El Mediterráneo está ardiendo. La temperatura de su superficie supera los 30 grados Celsius en algunas zonas y la media en toda la cuenca rebasó los máximos desde que se realizan mediciones. Lo que es peor, en toda su superficie se están batiendo récords de manera sostenida en el tiempo. Y debajo de la superficie, olas de calor marinas que están arrasando los ecosistemas, para nuestra desesperanza, puesto que dependemos de ellos.
QUIZÁ PORQUE MI NIÑEZ SIGUE JUGANDO EN TU PLAYA…
Los titulares de estos días nos relatan con precisión los datos recientes; alarmantes, sin duda, pero si hacemos un análisis con más detalle veremos que la situación es incluso mucho más preocupante de lo que se está contando.
Cuanto más caliente está la atmósfera, más vapor de agua puede retener: aproximadamente, un 7 por ciento más por cada grado centígrado que sube la temperatura del aire. Esto implica más agua precipitable y aire más bochornoso, menos vivible, en las zonas costeras.
Cuanto más sube la temperatura, más se acidifican los océanos, y esto provoca la destrucción de los corales (el temido blanqueamiento), donde habita la mayor biodiversidad de todo el planeta. En la actualidad, prácticamente todo el Mediterráneo está en los niveles máximos de alerta por el blanqueamiento de corales,
según la Administración Nacional de los Océanos y la Atmósfera estadounidense (sí, la misma NOAA que Trump ha anunciado que va a cerrar si gobierna).
Cuanto más sube la temperatura del agua, menos oxígeno retiene esta, y entre el estrés térmico y la anoxia se producen episodios de mortandad masiva de peces, estrellas de mar, moluscos…
Por último, cuanto más sube la temperatura no solo de la superficie, sino de toda la capa más superficial del océano (la capa de mezcla), más energía hay disponible para intensificar las tempestades que aciertan a pasar por los «puntos calientes» del mar. Y así estas se vuelven más destructivas, con datos de vientos y de precipitación como nunca antes se han registrado, y encima es muy difícil predecir dónde golpearán y con cuánta intensidad, dado el enorme carácter caótico de un sistema atmósfera-océano con tanta energía disponible.
A FUERZA DE DESVENTURAS, TU ALMA ES PROFUNDA Y OSCURA
Hace unos 12 mil años, cuando empezábamos a abandonar el clima frío del último ciclo glacial, las primeras culturas megalíticas –conocidas– se empezaron a extender por lo que hoy es Turquía. Muchos yacimientos se han encontrado recientemente entre las fronteras de Turquía y Siria que han alterado profundamente la visión de la historia tal y como se aceptaba hasta hace muy poco. Destaca entre ellos por encima del resto el encontrado en Göbekli Tepe, la «colina panzuda», cerca de la localidad turca de Sanliurfa. A este lugar se lo conoce como «el primer templo de la historia».
Pues bien, quizá os preguntéis: ¿qué tiene que ver esto con lo que está pasando hoy en el Mediterráneo? Y la respuesta es: todo.
Fue precisamente el contexto de un mar prácticamente cerrado el que propició que el Mediterráneo fuese una de las zonas que experimentasen antes los efectos del calentamiento natural que produjo el último fin de ciclo glacial, sobre todo en la cuenca levantina, el Mediterráneo oriental, que siempre ha sido más cálido que el Mediterráneo occidental. Eso posibilitó que esos primeros pueblos organizados tuvieran éxito en sus experimentos en las fértiles tierras de la ribera oriental hasta extender el uso de la agricultura y la ganadería antes que en ningún otro sitio. El Creciente Fértil. Allí comenzaron las primeras grandes civilizaciones: Babilonia, Mesopotamia, Persia… Pero, como decía Honoré de Balzac, «los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las suceden». A medida que el mundo se fue internando en el período interglacial, el Mediterráneo oriental siguió calentándose, y lo que entonces fue fértil ahora es el abrasador desierto entre Jordania, Irak e Irán. Como contrapartida, el resto del Mediterráneo se volvió más templado y surgieron nuevas civilizaciones que se extendieron hacia el oeste, principalmente Grecia y Roma.
Ahora, nuestra todopoderosa civilización global ha forzado un aumento de la cantidad de radiación retenida por el planeta, y, al igual que en el principio de la interglaciación, el Mediterráneo es uno de los lugares que más rápido están reaccionando. Es por eso que se está convirtiendo en un sitio de los que más rápido van a experimentar un aumento en el número y la intensidad de los fenómenos extremos.
Lo que nos benefició antaño para «crear las civilizaciones» ahora puede acabar con ellas. Las altas temperaturas y las prolongadas sequías ponen en peligro las cosechas de trigo en uno de los graneros del mundo. Los incendios son cada vez más graves, tempranos y descontrolados, como el que hace unos días asedió Atenas. Y, a partir de los 28 grados Celsius de temperatura superficial, el mar puede convertir cualquier tempestad en un verdadero huracán (un medicán1, por ser más exactos) simplemente con las condiciones atmosféricas adecuadas, como la DANA2 no especialmente importante que azotó Menorca en agosto. Con esas tempestades vendrán tornados, granizo del tamaño de puños, inundaciones, marejadas tormentosas…
Y DEJAD QUE EL TEMPORAL DESGUACE SUS ALAS BLANCAS
No queda ya tiempo para dudar, pero aún hay tiempo para ponerle freno. Hay que reducir drástica y rápidamente las emisiones de dióxido de carbono, y eso implica algo más que las típicas medidas cosméticas o desviar la atención con las instalaciones renovables, que, aunque útiles, no valen por sí mismas para reducir emisiones si no van acompañadas de un verdadero plan de decrecimiento. Uno pilotado y ordenado que nos permita garantizar el bienestar, mientras intentamos encajar las múltiples piezas del complejo sistema climático en el que todo está interconectado de manera no lineal. Por ejemplo, una medida obviamente positiva que se tomó con la implantación de la nueva normativa marítima, la IMO 2020, ha llevado a una disminución de las emisiones de dióxido de azufre por parte de los barcos, algo imprescindible, ya que combinado con agua el dióxido de azufre produce ácido sulfúrico, que daña ecosistemas y los pulmones de quien lo respira. Pero, al tiempo, ese dióxido de azufre formaba aerosoles que apantallaban el incremento de radiación debido a los gases de efecto invernadero y no nos dejaban notar el calentamiento con toda su magnitud. Ahora que se han reducido, el calentamiento, sobre todo en Europa y sus mares, se ha acelerado enormemente y ha acortado el tiempo de reacción.
En 1971, Joan Manuel Serrat escribió su archiconocida «Mediterráneo». En 1984, escribió otra canción no tan conocida, «Plany al mar», en la que anticipaba con clarividencia lo que hoy, 40 años más tarde, estamos viviendo.
Mireu-lo fet una claveguera
Ferit de mort
Quanta abundància
Quanta bellesa
Quanta energia
Ai, qui ho diria!
Feta malbé!
Per ignorància, per imprudència
Per inconsciència i per mala llet.
(Publicado originalmente en CTXT el 23-VIII-24).
* Antonio Turiel es investigador científico en el Instituto de Ciencias del Mar del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España.
** Juan Bordera es periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició y diputado electo por Compromís a las Cortes Valencianas.
- Ciclón tropical mediterráneo. ↩︎
- Depresión aislada en niveles altos, fenómeno meteorológico generalmente asociado al Mediterráneo occidental que se produce cuando una corriente de aire frío se desprende de un frente de aire polar frío que avanza a gran altura y choca con otra de aire caliente proveniente del mar (N. de E.). ↩︎