Sin pretender ser una exposición retrospectiva, Equilibrios condensa una larga trayectoria creativa, en la que Andrea Finkelstein demuestra su sensibilidad y un dominio riguroso de sus herramientas expresivas. Hay, además, una idea del hacer artístico y una concepción general del trabajo claramente demarcadas. La muestra presenta una serie de dibujos en lápiz de grafo sobre papel y sobre tela. Son obras que sorprenden tanto por sus dimensiones como por la variedad de soluciones formales con las que la artista aborda el medio gráfico. La línea muy fina serpentea sobre un fondo blanco, se contorsiona y se expande en círculos pequeños y espirales. El trazo suelto pero medido capta intensidades, determina zonas, se arremolina y luego se libera como un curso de agua al que se interpone una barrera delgada. Podría decirse que son obras abstractas, pero esta categorización resulta insuficiente en tanto el garabato, el borrón sutil y la forma punteada y llovida muy pronto nos remiten a imágenes arborescentes, vegetales y acuosas o, tal vez, nos llevan a paisajes boscosos vistos a vuelo de pájaro.
Como los dibujos no llevan título, la imaginación del espectador les proporciona sus límites y termina por definir su significación. En algunos casos asoman los paisajes montañosos de la pintura tradicional china, especialmente en aquellas obras en las que, sobre el inquieto grafismo, la superficie ha sido tocada por lápices acuarelables y pasteles al óleo, lo que crea sectores de leves densidades cromáticas que nos recuerdan las nieblas o las lloviznas de la pintura mencionada. La formulación caligráfica de la línea establece también vínculos con la producción de los colegas cercanos. Pienso en cierta obra de Rita Fischer presente en esta misma sala hace unos años. Pero, sobre todo, se enlaza con la propia producción de Finkelstein, que, en sus instalaciones con cerámicas esmaltadas y alambres, propende al signo liberado de cualquier implicancia semántica: el signo lineal es la expresión de un componente anímico variable –incontrolable incluso– o, en todo caso, alejado del signo como ordenamiento racional del mundo.
De este modo, el campo del dibujo de la artista es como un mapa ideal para una exploración incesante y personalísima que da rienda suelta al devaneo por un territorio que no es necesario conquistar, pero sí descubrir en sus detalles, para saberlo en su emanación como saliendo del propio ser. Afirmó la curadora María Eugenia Grau: «Las líneas toman rumbos y formas que la artista domina con bosquejos previos. Sin embargo, en el proceso de ejecución, manifiesta el haber estado abierta a derivaciones con connotaciones de grafías automáticas». Quizás allí esté uno de los tantos equilibrios a los que seguramente alude el título de la exposición. Un excelente catálogo con textos analíticos de la curadora y de Manuel Neves corona el esfuerzo con la impronta editorial a la que nos tiene acostumbrados el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV). Una exposición delicada y potente, muy recomendable en estos tiempos de pandemia y control social, por el sentimiento de libertad que la anima y la sensación de que el arte es el camino hacia un espacio abierto, casi ilimitado.
1. En la sala 5 del MNAV, con la curaduría de María Eugenia Grau.