.
A los 22 años, Carter se graduó con una licenciatura (bachelor) de la Academia Naval y poco después se casó con Rosalynn Smith, en el comienzo de un matrimonio que duraría 77 años, hasta el fallecimiento de la esposa. Desde 1946 Carter continuó su carrera naval hasta el rango de teniente con servicio en submarinos nucleares hasta 1953, cuando, tras la muerte de su padre, decidió retornar a Georgia para hacerse cargo de la plantación de maní.
En 1962 el granjero se postuló para un curul en el Senado de Georgia, 15 días antes de la fecha de la elección y con la ayuda de Rosalynn, quien demostró sus habilidades para organizar la campaña. Cuatro años más tarde, Carter se postuló para gobernador de su estado y, aunque perdió la elección y retornó al negocio de manisero, fue la etapa de su vida en la cual se declaró un «cristiano renacido», una inspiración religiosa que marcaría el resto de su vida.
En la campaña de 1966 por el gobierno de Georgia, Carter cortejó y obtuvo el apoyo de los segregacionistas y, tras la victoria, en su discurso inaugural, el flamante gobernador proclamó: «El tiempo de la discriminación racial ha terminado».
Tras otros muchos zigzags políticos en Georgia, en 1976, Carter se postuló como candidato presidencial del Partido Demócrata con escaso perfil a nivel nacional y en competencia con otros 16 aspirantes al título. En noviembre de ese año, Carter derrotó al entonces presidente, Gerald Ford, quien cargaba con el alijo político de su perdón al presidente Richard Nixon. Uno de los primeros actos de Carter como presidente fue una amnistía incondicional para los miles de jóvenes estadounidenses que habían eludido el servicio militar obligatorio durante la guerra de Vietnam.
SOY EL QUE SOY
La mayoría de los estadounidenses recuerda a Carter como un presidente, en el mejor de los casos, mediocre y, en el peor, como uno de los peores. En esta evaluación pesa la memoria de dos años de estanflación y alto desempleo, seguidos por el impacto de una crisis energética, cuando, en 1979, la Organización de Países Exportadores de Petróleo, que por entonces dominaba el comercio petrolero, duplicó el precio de sus hidrocarburos. Añádase el cautiverio de 53 estadounidenses retenidos como rehenes durante 444 días en Irán, tras la caída del shah y de un intento de rescate que concluyó en un fiasco.
En setiembre de 1977, Carter y el entonces jefe de la Guardia Nacional de Panamá, Omar Torrijos, firmaron los tratados que señalaron para 1999 el fin del control estadounidense del canal de Panamá. Para América Latina, esos tratados señalaron un hito en la brega por dar fin al imperialismo, y para la mayoría de los estadounidenses significaron una entrega que nunca debió ocurrir. Esta ambivalencia persiste y nutre los gestos ominosos del actual presidente electo, Donald Trump, hacia Panamá.
Un año más tarde, y tras 12 días de negociaciones secretas en Camp David, Carter patrocinó los acuerdos firmados por el entonces presidente de Egipto, Anwar Sadat, y el primer ministro de Israel, Menájem Beguín. Los pactos, acordados sin participación de los palestinos y condenados por las Naciones Unidas, señalaron el primer reconocimiento del Estado de Israel por un país árabe. «Carter llegó a la conclusión de que Beguín le había prometido una cosa, luego se fue y renegó de su compromiso», según el periodista Kai Bird, autor de El atípico: la presidencia inconclusa de Jimmy Carter. «Carter pasó el resto de su vida advirtiendo a los israelíes que iban cuesta bajo hacia el apartheid si seguían construyendo asentamientos en Cisjordania. Y, por supuesto, no era muy popular el decir esto. Pero este es Jimmy Carter, un profeta que clama en el desierto. Mira dónde estamos hoy.» Un año después de los acuerdos de Camp David, los sandinistas marcharon victoriosos en Nicaragua, en lo que fue otro revés estadounidense, achacado por la derecha a la política pusilánime de Carter más que a la corrupción del régimen somocista.
Por contraste, lo que la memoria colectiva de los latinoamericanos realza del expresidente estadounidense es la preponderancia que dio a los derechos humanos en su política exterior. Fue una etapa de confrontación con las dictaduras militares, que extendían su manto represivo desde América Central hacia América del Sur, y en la que tuvo un papel destacado Patricia Derian, la embajadora de Carter para los derechos humanos.
MUCHO MÁS QUE PRESIDENTE
Carter ganó la elección de 1976 porque los votantes estadounidenses estaban hartos de la guerra de Vietnam, el escándalo de Watergate y las revelaciones en 1975 de un comité del Senado, encabezado por el demócrata Frank Church, acerca de los crímenes cometidos por la CIA, la NSA y el FBI. Y el exmanisero georgiano prometió que sería veraz, que diría a los estadounidenses la verdad. Un propósito que casi torpedeó su campaña.
Unas dos semanas antes de la elección, la revista Playboy publicó una entrevista de Robert Scheer con el candidato demócrata en la cual la conversación derivó hacia la fe cristiana de Carter y su apego a la verdad. Carter mencionó la admonición de Jesús según la cual «cualquiera que mira a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio en su corazón» (Mateo, 5:28) y el entrevistador le preguntó si él había incurrido en tal conducta. Fiel a su compromiso de veracidad, Carter admitió la falta. La popularidad de Carter bajó 15 puntos porcentuales y la honestidad casi le costó la elección.
En una entrevista en 1996 con Terry Gross, del programa Fresh Air, en la cadena National Public Radio, Carter recordó que su decisión de abandonar la Marina de Guerra en 1953 para un retorno a Plains y la plantación de maní disgustó profundamente a su esposa Rosalynn. «Aprendí en un período de largo tiempo, con 50 años de matrimonio con Rosalynn, cuán equivocado estuve en mi trato con ella», admitió Carter. «Cuando nos casamos yo era un joven arrogante recién graduado de la Academia Naval. Rosalynn era muy tímida, una joven de Plains. Yo la dominaba totalmente. No mostraba sensibilidad alguna cuando ella estaba disgustada. Fui impaciente. Cuando había que tomar decisiones acerca de nuestra vida familiar no consultaba con ella. Yo tomaba la decisión y le decía qué haríamos.» «Y eso fue en mi etapa formativa como una persona madura», añadió. «He aprendido a corregir algunos de mis errores. Para mí, mi vida de oración ha ido paralela con la toma de conciencia y el crecimiento y el significado de mi evolución como ser humano. Espero que seguiré mejorando en los años de vida que me quedan.»
En las cuatro décadas desde que salió de la Casa Blanca, malquerido por los votantes, Carter estableció un centro de acción por la paz, colaboró en la construcción de 4.477 casas para gente pobre en el programa Hábitat para la Humanidad y se enzarzó como observador en procesos electorales de diversas partes del mundo.